No es lo mismo el otoño en Mendoza

Cuando en Mendoza la política se viste de otoño (o de primavera) y se aleja de los extremos invernales o veraniegos de las pasiones encendidas, es cuando predomina lo mejor de su institucionalidad y los proyectos, las estrategias y el futuro se imponen sobre la inercia y las divisiones. Es lo que estamos necesitando hoy para dejar de meramente mantenernos y volver a crecer, como en los mejores tiempos. Como el otoño en Mendoza.

No es lo mismo el otoño en Mendoza
Julián Barraquero, el Alberdi mendocino, mentor de la Constitución provincial de 1916.

Son en los momentos de transición entre algo que se va y algo que viene cuando la institucionalidad mendocina alcanzó históricamente sus mejores realizaciones. Como que los tiempos políticos en nuestra provincia se adaptan mejor a climas como los producidos en otoño y primavera, cuando la naturaleza se aleja de los extremos.

Los años de 1915 y 1916, cuando se instituyó primero la convención constituyente y luego se sancionó la correspondiente Carta Magna, respectivamente, fueron una época donde la hegemonía de Emilio Civit entraba en su decadencia y los gobiernos lencinistas, a pesar del gran crecimiento de esa rama mendocina sui generis del radicalismo, aún no se imponía.

Estaba entonces Mendoza en una etapa donde una hegemonía moría y aún no nacía otra, por lo que las aguas de la política se encontraban templadas y una generación ilustrada de políticos moderados de diversos orígenes políticos e ideológicos pudo pensar en conjunto la provincia con visión estratégica de futuro y traducir esas ideas en un texto constitucional muy alejado de las pasiones extremas que se iban y las que vendrían.

Todos los partidos ofrecieron sus aportes, los que fueron bienvenidos incluso los de algunos pequeños como el Partido Socialista y el Partido Popular, cuyas propuestas se sintetizaron muy bien con las de los partidos mayoritarios.

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Nuestro Alberdi Local fue Julián Barraquero, quien tenía clarísimas las condiciones del momento: era necesario fortalecer una institucionalidad sólida para acabar con todo rastro de caudillismo que la figura de Civit había impulsado. Don Emilio era un caudillo ilustrado, civilizado y culto que realizó una gran obra en la provincia e incluso en toda la nación, pero caudillo al fin en una provincia no afecta a ellos. Por eso había hecho del centralismo del poder su metodología central. Todo pasaba a través suyo. Barraquero se propuso limitar esas tendencias, en particular poniendo un especial énfasis en el municipalismo naciente y limitando el poder provincial con restricciones a la reelección del gobernador y sus parientes.

Además, previendo los tiempos que vendrían, la Constitución de 1916 vislumbró brillantemente las tendencias que acontecerían en las décadas posteriores: por eso fijó una política en el manejo del agua y la educación donde se fortalecieron las instituciones encargadas de manejarlas mediante una autonomía muy importante.

A la vez ofreció un aporte a las todavía incipientes políticas sociales con disposiciones muy adelantadas para la época en comparación con el resto del país y en consonancia con el mundo más avanzado Así podemos ver en su articulado cómo se instituyó la obligatoriedad del descanso dominical, el amparo al trabajo de menores y mujeres y condiciones de salubridad para el obrero, entre otros aspectos.

En la década del 20, ya fallecido Emilio Civit e impuesto el radicalismo, esa etapa otoñal o primaveral se diluyó nuevamente y renacieron con intensidad las pasiones políticas, ya no bajo la férula del centralismo civitista, sino por la brutal pelea entre radicales lencinistas provinciales y radicales yrigoyenistas nacionales por lo cual la provincia vivió de intervención en intervención. No obstante, el lencinismo desarrolló y superó las políticas sociales ya insinuadas en la Constitución del 16, adelantándose dos décadas a las realizaciones peronistas como la jornada de ocho horas, la ley de salario mínimo, la creación de cajas de jubilaciones y pensiones y en general una clara tendencia a la defensa de los intereses populares de los sectores más postergados.

En los años 30, ya derrocado el radicalismo por un golpe militar, los gobiernos liberal conservadores ejercieron la primera magistratura en la provincia hasta 1943. Salvando el tema político electoral donde el fraude predominó en todo el país incluido Mendoza, lo cierto es que los cuatro gobiernos de esa época fueron muy progresistas en la realización de obras públicas, en un tiempo en que superando con buenas políticas económicas nacionales la crisis mundial de 1929 el país tuvo hasta 1948 una etapa de crecimiento continuado que Mendoza supo aprovechar muy bien. Porque con buenos gobiernos locales, cuando la nación crece, la provincia crece más. Los gobernadores Ricardo Videla, Guillermo Cano, Rodolfo Corominas Segura y Adolfo Vicchi, no sólo tuvieron continuidad en las políticas sino que hicieron muchas obras públicas, desde donde surgió la figura del entonces joven ingeniero don Pancho Gabrielli, de gran protagonismo en las políticas de irrigación y vialidad, quien además dejaría esa impronta de hacedor durante décadas en el Partido Demócrata.

En los años 30 se encararon políticas de diversificación agrícola con el fomento de la olivicultura y la fruticultura como alternativas a la viña, se institucionalizó la la Fiesta de la Vendimia. Se hicieron convenios con YPF para explotar el petróleo. Se estableció la destilación en Luján de Cuyo y se construyeron cinco diques embalses en cinco ríos de la provincia con las regalías. Se inició la construcción del Hospital Central y se creó la Universidad Nacional de Cuyo.

Vale decir, si bien las décadas del 20 y del 30 fueron políticamente muy intensas con divisiones internas y fraudes electorales (incluyendo el asesinato de Carlos Washington Lencinas), lo cierto es que tanto los gobiernos lencinistas como los nuevos liberales adaptaron sus mejores realizaciones al espíritu constitucional. Los lencinistas a través de las políticas sociales y los demócratas con las políticas de obras públicas. Incluso el peronismo en Mendoza tuvo una moderación política que no se verificó en casi ningún otro espacio del pais. Por ejemplo, la reforma constitucional de 1948 fue muy provincialista en un tiempo muy centralista.

Sintetizando, en gran medida gracias a esa Constitución de 1916, se frenó el caudillismo que había insinuado la hegemonía de Civit y lo que se continuó en los nuevos gobiernos liberales fue su espíritu de hacedor imparable. Mientras que el lencinismo y el peronismo también tuvieron en la Constitución del 16 un documento inspirador de sus políticas sociales. Aún en los momentos más dramáticos de nuestra vida política provincial, el proyecto constitucional fortaleció la institucionalidad local porque ofreció todo un programa de acción y un modo de hacerlo privilegiando la moderación y las efectivizaciones más allá del faccionalismo caudillesco y tribal que nuestras luchas políticas impusieron como modalidades en casi toda la nación.

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Más cercano al presente, otro período de otoño a la mendocina ocurrió en la segunda mitad de la década del 80 del siglo XX, a poco de renacida la democracia, que fue el tiempo en que los tres grandes partidos políticos en la provincia -el peronista, el radical y el demócrata- hicieron una renovación completa de sus elites en un clima de significativa moderación pese a las tormentas que acechaban al país tanto con las intentonas de volver al pasado en los conatos de golpes de Estado por parte de lo que quedaba de los militares, como con las políticas económicas fallidas del alfonsinismo o con la obstrucción permanente del sindicalismo peronista al gobierno radical nacional. En Mendoza, en cambio, la intensidad de esas luchas no impidió acuerdos y realizaciones, de modo que ya entrada la década del 90 el peronismo se había renovado enteramente de las viejas camadas con un claro signo mendocinista y progresista nada dependiente del naciente menemismo, el radicalismo había manejado muy bien un lugar clave desde el cual prepararse para futuros gobiernos como fue el semillero dirigencial de la municipalidad de la Capital, y el PD, luego de su participación en el gobierno militar, constituyó una nueva camada que supo incorporar plenamente el partido a la democracia como una tercera fuerza de equilibrio (buen ejemplo fue la actitud que tomó el PD en contra de la reelección de Menem, que casi le hace alcanzar la gobernación en 1999).

O sea, la institucionalidad mendocina también fue fructífera en los inicios democráticos para la renovación de las elites y el crecimiento económico. Los peronistas tuvieron mucho que ver con una profunda reconversión vitivinícola y los radicales con un importante desarrollo turístico, para citar solo un ejemplo de cada uno. Además del ejemplo que significa para el resto del país que en 40 años de democracia, cada partido haya gobernado prácticamente la mitad de ese tiempo cada uno y que no hayan desaparecido las terceras fuerzas, lo que habla de un equilibrio político no muy frecuente.

Pero algo muy importante nos falta. Algo que sí hizo la generación de Barraquero y la actual no: Un proyecto provincial que no necesariamente debe definirse a través de una reforma constitucional (o sí en parte) pero que debe fijar una estrategia de futuro que hoy tenemos pendiente, oficialistas y opositores, los que se fueron, los que están y los que van llegando. Sabemos, intuimos que, como en 1916, ese proyecto también tiene que ver con un nuevo y mejor manejo del agua y de las nuevas tecnologías del conocimiento, pero no sabemos bien cómo hacerlo.

Eso de algún modo ha ido conduciendo al decaimiento de nuestras elites, que si bien gracias a los límites constitucionales los gobernadores se renovaron sin producir caudillismo (algo positivo que ahora también comienza a ocurrir en los municipios al limitar las reelecciones), la clase política ya no se renueva como en los inicios democráticos y eso conlleva el riesgo de constituir hegemonías y caudillismos como no los hubo casi nunca durante el siglo XX.

Hoy, la política con respecto a la sociedad mendocina, actúa más en modo manutención que en modo crecimiento. Por lo que deberíamos recuperar el estilo del otoño en Mendoza. Para que la moderación de nuestras pasiones políticas nos permita detenernos a pensar en un futuro provincial que hoy tenemos poco claro pese a que contamos con los recursos humanos y en parte también materiales (como los dineros no usados en Portezuelo del Viento) para producir un salto de calidad que nos permita proyectar el siglo XXI. Como se proyectó el siglo XX cuando la señera Constitución de 1916 incorporó a su seno un modo de crecimiento institucional, económico y social muy duradero y muy exitoso.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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