Hace ya bastante tiempo que las alternativas políticas surgen en la Argentina más en reacción a lo negativo de quienes nos están gobernando que a lo positivo que podría traer algo nuevo o renovado. Así fue en 2019 que perdió Mauricio Macri más que ganó Alberto Fernández. O en 2021, que pesó más lo malo del gobierno peronista que las propuestas de la oposición cambiemita.
Y allí no se detiene la cosa. Javier Milei y José Luis Espert, pero sobre todo el primero, están avanzando desde esa misma dirección. La torpeza de Horacio Rodríguez Larreta, que puso al candidato natural de Capital en provincia de Buenos Aires y a la candidata natural de provincia en Capital, fue el agujero por donde avanzaron los libertarios frente a la disconformidad del voto más decepcionado con esa mala decisión, que se alejó de Juntos por el Cambio.
Pero tampoco allí se detiene la cosa. Porque luego de las elecciones generales de noviembre, el frente triunfador, Juntos por el Cambio, no dejó macana por cometer, como que hubiera estado esperando ganar para tirar la chancleta. Fueron tantos los gaffes opositores que después de dos años terribles, el oficialismo pudo hasta disimular un poco los errores y delirios que jamás dejó ni deja de cometer. Sin embargo, los desilusionados con los errores de Juntos por el Cambio no volvieron al Frente de Todos sino que se volcaron en gran proporción a Milei, como reacción generalizada contra una clase política que más allá de oficialismo u oposición no ceja en desilusionarlos.
Milei no es Espert. El segundo es un clásico liberal de derechas con todas las propuestas de esa ideología. Más allá de alguna que otra boutade con lo que busca adornar su ideología, hacerla más popular, Espert es la expresión del liberalismo económico extremo, algo que existe en todas partes del mundo y es un pensamiento tan legítimo como cualquier otro.
En cambio Milei es otra cosa, o aunque fuera ideológicamente lo mismo que Espert, la gente lo ve como otra cosa. Él hace pocas propuestas, lo que repite una y otra vez son las teorías de las escuelas ultraliberales de Ludwig Von Mises o Milton Friedman como clichés abstractos, del mismo modo que desde la otra vereda los chicos de la ultraizquierda hacen troskismo académico de asamblea universitaria. Son ideas para oponerse, no para gobernar. Son extremos y además son teoricismos reñidos con la practicidad de la política concreta.
Con esas expresiones no se podría gobernar ni aquí ni en otra parte. El debate electoral entre Milei y la trotskista Mirian Bregman, fue conceptual, no programático. De gente alejada miles de kilómetros de la posibilidad de gobernar, porque si no dirían otras cosas. Políticos a los que les encanta considerarse dioses que bajan la línea divina, pero mucho más ver el demonio en su opuesto, y horrorizarse frente a una realidad que más que cambiar buscan despotricar.
En fin, Milei es el depositario de las broncas y frustraciones de una parte de la sociedad (incluye a muchos jóvenes que recién se inician en la vida política y ven horrorizados a sus representantes mayoritarios) decepcionada de todo, que ve a todos los políticos iguales, por eso los considera una casta inexpugnable y absolutamente alejada de la realidad.
Nada de eso es demasiado malo, porque algo de eso hay. pero siempre y cuando la propuesta alternativa fuera algo sensato. Sin embargo, hasta ahora, lo de Milei no es sensato. Es una mera traslación de las técnicas del show business, del mundo del espectáculo al mundo de la política. Y poco más que eso. Nadie escucha demasiado las ideas de Milei, que no son mucho más que parrafadas teóricas de libros del siglo pasado presentadas como novedad frente al hartazgo del reiterativo populismo que hoy gobierna y de una oposición que a veces no sabe diferenciarse bien, o al menos lo suficiente de acuerdo a los requerimientos de un pueblo indignado frente a tanta impunidad.
Milei es, hoy por hoy, el Tinelli de la política, por eso hace un par de semanas que llama la atención a través del sorteo de su sueldo, como esos concursos televisivos que ocurren mil veces por día en el mundo del espectáculo, y que con Milei traslada su atractivo al mundo de la política, sin dejar de ser una mera búsqueda de rating comercial y pare de contar.
A los jóvenes les gusta su desenfado, su diferenciación de todos los que forman parte del mundo al cual hoy Milei ya pertenece (y habrá que ver hasta cuándo se puede diferenciar), su técnica televisiva y de redes sociales, y la de expresar una ideología que está en las antípodas de la oficial. Hoy mucho más que la de ultraizquierda, a la que le resulta horrores diferenciarse del cristinismo conceptual, quien descubrió como nadie en la Argentina que es posible gobernar diciendo cualquier cosa y hacer exactamente lo contrario. Es en ese mundo esquizofrénico donde la respuesta no es una mayor racionalidad sino la esquizofrenia opuesta, que hoy Milei expresa de mil maravillas.
En fin, que son muchos los millennials que se han convertido al mileinnismo creyendo que entre ambos conceptos hay varios puntos de coincidencia. Con lo cual seguramente pronto se desilusionarán, pero eso no implica que el mileinnismo o alternativas parecidas, no estén siempre en acechanza cuando tanto oficialismos como oposiciones con opción de gobernar, desilusionan a una sociedad hastiada de que los políticos se consideren una casta especial y que ni siquiera los que intentan diferenciarse puedan lograrlo frente a la presión corporativa de sus pares y a la pusilanimidad de sus convicciones.
Los Milei no parecen, por ahora, la solución, sino la expresión del hartazgo generalizado de una sociedad que al no tener referentes ejemplarizadores elige demagogos nuevos frente a demagogos viejos.