Es cierto que el presidente Javier Milei está cumpliendo muchas cosas que prometió antes de ganar (las cuales, en general, eran antipáticas) y eso le gusta a buena cantidad de gente. Pero a la vez está cambiando por las contrarias otras cosas que también prometió. Y aunque por eso hoy no le vaya mal (puesto que la sociedad mira más lo que está cumpliendo), nunca está todo dicho. Más cuando el hombre que llegó al poder desde la antipolítica hoy es el principal político de la Argentina y, le guste o no le guste (y parece que del todo no le disgusta), hay un montón de decisiones que las está tomando negociando con la casta (y no siempre con lo mejorcito de la casta). E incluso contradiciéndose con lo que siempre dijo.
Por ejemplo, negoció con la CGT detener la democratización sindical (que era uno de los ejes sustanciales de su proyecto de reformas) a cambio de que le pararan las huelgas. Pero la realidad es que los capos sindicales están aterrados porque sus huelgas cada vez tienen menos apoyo. Por lo tanto vendieron demasiado caro al gobierno lo que igual habrían tenido que hacer. Sin embargo, aunque con la negociación el gobierno bajó una bandera central, lo cierto es que logró la división de la CGT, aunque sea por un tiempo (porque ya está el papá Hugo Moyano acordando con los que rompió su hijo Pablo). Sintetizando, podría considerarse que Milei logró empatar un round con los sindicatos (o con algunos puntitos a su favor), siendo el primero que lo logra porque los otros gobiernos no peronistas siempre perdieron con estos jerarcas.
Lo mismo pasa con la reglamentación de los DNU o con el tema de la fecha limpia. Son temas en los que el gobierno debió ceder principios en nombre de la más cruda realpolitik, que significa votar en contra de lo que uno piensa para fortalecer al gobierno coyunturalmente resignando para un mañana improbable el voto por principios.
¿Tiene razón el gobierno o no? Depende.
Con el tema de la ficha limpia es cierto que Cristina se quiere victimizar si no la dejan participar en política por no tener su “ficha limpia”, pero también es cierto que la condena contra ella está y que cualquier hijo de vecino ya estaría preso por cosas infinitamente menores a las que hizo ella (estaría preso sin esperar al fallo de la segunda instancia, alcanza con el de la primera o aún menos, a casi todos le dan prisión preventiva aún antes de ser condenados). Hasta Lázaro Báez o De Vido que no son meros hijos de vecinos fueron presos sin esperar el fallo final de la Corte. Excepto ella porque el gobierno la necesita libre. Otra vez la realpolitik contra las principios y los valores de no perdonar a los corruptos que Milei defendió antes de llegar al poder
Si Milei hubiera sido legislador cuando se votó la ley para reglamentar los DNU que impuso Cristina en su presidencia (por el cual se aprobó que resulta más fácil legislar un decreto que una ley, algo ridículo de toda ridiculez) habría, como en ese entonces lo hizo Patricia Bullrich y toda la oposición liberal y republicana, votado en contra. Pero ahora los que votan en contra son los mismos que impusieron con su voto esa insostenible ley sobre los DNU que aún existe, o sea los K. Y los que votan a favor de mantener ese modo de aplicar los DNU son los que estaban en contra cuando Cristina lo impulsó. Y, ¡ojo!, el relativismo absoluto es la pérdida absoluta de todo valor.
¿Será eso la política? Tal vez, pero entonces ¿dónde está la diferencia entre la antipolítica y la política, o al menos entre la política buena y la mala?
Lo explicó Mao Tsé Tung y también el propio Milei.
“El bando que tiene la verdad en una guerra es el que la gana” solía decir Mao, el presidente comunista chino. Y Milei, antes de ganar la presidencia sostenía que “la diferencia entre un genio y un loco es el éxito”. Ambas expresiones expresan perfectamente bien el cinismo natural (y quizá inevitable) de la política, esa que la mayoría de los ciudadanos odian tanto con justificables razones.
Ahora bien, quienes defienden a la política como el único modo de conducir a las naciones y a los pueblos, por derecha o por izquierda, aceptan como inevitables, sean teóricos o prácticos, esas contradicciones entre las promesas y los hechos. Pero ello no es lo que querían los que votaron a Milei desde la antipolítica, más bien es esa falta de principios valorativos lo que la antipolítica le critica a la política.
En los ejemplos que damos. estamos hablando de cosas que Milei dijo que jamás haría y que sin embargo está haciendo. Pero no por eso lo estamos necesariamente criticando, porque quizá -como político que hoy es- tenga pocas opciones de no caer en estas contradicciones. Pero que son contradicciones, son contradicciones.
En mi caso, a diferencia de Milei, yo creo que no existe ninguna otra profesión que pueda reemplazar a la política en las funciones que ella y solo ella ha cumplido por siglos. Salvo la guerra, como continuación de la política por medios horribles (que es lo que hoy está empezando de nuevo a asomar crecientemente por el mundo). Entonces, es la política o es la guerra. Y por lo tanto a veces hay que hacer concesiones aun contradiciéndose a sí mismo. Yo sólo quiero advertir que la antipolítica puede servir para ganar una elección frente a un pueblo indignado con todos los políticos porque con todos les fue mal (o peor, a casi todos los políticos les fue bien personalmente, para con todos los políticos al pueblo le fue inexorablemente mal) pero esa antipolítica, si se toma al pie de la letra, no sirve para gobernar. Entonces quizá haya llegado el momento de reconstruir la política en vez de pretender eliminarla (y para eso también hay que reconstruir el Estado en vez de pretender eliminarlo) pero eso se hace a la uruguaya, no a lo kirchnerista. “Ir por todo” como pretendía Cristina ya fue en su entonces una estupidez grande como una casa y además imposible de concretar. E “ir por todo”, como ahora pretende Milei, aprovechando su veranito popular, también a él le irá indefectiblemente mal, al menos mientras se mueva dentro del Estado de derecho con control de poderes que él mismo dijo en una entrevista reciente que forma parte de su filosofía política. No hay “vamos por todo” en la democracia republicana. Lo que más se le parece en palabras, es lo más diferente en hechos: “vamos con todos”. Y en eso Milei y sus teóricos piensan exactamente lo contrario.
Para quien esto escribe Milei en estas cuestiones se está equivocando fuerte: ganó la presidencia cuando levantó como su portaestandarte la ira, el odio y la bronca popular, a la cual expresó muy bien Y sus razones tenía, porque hace un año, aunque no fuera lindo estimular las cosas feas de la gente, parecía inevitable ante tantas decepciones sufridas. Pero ahora este es su gobierno y en la medida que entró en política se ve obligado cuando menos a negociar con la casta y por ende, de algún modo, inevitablemente, debe ser en parte casta por estar donde está.
Decía el gran sociólogo alemán Max Weber a principios del siglo XX en su famoso libro “El político y el científico”, que quien hace política debe inevitablemente negociar con el mal, acercarse a las fuerzas demoníacas que hegemonizan en la tierra, aunque quiera hacer el bien. Por eso, para la gente de convicciones plenas -como los científicos o los moralistas- la política es imposible de practicar. Pero Weber no defendía ni criticaba a la política por intentar alianzas con el mal, solo decía que era inevitable, describía la realidad. Y que el buen político es aquel que aún negociando con el demonio, no se convertía en otro demonio. Algo difícil de aceptar y de distinguir por la gente común que no hace política, y menos cuando la política le trajo tantas frustraciones.
Por eso, porque ahora está haciendo política, aunque no le gusten los políticos que lo antecedieron y quiera mantener la comunión con sus bases criticándolos a todos, Milei debería entender que en una de esas, precisamente porque a su gobierno le va bien en lo económico (o al menos eso es lo que la mayoría cree) sus votantes están empezando a cambiar su principal pasión o sea, el odio contra la casta del pasado, por otro tipo de pasión, o sea, la esperanza en un futuro mejor. Hoy la esperanza figura como lo que más predomina en las encuestas entre los votantes de Milei y no solo entre ellos. Entonces, si la gente está trocando el odio por la esperanza, en gran medida gracias a lo que viene haciendo este gobierno en economía, quizá el gobierno debería empatizar más con ese cambio de actitud popular y alentar más esperanza y menos odio.
La gente quiere batallar contra el hambre y la pobreza, por el progreso y por el retorno de la movilidad social ascendente, por volver a ser el gran país de clase media de América Latina, en fin, por cuestiones concretas que le afectan en la vida cotidiana. Así piensa casi la totalidad de los hombres y mujeres comunes de nuestra patria. En cambio, eso de la batalla cultural fue una tontería cuando la propusieron los Kirchner junto a sus teóricos progres y lo es cuando los Santiago Caputo, los Laje, los Márquez y otros teóricos de la ultraderecha se lo proponen a Milei, porque en ambos casos, lo que proponía ayer Cristina y Milei propone hoy es “ir por todo”. No, eso no es bueno, ni verdadero ni posible. La única batalla cultural en serio que se ha librado hasta ahora en democracia con relativo éxito es la que hizo Alfonsín cuando se propuso recuperar para todos los ciudadanos los valores de la Constitución Nacional que se habían extraviado por décadas. Y gracias a eso llevamos más de 40 años de democracia continuada. En cambio, la vulgata de imponer una ideología única o hegemónica en contra del pluralismo de una sociedad diversa, siempre ha fracasado hasta ahora en estos 40 años, felizmente. Triunfó en Cuba o Venezuela, o antes con Franco, Stalin, o Mussolini pero no en ninguna democracia libre. Eso de que excepto yo y los míos todos los demás son neoliberales (como mala palabra) o eso de que salvo yo y los míos todos los demás son comunistas (como mala palabra) son un par de pavadas de quinta categoría teórica, aparte de ser mentiras absolutas. En una sociedad democrática siempre va a haber de todo y nunca se va a poder ir por todo porque ninguna ideología dura en el gobierno más de un tiempo prudencial y luego es cambiada por otra, que puede ser hasta su contraria. Como vienen demostrándonos 40 años de experiencia democrática en la Argentina, triunfante en ese pluralismo o sea en la defensa de la libertad y la no violencia política, pero que lamentablemente ha fracasado en casi todas las demás otras cosas (sobre todo en mejorarle la vida a la gente, a la mayoría se las empeoró). Y por eso la gente está enojada con todo y con todos. Con los dirigentes y también con las instituciones, pero la democracia sigue en pie y debe seguir en pie.
Milei puede creer que está cambiando para bien la Argentina y la humanidad en tiempo récord, pero todos los gobiernos en su primer año (e incluso un tiempo más) dijeron lo mismo (no de la humanidad, pero sí de la Argentina). Puede que esta vez sea la vencida y que Milei tenga razón, pero el pasado argentino le juega en contra y esa idea de seguir con la ideología de todos versus todos, ir por todo y con el conflicto como grito triunfal de guerra contra los zurdos y el odio al consenso como ideología de los débiles y los timoratos, no suele ir bien nunca en las democracias. Cuando menos a los Kirchner no les fue bien, salvo en deteriorar la calidad institucional (pero Menem también la deterioró). En cambio, en el vecino Uruguay donde se comparten el gobierno centro derechistas y centro izquierdistas con duraciones equivalentes notables, a ellos hace años que con la democracia les va mucho mejor que a nosotros, pero en todo, no solo en lo económico. El “zurdo” (al decir de los mileistas) que acaba de ganar en Uruguay, lo primero que dijo en su discurso de triunfo fue convocar al consenso, la unidad y el encuentro entre todos los uruguayos. Lo que para el mileismo son pecados capitales. Pero a ellos les va bien hace años y a nosotros no.
Hágame caso Milei, siga como ciudadano del mundo yendo a toda internacional de derechas que se haga pero de vez en cuando péguese una miradita para abajo en su país, no tanto por demagogia o sentimentalismo (porque un político puede ser afectuosamente indiferente con los de abajo y no empatizar con ellos en absoluto, pero si les mejora la vida con eso alcanza. A un médico que te va a operar no necesitás que sea amable y cariñoso con vós, si te salva la vida y te cura, que eso es lo único que importa).... péguese la miradita porque en una de esas descubre que el pueblo, que generalmente suele estar más adelantado que los dirigentes en cuanto a leer las tendencias de los tiempos (en realidad los pueblos son los que hacen las tendencias de los tiempos) hoy ya no está odiando tanto como ese mismo pueblo y usted odiaban en unísono hace unos meses, porque están cambiando el odio por la esperanza. A lo mejor, aparte de hacer su trabajo principal de médico ocupado en salvar al paciente, en tanto político que hoy es (le guste o no), la sociedad necesita que usted empatice un poco más con su esperanza, y la exprese, como antes la expresó en su odio. No sé, digo, me parece.
* El autor es sociólogo y político. clarosa@losandes.com.ar