Cuando hace unos días, durante la celebración en EE.UU. del triunfo de Donald Trump, el presidente Javier Milei se encontró con Silvester Stallone, mil y unas sensaciones fabulosas y legendarias deben haber recorrido su mente, porque el argentino seguramente vio en el personaje cinematográfico que catapultó a Stallone a la fama, el boxeador Rocky Balboa, un símil de sí mismo. El luchador que surgió de la nada, y que contra la incredulidad de todos logró alzarse con el título mundial de boxeo, hasta llegar, pocos años después. a pelear contra el campeón ruso Iván Drago (una especie de robot humano, una creación soviética casi sobrenatural). La lid se realizó en Moscú, frente a un público hostil, que al final, ante el valor extraordinario de Rocky, no dudó en aplaudir al norteamericano. No sólo había vencido al poderoso rival comunista en su propio suelo, sino que además le ganó la batalla cultural al comunismo, haciendo que los rusos de a pie lo aclamaran. Rocky Balboa es el preanuncio de las batallas que Javier Milei piensa dar, luego de haber logrado su primer triunfo por puntos, contra la casta que siempre lo menospreció, en el primer año de gobierno. Ahora va por el mundo. Pero antes por la jefa de la casta.
Desde esa perspectiva analicemos donde se encuentra hoy parado, nuestro luchador, el Rocky Balboa de las Pampas, al cual en su encuentro frente al emperador Donald Trump, Silvester Stallone debe haberle cedido la posta y proclamarlo su heredero.
Ganó las elecciones porque el decaer de todos sus rivales lo hizo crecer a niveles inimaginables e imprevisibles. Sergio Massa lo ayudó para que eliminara de la pelea a Juntos por el Cambio. Juntos por el Cambio lo ayudó antes con su estúpida y agresiva interna donde Larreta y Patricia se anularon mutuamente ante la desesperación de Macri. Por eso, Macri, que nunca creyó demasiado en los suyos, al final se alió con Milei y le sumó lo que necesitaba para ganarle en el balotaje a un peronismo que casi se impone en la primera vuelta. Macri fue a Milei, lo que Duhalde fue a Kirchner. Y ahora todo indica que Milei le quiere hacer a Macri lo mismo que Kirchner le hizo a Duhalde. La lógica implacable de la política entendida como guerra de todos contra todos. No es una lógica particularmente benévola. pero parece que en la Argentina, y en el mundo y en todos los tiempos, casi siempre funciona.
En el primer año, así como Rocky peleó contra el campeón Apollo Creed y perdió por casi nada, Milei le ganó a la casta por puntos. Pero en su segundo año piensa librar la pelea principal, para la cual está preparando el terreno (incluso cuidando amorosamente a su rival a fin de que nadie le impida la confrontación final). Esta vez Apollo Creed será Cristina Fernández, la campeona en decadencia pero todavía poderosísima. Y para que se repita la historia de Rocky, debe ganarle por KO.
Por lo tanto, desde ahora Cristina se posiciona como su enemiga mortal. Ambos han aceptado el reto. Y para eso los dos rivales coinciden en una cosa: los de afuera (en realidad, los del medio) son de palo y hay que borrarlos de la escena. Milei cree que si se queda solo sin aliados indóciles (para lo cual debe exterminarlos políticamente o integrarlos dócilmente a su manada) le restará nada más que la batalla final con una Cristina que sigue poseyendo una gran voluntad de poder (hasta ahora incomparable con ningún otro político, salvo el presidente) pero en un tiempo que no es el suyo. En el gobierno de Macri el kirchnerismo sostuvo su permanencia porque el macrismo no pudo crear un nuevo tiempo, fue apenas un interregno entre el cristinismo y su decadencia casi terminal con la paranoica fórmula Alberto-Cristina. Pero ahora parece que, con Milei, empezara un tiempo nuevo con un clima social distinto, o sea algo más que un gobierno de signo no peronista. Más que un gobierno, una era. No obstante, por ahora solo parece, aunque tiene a su favor que la voluntad y firmeza de Milei son más fuertes que las de Macri. Sin embargo, Cristina cree que le pasará lo mismo que a Macri: que cuando estén frente a frente ella podrá repetir la hazaña, eternamente. Ambos creen que el país les pertenece y actúan en consecuencia. Cristina tratando de reunificar a todos los peronistas dispersos o confundidos, con el único y exclusivo fin que la salven a ella (aunque por ahora no le vaya demasiado bien en el intento, pero recién reempieza). Milei tratando de barrer cualquier indicio de competencia para que el país le pertenezca en exclusividad.
En la película “El abogado del diablo”, Al Pacino actuando como Lucifer se pregunta: “¿Alguien puede dudar que el siglo XX ha sido enteramente mío?”. Cristina quiere que el siglo XXI sea enteramente suyo. Milei también. No sabemos aún si Milei es el cabal representante del cambio estructural, pero sí sabemos con certeza que ella es la representante del eterno retorno. De la repitencia infinita. De no cambiar nada para que nada cambie.
Macri intentó acabar con esa repitencia cristinista pero terminó aplastado por la reina; el gran campeón del bridge, derrotado por una buena jugada de truco de Cristina que además le ganó con un cuatro de copas. Por ende, Cristina expresó y sigue expresando, hoy más que nunca, el poder de la inercia, de dejar las cosas como están contra cualquier intento de cambio. Si se impone el poder de la inercia, de la conservación por miedo al futuro, Cristina seguirá ganando por secula seculorum (junto al peronismo al que ella le fortaleció sus peores instintos enriqueciendo a su casta como no se hizo antes nunca en tamañas dimensiones). Milei, en cambio, sólo puede ganarle si además de imponer odio contra la casta (de la cual la reina absoluta es Cristina) impone de manera más fuerte aún la esperanza hacia el futuro. El odio cuando es saciado ya no sirve de nada, la esperanza sirve siempre para todo.
Dificultosamente (mejor en economía, más flojo en los otros aspectos de la vida institucional), Milei trata, con más fuerza y voluntad que Macri, de romper esa lógica de 20 años K para que lo suyo sea el comienzo de una nueva era en el país. Lo está haciendo con una mezcla de hiperideologismo y de hiperpragmatismo que en estas últimas semanas le hizo rozar demasiadas sospechas de complicidades con los temas de corrupción que él tanto prometió combatir. Veremos cómo sintetiza esas contradicciones.
Es posible que en esta batalla de titanes extremistas, el centro desaparezca, pero no solamente por culpa de Milei y de Cristina, sino del propio centro que se parece demasiado a la impotencia. Todos deberán reconstruirse si quieren seguir sobreviviendo en la arrasadora era Milei, incluso el peronismo. La única que no piensa, ni quiere ni necesita reconstruirse es Cristina (más bien precisa todo lo contrario), porque es la única que no quiere que haya, no solo era Milei, sino nada nuevo, nada que no se le parezca, ni siquiera Kicillof si se le retoba.
Solo hay dos grandes obstáculos para que Milei no se quede en la mitad como Macri y empiece una nueva era que está en el espíritu de los tiempos: Primero, que Cristina le gane la pelea e imponga el eterno retorno, o segundo, que Milei caiga por su propia torpeza. Por ejemplo: que confunda batalla cultural con esas tonterías de ultra derecha que declama en los foros conservadores creyéndose una reencarnación del senador McCarthy, ese anticomunista delirante de la guerra fría.
Lo hemos dicho muchas veces, la verdadera batalla cultural que debe dar es desregular el país, hacerlo competitivo y productivo, abrirlo al mundo. Ya tendrá tiempo, si le va bien en estas cosas, intentar librar en el futuro su batalla contra un Iván Drago propio que le permita derrotar al comunismo imaginario contra el que Milei vive despotricando.
En fin, que en reemplazo del socialismo del siglo XXI que intentó Cristina (creyéndose heredera de Hugo Chávez, vía pacto con Irán mediante) sea capaz de crear el liberalismo del siglo XXI, no como una ideología de minorías sectarias sino como una una verdadera política de masas, en estos momentos en que la gente se hartó del populismo progresista. Culturalmente, la crisis hizo que por ahora la sociedad mayoritariamente vea como buenas y transformadoras las ideas económicas de Milei. Pero no es con los trolls que sólo insultan o con su negacionismo climático o con sus discursos petardistas contra la ONU en la ONU, con lo que logrará cambiar nada. Más Sturzenegger y menos gordo Dan debería ser su consigna.
Y que tenga cuidado con Santiago Caputo, su ángel exterminador, ese al que lo tiene para que le maneje la nitroglicerina con la cual quisiera hacer volar por los aires a la casta que no se rinda a sus pies. Pero si el muchacho la maneja mal, la nitro le puede explotar en las manos o cerca de Milei. Caputito es quizá el único mileista más soberbio que Milei: el que se considera la reencarnación de un senador romano al servicio de la reencarnación de un emperador, ambos en lucha contra la razón moderna. Pero a diferencia de los ideólogos ultra-reaccionarios como Agustín Laje o Nicolás Márquez, a los cuales sólo les interesa la batalla cultural, Caputo, mucho más pragmático, cree que para ganar la guerra, también es necesario transar todo y con todos, sin principio alguno, como sumar todos los Kueider que se pueda, de ser necesario.
Sin embargo, más allá de todos estos detalles, Milei de política parece haber aprendido bastante durante lo que va de su presidencia, porque es inteligente, pero siempre luchando contra sus pulsiones. No se ha enamorado de su nuevo rol político, por eso cuando puede insulta y agrede y ofende todo lo que la realidad le permite, pues eso forma parte de su naturaleza. Si en vez de ser anarcolibertario fuera socialdemócrata o trotskista, igual seguiría insultando y buscando la unanimidad. Su personalidad lo hace creerse demasiado grande para compartir el poder con alguien, excepto su hermana. Y luchar contra los genes es mucho más difícil que luchar contra las ideas equivocadas.
Quizá hoy sea el momento de acumular, por la debilidad política con la que llegó. Y su carácter coincide mucho con eso (ha logrado un capital político excepcional casi sin recursos; es el símil político de un empresario exitoso, competitivo en serio; se hizo políticamente rico por méritos propios) pero cuesta imaginarlo tan capaz, cuando sea el momento, de distribuir, de repartir lo que acumuló, sin lo cual a la postre fracasará.
Pero esas son sólo dudas. Por ahora hay que reconocer que Milei tuvo un año sorprendente, que alegra tanto a los suyos como amarga a los ajenos, pero los amarga con impotencia. A los que odian sus ideas y su persona porque no saben cómo combatirlo. Y a los que compartiendo algo pero no todo de su proyecto, porque quisieran formar parte en parte de él, sin ser absorbidos y no saben cómo hacerlo, porque Milei sólo acepta fanáticos propios y conversos pelucas. A los demás los usa y lo tira. Pero eso, hoy por hoy, a la gente de a pie que lo quiere, le tiene sin cuidado.
Quizá, entonces, hoy a Milei habría que recordarle una sola cosa crucial, aunque él escuche poco y nada: que no se olvide que él es consecuencia del cambio que primero incubó la sociedad y lo eligió a él para expresarlo. Todos los errores le podrían ser perdonados menos ese . Al contrario, él es un producto del cambio de época, no es que la época sea una creación de él. Por eso debería seguir el camino de los tiempos abriéndose cada vez a más gente, en vez de querer encerrarse en sus minúsculos dogmas anarcolibertarios conservadores de derecha. La suya es una ideología demasiado insignificante para que entre tanto contenido como el que se necesita para transformar el país a través de un proyecto de reformas estructurales exitosas.
Para ganarle en el ring este año a Cristina Apollo Creed, y aspirar algún día a pelear contra Iván Drago a fin de acabar definitivamente con los zurdos en el mundo, necesitará mucha ayuda, como la necesitó su admirado Rocky Balboa. Lo suyo no es tarea de un hombre solo. Ojalá no imite en eso a Cristina.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar