A través de la Conquista del Desierto, Julio Argentino Roca consiguió lo que muchos intentaron antes: asegurar la paz en la frontera y dar base a un país próspero. Hasta entonces fueron muchas las vidas perdidas en la tempestad de los malones o arruinadas bajo la crueldad del cautiverio, víctimas que la actual historia oficial ningunea, mientras arremete contra el General Roca.
Como dijimos este fue el sueño de varias generaciones, incluso antes de que nos constituyésemos como un país. Durante los siglos XVII y XVIII los mapuches, originarios del territorio perteneciente al actual Chile, invadieron a los indígenas que habitaban la Pampa y el norte de la Patagonia oriental. Impusieron entonces su cultura a nuestras tribus autóctonas y las sometieron. Comenzaron un negocio poco noble que consistía en robar haciendas en Buenos Aires y vender todo lo que secuestraban al otro lado de la Cordillera.
Fue construyéndose así un espacio fronterizo con sus propias reglas y características. “El concepto de frontera –señala la historiadora Mónica Quijada- representa […], más que una línea divisoria concreta y bien definida, una franja de terreno de anchura y ubicación mal delimitada, una especie de tierra de nadie, entre los territorios ocupados en forma permanente por los cristianos y aquellos sobre los cuales el control efectivo es ejercido por los indígenas. En esta existían numerosas manifestaciones de intercambio entre las culturas en contacto, en un flujo y reflujo frecuente facilitado por la falta de obstáculos naturales y la impotencia de ambos adversarios por ejercer un dominio estricto dentro de su respectivo sector”
Tras la independencia, varias incursiones -como las del gobernador bonaerense Martín Rodríguez o el General las Heras- buscaron someter a los indígenas pero sin éxito.
La situación fue agravándose año tras año, especialmente en nuestra provincia. A fines de 1831 se produjeron malones en el sur mendocino, llegando a poner en peligro la capital que fue defendida aguerridamente. Consecuentemente, el 11 de abril de 1832 la Legislatura de Mendoza envió una circular al resto de las provincias para realizar una expedición contra los indios. Por entonces Buenos Aires estaba bajo el mando de Juan Manuel de Rosas, quien se negó a colaborar y contestó a través de su subalterno Vicente Maza: “Apenas se haya reparado esta Provincia de los enormes males ocasionados por la espantosa calamidad [refiere a una enorme sequía] que ha sufrido, se contraerá preferentemente a la combinación de un plan cuya adopción pueda traer por resultado el escarmiento de la multitud de indios enemigos, que talan nuestros campos y roban nuestras fronteras”
Pocos meses más tarde nuestra provincia junto a otras estaban en plenos preparativos y con apoyo de Facundo Quiroga. Ya con otro gobernador, el territorio bonaerense se sumó y designó a Rosas al frente. Llamativamente van a referirse al proyecto como una propuesta de éste, a quien señalan “autor de la empresa y de todas sus combinaciones”. Isidoro Ruiz Moreno expresa sabiamente: “Resulta extraña esta declaración ante los antecedentes expuestos: que la idea surgió de Mendoza, que Rosas no adhirió a ella cuando fue requerido y que la dirección estuvo confiada al general Quiroga”.
Dicha confusión se tomó como válida, al punto de que hoy se habla de la expedición de Rosas y los mendocinos somos apéndices secundarios.