A Mendoza, en su faz institucional, se le puede adaptar la famosa frase bíblica acerca de que Dios a veces hace cosas que no entendemos y que nos parecen injustas, pero que con el tiempo vemos que las hizo para equilibrar la realidad para el lado del bien. Un camino con las líneas torcidas pero que al final nos lleva a la meta justa.
Si analizamos los proyectos políticos que gobernaron la provincia desde los inicios de la democracia, vemos que cada uno de ellos perdió la conducción de la provincia por sus propias divisiones. O sea que las renovaciones políticas se dieron más por defectos de los que se fueron que por talentos de los que vinieron. Es por eso que, si hablamos en promedio se nota una relativo declive de la calidad dirigencial de los políticos desde los años 80 hasta la fecha. Por otro lado, Mendoza no pudo hallar aún en democracia, un proyecto provincial global que la destaque como ocurrió en los mejores momentos de nuestra historia.
Esos son los renglones torcidos de nuestra escritura política local. Pero, sin embargo, todo tiene su lado positivo. Lo que en Mendoza se debe en gran parte a que (aún con burocratizaciones y cierto “aburguesamiento”), la calidad institucional de la provincia sigue siendo muy superior al promedio nacional. Tanto si se la compara con el gobierno central como con la mayoría de las provincias. De allí que los males que hacemos las personas, de algún modo las instituciones los equilibran para el lado del bien. Y si pudiéramos ser tan dinámicos en economía, como prolijos somos en lo institucional, volveríamos a ser la gran provincia que alguna vez fuimos.
Lo cierto es que con cada cambio político, aunque sea por malas razones, siempre surge otra oportunidad.
La política actual de Mendoza, si se la ve desde los renglones torcidos nos encuentra con al menos tres problemas: una fuerza oficialista que parece a punto de dividirse. La principal fuerza opositora que no lograr encontrar el mínimo de competitividad política como para constituirse en una alternativa de reemplazo posible. Y la desaparición de esa tercera fuerza que casi siempre estuvo presente como factor de equilibrio e incluso con posibilidades de obtener el gobierno si los errores de las dos fuerzas mayoritarias se magnificaran en ambas.
Estamos -como dijimos en notas anteriores- en el séptimo año del proyecto radical cornejista y comienzan a aparecer divisiones cuando antes todo eras sumatorias. Como cuando los peronistas Bordón y Lafalla se dividieron. O los radicales Iglesias y Cobos partieron en dos al radicalismo. O las diferencias entre Jaque y “Paco” Pérez pusieron fin al revival peronista.
Hoy, al ver el inicio de las divisiones en la alianza liderada por Alfredo Cornejo, uno no puede evitar recordar aquellos tiempos, no porque inevitablemente se repetirán, sino precisamente para utilizarlos de experiencia para evitar que se repitan. Sin embargo, hoy hay algunas ventajas importantes: la primera es que Cornejo y Rodolfo Suárez no se pelearon como sus antecesores. La segunda es que se apuesta a algo que hace décadas no ocurre en Mendoza: a que un gobernador pueda reelegirse luego de pasado un mandato como dicta nuestra Constitución. Esas cosas podrían sumar para que luego de 8 años de experiencia, los equipos gobernantes de Cambia Mendoza definan de una vez por todas una idea estratégica de Mendoza y se pongan a aplicarla, deuda pendiente de toda la democracia. Mejor dicho, a veces se tuvieron ideas estratégicas pero pocas concreciones y otras se tuvieron concreciones pero sin horizontes claros adonde marchar. Ahora, si esta alianza política continúa, debería pensar como sintetizar positivamente lo que aún no ocurrió.
No obstante, y por las dudas, Mendoza sigue escribiendo con renglones torcidos pero siempre termina encauzándose a las líneas derechas, rectas. ¿Qué queremos decir con eso?
Que con una mirada distinta, más optimista, podemos imaginar que el sistema político se esté reconfigurando para bien, cubriendo los peligros que pueda producir cualquier hegemonía, por más institucional que fuera. Porque eso fue lo bueno de que cada 7 años apareciera una crisis en el equipo gobernante: que en Mendoza, los intentos de continuidad demasiado prolongados en el poder suelen ser “naturalmente” frenados por nuestras ligaduras institucionales. Que Mendoza no soporta gobiernos caudillistas ni líderes hegemónicos. Quizá los equipos de gobierno del ayer hayan cedido el paso a otros por malas razones, por fracturas, pero lo que se logró institucionalmente fueron mejores equilibrios y más renovaciones, aunque no eleváramos la calidad política.
Hasta hace unos meses el panorama político de Mendoza era de una gran simpleza: Cambia Mendoza tenía prácticamente asegurado su tercer gobierno con el candidato que fuera. El peronismo era liderado por kirchneristas en una provincia nada kirchnerista y con intendentes ortodoxos con la única idea defensiva de salvar sus quintitas. Y las terceras fuerzas estaban trituradas porque en lo que va del siglo se dividieron incluso mucho más que las fuerzas mayoritarias.
O sea que casi no había opción que la continuidad por falta de competencia. Hoy ese panorama está imperceptiblemente comenzando a cambiar si se verifica la continuidad de las tendencias en curso.
En el oficialismo, Cornejo viene a probarse otra vez, sabiendo que, en caso de ganar, deberá hacer más de lo que hizo en su primera gobernación porque con él la vara de calificación será mayor. Se deberá medir, más que con Suárez, consigo mismo en su anterior gestión. Deberá demostrar que hay segundas partes que son buenas.
Omar De Marchi puede tener dos estrategias: amenazar con romper para obligar a Cornejo a venir al ruedo provincial y así despejarle un adversario a Larreta, ya que el mendocino estaba con Patricia Bullrich. Con lo cual, de ser eso así, el lujanino no rompería, porque ya logró el objetivo del líder nacional al que responde.
Pero, sin embargo, esa meta suena muy poco para la gran movida que De Marchi viene gestando en la provincia, que parece más motivada por su obsesión de ser gobernador a toda costa, que por especulaciones nacionales. Y para eso debe estar dispuesto a quemar las naves porque se arriesga, en caso de romper, a no poder volver a Juntos por el Cambio y a perder todo lo que construyó allí.
Sin embargo, si su separación del radicalismo tiene algún tipo de éxito, podrá, quizá, reconstruir esa tercera fuerza que tan bien le hizo a Mendoza cuando existió. No casualmente sus principales aliados son los tres “gansos” que renovaron el PD en democracia (Balter, Llano y Gutiérrez) que en 1999, siendo Balter el candidato a gobernador que más medía en las encuestas, no ganó por el arrastre nacional que De la Rúa le dio a sus candidatos locales. Desde allí el PD empezó una dura decadencia que prosigue hasta ahora. Sin embargo, los viejos muchachos gansos hoy depositan sus esperanzas en contar con De Marchi como candidato a gobernador y con Milei como candidato a presidente. A ver si esta vez el arrastre no les juega en contra. Quizá no tanto para ganar pero sí para posicionar una tercera fuerza competitiva a mediano plazo. Con esos y otros aliados tal vez De Marchi se imagine ser el líder de tal espacio. Aunque también es posible que crea que hoy los aparatos no cuentan y sí las redes, por lo que tiene posibilidades de gana siguiendo la línea que aconsejó Durán Barba al Pro. El problema es que De Marchi ya hizo eso la vez anterior jugando por dentro en las PASO y le fue flojito. Por eso hoy cree que le puede ir mejor desde afuera, pero el costo a pagar puede ser carísimo. Aunque, bueno, si logra reconstruir una tercera fuerza, bienvenido sea institucionalmente hablando, más allá de cual sea su destino personal. Para eso, si va por fuera de Cambia Mendoza, gane o pierda, debería seguir construyendo esta tercera fuerza que podría liderar. No abandonarla o dividirse si fracasa electoralmente, como hicieron casi todo los terceristas de los últimos tiempos. Tendrá que saber que lo más probable es que al dejar de formar parte del oficialismo local, en el caso de no ganar la gobernación, deberá iniciar un camino por las piedras y la soledad si quiere crear algo nuevo en lo mediato.
Por su lado, el peronismo que se encontraba más desvalido que nunca porque no encontraba por donde penetrar en Mendoza teniendo una conducción tan cristinista y con intendentes que nunca pudieron constituirse en una opción provincial de poder, ahora ve una luz lejana al final del camino. Se imagina que una división oficialista podría ser la posibilidad para que ellos pasen por el medio, como lo logró Celso Jaque cuando Cobos e Iglesias se partieron. Es una esperanza módica pero quizá les obligue a poner la mejor carne en el asador y al menos intentar la patriada. Porque, aun pasando por un mal momento, el peronismo mendocino sigue teniendo buenas reservas para volver a ser opción de gobierno, como ya lo fue cinco veces en estos cuarenta años de democracia.
Si todas estas cosas ocurren, más allá de quien gane, si Mendoza logra tener 3 fuerzas competitivas que se pongan límites unas a otras, seguirá con lo mejor de su tradición institucional. Pero no es suficiente. Ahora hay que pensar en el desarrollo de la provincia. En cómo usamos los millones de Portezuelo que son nuestras joyas de la abuela. En cómo volvemos a ser la mejor provincia de todas.
En síntesis, la institucionalidad mendocina es un logro estable construido a lo largo de décadas, casi como un acuerdo implícito de domar el desierto con el consenso y un pragmatismo conservador en los medios y progresista en los fines.
Hoy ella sobrevive pero más por la naturaleza de las cosas que por la vocación de sus dirigentes. Nuestro deber es ponernos a su altura.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar