Memorias de un maestro: el libro de Marcos Garcetti

El 23 de mayo en la Legislatura mendocina se presentó “El 71, La gesta fundacional de las maestras mendocinas”. Un libro de memorias de Marcos Garcetti declarado de interés provincial por iniciativa de los senadores Marcelino Iglesias, Mariana Zlovec y Angela Floridia y aprobado por unanimidad de la cámara.

Memorias  de un maestro:  el libro  de Marcos Garcetti
Libro de Marcos Garcetti

El 23 de mayo Marcos Garcetti presentó un libro en el que hace memoria sobre un episodio de su dilatada trayectoria como dirigente gremial del magisterio. La sensibilidad del maestro y la pasión del gremialista entonaron la helada tarde para una audiencia notable y plural.

Quisiera pensar que Marcos Garcetti no necesita presentaciones, pero, tal vez, resulte desconocido para los más jóvenes. No para mí, cuyo nombre integró el elenco de referencias familiares cotidianas. Evocado casi a diario por mi mamá, como bien cuadraba a una maestra y directora de escuela de los años ‘60 y ‘70, para quien la profesión docente no podía reducirse al desempeño individual, sino que formaba parte de una gesta colectiva en la que se jugaba el futuro del país.

El maestro director de la escuela de La Dormida alcanzó reconocimiento en los Seminarios de Educación de 1965 y como delegado de su escuela en una larga y fallida huelga de 1969. Onofre Segovia, dirigente con experiencia, lo tentó y convenció para que se integrara a la conducción del Sindicato del Magisterio en 1970. Desde entonces, su militancia y compromiso gremial irían in crescendo hasta convertirse en el emblemático referente del SUTE (Sindicato Unido de Trabajadores de la Educación) en1972. Presidente del Congreso Provincial de Educación y de los Seminarios de Educación de 1973. Encarcelado y cesanteado en los años de la dictadura, volvió a la conducción del gremio provincial en 1985 y, desde allí, fundó y ejerció la conducción de la CTERA (Confederación Trabajadores de la Educación de la República Argentina) de la que fue Secretario General entre 1988 y 1991. Permaneció en la conducción del sindicato provincial hasta 1998. Ya jubilado como docente provincial, integró el Senado provincial entre 2002 y 2006.

Intentando superar el desaliento y la perplejidad que le produce asistir al penoso “cuadro de calamidades concurrentes” que se ciernen sobre “la institución más importante de la nación: la escuela”. Con voluntad de contribuir e interpelar a la comunidad responsable, Garcetti elige contar una experiencia del magisterio mendocino y nos sorprende con su relato desde el título: El 71. La gesta fundacional de las maestras mendocinas. No es fortuita su elección, suena como una sutil exhortación para recordar que las raíces combativas del gremialismo docente reposan en una trayectoria anterior y distinta de la que ha construido la épica del Mendozazo, que convirtió a las maestras en heroínas fundadoras de una estirpe de luchadoras gremiales.

“El 71″ despliega una pormenorizada crónica sobre los avatares de la prolongada huelga docente de ese año, que constituye a los ojos del protagonista y testigo, una experiencia excepcional porque vino a revertir la zaga de fallidas protestas de años anteriores, que se diluían entre la erosión de las libertades impuesta por el gobierno de facto y la impotencia de una dirigencia fragmentada. Pero sobre todo porque marcó el camino de la unificación sindical en la provincia. Y por esto mismo, el autor la enlaza con la experiencia de IDEA, una agrupación pionera de la lucha sindical en la provincia en el gobierno de José Nestor Lencinas.

La crónica del ‘71 está precedida de tres capítulos en los que se lee una descripción breve y convincente del contexto y la dinámica en que se debatía el gremio docente por aquellos años. La representación gremial del magisterio mendocino se repartía por entonces en tres sectores: el Sindicato del Magisterio -organización que ostentaba la personería gremial, de filiación peronista– la UGEM (Unión Gremial de Educadores Mendocinos), que reunía a los “maestros católicos”, y los llamados “Independientes”, muy fuertes en San Rafael y, al parecer, los que se presentaban como más díscolos y “sacaban chapa de combativos”. En circunstancia de conflicto las tres agrupaciones disputaban el liderazgo, pulsaban el ritmo de los paros y trataban de acordar. Pero, en los momentos álgidos las decisiones se tomaban en plenarios docentes integrados por delegados de base de las escuelas que votaban de manera autónoma de las conducciones gremiales. Es decir, la representación gremial no estaba unificada y operaba con un sistema autónomo en la base y fragmentado en las cúpulas que no resultaba eficaz en momentos de tensión, y sobre todo cuando el gobierno apelaba al descuento como el arma más eficaz para frenar los paros. Todo esto en medio de las inquietudes que influían sobre la identidad gremial docente tironeada entre una conciencia que apelaba al perfil “apolítico” del docente y una novedosa y creciente interpelación a identificarse con las luchas obreras. La huelga del ‘71 continuaba el reclamo de años anteriores por una urgente actualización salarial y el reconocimiento de los derechos previsionales previstos en el Estatuto del docente, largamente transgredidos. Se agregaba el rechazo a la reforma educativa pergeñada por el gobierno de Onganía que había propiciado una resistencia gremial nacional ante lo que se consideraba una embestida contra la escuela pública. El debate sobre la reforma se ventilaba en las asambleas regionales del Congreso Nacional de Educación convocadas por diversos nucleamientos docentes. Había tenido como escenario a la provincia de Tucumán el año anterior y debía continuar en Mendoza en el mes de abril. Conviene advertir que, tras la cuestión programática, se filtraba la invocación a una nueva cultura política de la docencia argentina. A la convocatoria de los gremios nacionales a un paro para fines de marzo se agregaba la convulsión política que provocaba la crisis en el régimen militar y el cambio de gobierno del general Levingston por el general Lanusse. Sin embargo, al parecer, estas tensiones no fueron las que catalizaron la deriva del paro en la provincia, que adquirió una dinámica autónoma del ritmo espasmódico de las convocatorias nacionales. Estos capítulos, además de delinear la coyuntura y el clima del momento, constituyen un ejercicio reflexivo de Garcetti respecto de las estrategias en danza en esa escena, y tal vez una más larga y persistente pregunta acerca las formas de articular la demanda gremial con un proyecto educativo ciudadano.

Luego el autor nos sumerge en la crónica de cuatro meses febriles-de marzo a junio- en los cuales el conflicto escala ante un gobierno provincial preso de su propia obstinación, de la envergadura que alcanza la protesta social en el país y de la imposibilidad de maniobra en que lo ponía la verticalidad autoritaria del régimen. Esa misma pertinacia acicateaba a las dirigencias a eludir el fantasma del fracaso de experiencias anteriores y poner en marcha un experimento novedoso: una conducción unificada que neutralizara divisionismos y balanceara la partida. Tan crucial como esta convergencia será -para el protagonista- el tono que adquieren los Plenarios docentes, que se suceden en un ritmo febril y con una densidad de deliberación capaces de contrarrestar el “basismo anárquico” y propiciar consensos argumentados y confiables. La adhesión del Cuerpo técnico de Inspectores a la lucha gremial, que rompía con su rasgo tradicional de cadena de transmisión de la autoridad gubernamental, resultaría otro condimento decisivo.

El atractivo que supone leer la crónica -donde se suceden en simultáneo los avatares del Congreso de Educación, las estrategias para neutralizar los intentos divisionistas del gobierno y la huelga por tiempo indeterminado; las tensiones que añade al conflicto la coyuntura nacional y la convocatoria al GAN de Lanusse y la férrea disposición de la dirigencia a mantenerse unida, plural y prescindente de las inclinaciones partidarias- se lo dejamos a los lectores que podrán apreciar un ejercicio de memoria que se cuida de la autorreferencia y crece salpicado con reflexiones ecuánimes. Cabe reconocer que, sin pretensiones mayores, el autor entiende la importancia de ofrecer evidencias de su relato y para ello recurre en exclusiva al diario Los Andes. Nos anoticia que el matutino no sólo siguió los sucesos, sino que marcó línea editorial a favor de la lucha docente que había trascendido y movilizado a asociaciones de padres, y a otras -como el Club de Leones y el Rotary Club- que se ofrecían como mediadoras en el conflicto. Los episodios finales, contados en el capítulo titulado “Una marcha mágica” -en la que 4.000 docentes en guardapolvos blancos desfilaron silenciosos y en formación escolar simétrica a la casa de gobierno- parecen ser una exhortación del autor a pensar que la práctica gremial docente de entonces refería a un proyecto, una ética -y aún más- una estética acorde a la dignidad del rol social. El desenlace de la zaga se cuenta en el palpitante “Plenario de la unidad” que reunió a 570 delegados de 335 escuelas que debatieron en las tribunas repletas de la Asociación Mendocina de Box, reducto tradicional de aquellas asambleas. Y lo que importa de ese episodio es, más que la aprobación plenaria del acta-acuerdo entre el gobierno y el sindicato -que por primera vez en mucho tiempo cerraba el conflicto sin derrota, sin descuentos y sin sospechas y acusaciones mutuas de traición entre dirigentes- la decisión de toda la dirigencia de converger en una conducción única, que marca la fundación del SUTE y el comienzo de un giro crucial en la historia gremial docente mendocina.

En el cierre el autor ejercita una síntesis reflexiva sobre el propósito principal de su empresa: restituir estatura al debate educativo y el papel central de la escuela pública. Se puede coincidir o polemizar con la síntesis, pero es imposible quedar indiferente al foco de sus preocupaciones. El maestro no da lecciones, más bien vuelve a interrogarse sobre el vínculo entre educación, política y gremialismo. Saludable ejercicio tamizado por su aspiración de recuperar la jerarquía de la función docente como dadora de sentido a múltiples y diversas luchas.

* La autora es profesora de Historia y Magister en Ciencias Sociales.

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