De vez en cuando, la vida nos brinda la oportunidad de apreciar, con belleza y agradecimiento, la pequeña o gran naturaleza que nos rodea y nos contiene. De vez en cuando digo, no porque la naturaleza se ausente o se esconda sino porque, hoy, los humanos estamos más interesados en otras realidades o necesidades. Por eso, de vez en cuando, escucho con atención la canción de Serrat que me llama a no perder esos momentos de profundidad, de espiritualidad y de vida.
Entonces, me concentro (imaginativamente) en aquel primer momento de muy fuerte y enceguecedora luz que lo invadió todo -es un modo de nombrar lo que no existe- y empezaron a aparecer las esfumaturas de los gases primigenios que, deslizándose, comenzaron a agrandarse y combinarse para llegar a constituir (después de miles de millones de años, según nuestra medida) lo que hoy denominamos universo y, dentro de él, al planeta donde nuestra humanidad habita desde hace milenios.
Es un grandioso nacimiento. Al que debemos que hoy estemos vivos (¿y conscientes?) dentro de todo lo que nos rodea. Nadie su turbe o se enoje por lo de “conscientes?”. Es que, más allá de que grandes sicólogos y siquiatras, - hace ya tiempo- hayan demostrado que cada uno de nosotros/as, al vivir, pensar y actuar, estamos regidos -de modo prevalente- por nuestro ‘Inconsciente’ personal o colectivo más que por nuestro ‘consciente’ de quienes somos, y del momento y de las circunstancias que nos rodean.
Jesús el Nazareno
Para los cristianos, aquel primer y grandioso nacimiento llegó a su culmen y plenitud con la llegada de este “hijo del hombre”, este Hombre con mayúscula, que, como todos/as, tuvo una familia, fue niño, adolescente, joven y adulto. Que dedicó su vida a vivir con los naturales de su pueblo y mezclado con ellos. Pero con una conciencia y una misión (que según él mismo dijera era “el alimento de su vida”): ‘Vivir como la primera creación del varón y de la mujer’. Con la certeza de una vida recibida para ser fiel a aquel ‘primer nacimiento’: cuidando y engrandeciendo todo lo recibido -como gesto de agradecimiento y amor- y apoyando a la gente que, al verlo y escucharlo, deseaba imitar su vida.
Como toda persona valiosa que hemos conocido o de la que hemos sabido su historia, Jesús, desde su nacimiento, tuvo una difícil vida en lo material y en la convivencia con los pares de su pueblo. Pueblo -como el nuestro hoy- que deseaba liberarse del yugo de los poderosos -entre los que se encontraban los jefes civiles, militares y religiosos- para conformar una sociedad más justa e inclusiva, como lo habían escuchado de sus profetas.
Para ayer y para hoy, el mismo deseo continúa presente. Pero cada persona y cada generación finaliza su camino en este mundo con la triste desilusión de no haberlo logrado. También así lo sintió Jesús. Con la ilimitada diferencia de no caer en la desilusión total, sino con la paz de haber “cumplido con su obra” y “ofrecer su vida como testimonio y legado”. No dejando, nosotros, de reconocer que muchas personas así lo han hecho a través de la historia.
Dónde estamos hoy
Conocemos que la evolución de la humanidad está llegando a realidades tan avanzadas como nunca imaginadas. Es lo que modela o influye en nuestro modo de vivir: nuestra cultura –entendida como eso- lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos día tras día. Permítanme, entonces, trazar algunas líneas sobre nuestra cultura.
• ‘Cada uno/a es dueño de hacer lo que le parece o le viene en ganas’. Expresión cotidiana que oculta una falsa libertad porque nos obligaría a vivir separados por quilómetros a unos de otros. También oculta: ‘¡es lo que hay!’, con la convicción de que nada se puede cambiar. Y oculta la más nueva: ‘¿todo bien?’, con la intención de que a nadie se le ocurra “tirar pálidas”. Y la convivencia, y el tratarnos bien y la amistad y el amor: ¿son realidades superadas por el poder y el tener?
• ‘Cuidemos la estricta vigencia de la propiedad privada’. Nada nuevo, pero hoy relanzado como si fuese el nuevo paradigma. Es cierto: todos tenemos derecho a ser dueños de lo que produce nuestro esfuerzo y nuestro trabajo. Pero hay una pregunta que casi nadie se hace: ¿y cuando el fruto del esfuerzo y del trabajo personal lo manejan otros/as, aquí y en cualquier geografía de nuestro planeta?
• Como tantos otros mandatos ejemplarizadores de Jesús, éste también, parece, ha caído en desuso: “no hagas a otro/a, lo que no deseas que te hagan”.
* El autor es sacerdote católico.