El presente proceso electoral ha deparado varias sorpresas. La primera fue el triunfo en las PASO de agosto de Javier Milei, quien en las encuestas previas figuraba en el tercer lugar. La primera vuelta de hace pocos días mostró un resultado aún más sorpresivo, para muchos, con el claro triunfo de Sergio Massa, que lo deja muy cerca de ser elegido presidente en el balotaje de noviembre. ¿Qué explica este marcado cambio en la voluntad de los votantes? Hay razones coyunturales, pero hay una que consideramos más importante, más de fondo. Es la presencia de lo que podríamos llamar “voto conservador”, aunque el término se preste a confusiones.
El voto a Milei, un candidato que interpela a la clase política y las corporaciones -la “casta”-, puede ser visto como expresión de un voto bronca, del hartazgo de muchos frente a la situación política y económica. El candidato de La Libertad Avanza recibió ese apoyo en las urnas por ser el único en sostener la idea de que el país necesita cambios urgentes, radicales e irreversibles. Incluso sabiendo que su propuesta es vista por muchos otros como casi antisistema, como un salto irresponsable al vacío. Este planteo radical puso en situación difícil a Juntos por el Cambio, que además de atravesar una interna sangrienta, pareció perder el predominio del discurso opositor y de cambio.
Si de manera simplista podemos afirmar que en política hay dos actitudes bien marcadas, una progresista, dispuesta a arriesgar porque percibe que los cambios siempre son positivos, y otra conservadora, que prefiere resguardar lo que se tiene antes que aventurarlo, Milei se apropió de la propuesta progresista, capturando los votos de todos aquellos que están dispuestos a correr el riesgo de un cambio profundo, diluyendo la propuesta de cambio de Bullrich. Pero también hizo que en torno de la candidatura de Massa por Unión por la Patria se generara una duda. Obviando el desastre del gobierno, quedaba claro que era el único candidato potable que el oficialismo podía presentar, y que podía aparecer a los ojos de muchos votantes como una oferta electoral segura, previsible, como garante de la gobernabilidad. Se dice que cuando el peronismo gobierna es más fácil mantener controlado el conflicto social, aunque no siempre los medios para conseguirlo sean los mejores. El resultado de las PASO pareció despejar esa inquietud, poniendo las cosas en su lugar: un candidato que a su vez es ministro de economía de un gobierno que no puede controlar variables básicas como la inflación y el dólar, es lógico que tenga un mal desempeño electoral.
Por eso el claro triunfo de Massa en la primera vuelta sorprende, haciéndonos pensar a priori que estamos ante un voto conservador, continuista; que el temor al cambio en gran parte de la sociedad –inducido por los errores y patinazos de Milei tanto como por la campaña de desgaste de una buena cantidad de medios de comunicación y los otros competidores políticos- ha forzado a repensar las opciones y preferir ir a lo seguro. Pero, ¿qué es lo que se conserva con este voto? Se puede sostener, como algunos creen, que Milei constituye una amenaza al sistema democrático y que, en consecuencia, votar a Massa es una garantía de conservación de las instituciones republicanas y democráticas. Pero, en ese caso, es lógico preguntarse por qué esos votos no se decantaron por una propuesta más claramente republicana e institucionalista, conservadora, como la de Bullrich.
Otra respuesta, tal vez más plausible, es que el votante de Massa tenía mucho por perder en caso de un cambio de gobierno. Su actitud no sería ideológicamente conservadora, sino una respuesta meramente pragmática e instrumental: conviene defender lo que se tiene, aunque lo que se tiene sea poco. Es una sensibilidad básica del votante que no debe pasarse por alto. Pensemos en los empleados públicos nacionales, provinciales y municipales; en los beneficiarios de planes asistenciales del Estado; en aquellos que dependen de los punteros políticos y los intermediarios para acceder a subsidios y servicios. En ese sentido la campaña que asustaba con el posible aumento en el valor del transporte si ganaba la oposición fue sumamente eficaz –como lo es hoy la similar respecto del valor de los combustibles-. Lo que parece un voto conservador, termina siendo en el fondo simple voto por temor, algo que el aparato electoral peronista suele manejar muy bien. La drástica reducción del corte de boleta en los lugares donde gobierna el peronismo, particularmente en el conurbano bonaerense, es una clara señal de “disciplinamiento”, sin olvidar el impacto del plan platita, tan eficaz en tiempos electorales.
El problema es que ese voto permite ganar elecciones, pero implica la postergación indefinida de las reformas que el país necesita. Se proponga un cambio radical o más moderado, el sistema actual, generador de pobreza y retraso, requiere ser modificado. El voto “conservador”, de llevar a Massa a la presidencia, puede convertirse en un cheque en blanco para mantener de manera indefinida un desastroso status quo.
* El autor es profesor universitario de Historia de las Ideas Políticas.