El proyecto de disciplinamiento judicial, empresario y mediático que tenía en mente Cristina Kirchner en 2019, el año de su retorno al poder, no se concretó porque un imprevisto absoluto paralizó al mundo durante un año: una pandemia global. Cuando regresó la normalidad, tenía encima una elección en la que perdió por paliza. La legitimidad que había reconquistado, la perdió 2 años después. El tiempo es un enemigo que mata huyendo. En esa clave se entiende la ofensiva salvaje y desesperada para destruir a los tribunales que la juzgan y los medios que narran su desasosiego.
Convencida de que la única salida que tiene es un ciego salto hacia adelante, Cristina puso toda su estructura a degradar el terreno institucional. No quiere lo que sabe inalcanzable, el juicio político y la destitución de la Corte. Sino lo que tiene a mano: dejar tierra arrasada para quien venga.
Esa desesperación explica las extravagancias que está exhibiendo el Gobierno: un ministro de Justicia que propone cambiar instituciones de la Constitución Nacional con simple decreto de necesidad y urgencia. Un legislador que se dispone a firmar allanamientos en los domicilios de jueces, como si una banca en el Congreso lo habilitara a actuar como el comisario mayor de la república. El funcionario responsable del funcionamiento legal de los servicios de inteligencia demanda a periodistas porque informan del desquicio público y evidente del espionaje estatal.
Nada de eso ocurriría sin el abismo que Cristina le señala a sus seguidores prediciendo una derrota segura y amagando con renunciar a todo, sin renunciar a nada.
Sucede como en la novela histórica de Félix Luna sobre Julio Roca. Paul Groussac entrevista a Roca sobre la sucesión del presidente Nicolás Avellaneda. Roca era su ministro de Guerra. Competía contra Carlos Tejedor, gobernador bonaerense. Tejedor anuncia su renunciamiento. Le preguntan a Roca si lo cree sincero. Roca contesta con ironía: “Tejedor puede renunciar 20 veces a ser candidato y retirar 20 veces su renuncia, sin riesgo a perder uno sólo de sus votos. Los tiene encerrados en las cartucheras de los vigilantes”. Así tiene Cristina al peronismo: puede presentarse o no, pero mantiene a su estructura en las cartucheras del presupuesto.
Sergio Massa cree que Cristina no quiere presentarse para gobernar asumiendo la presidencia. Deduce que, si la vicepresidenta hubiese querido preservar de esa manera su proyecto político, hubiese despeñado del cargo a Alberto Fernández, un presidente con menos convicciones que Isabel Perón. ¿Candidata para los fueros? Puede ser. ¿Para gobernar la crisis que ella misma generó? Lo más probable es que no.
Massa cree que hay una oportunidad para él en esa fisura. Hay dos señales que confirman esa especulación. Los legisladores nacionales que responden al ministro de Economía acompañarán con disimulo la embestida contra la Corte. Massa aspira a postularse, sin ser impuesto por Cristina. Pero sabe que le sería difícil ser candidato contra Cristina.
La segunda señal es de sentido inverso. El kirchnerismo está dando una batalla terminal por la coparticipación porteña que manoteó para la caja de Axel Kicillof. Massa acompaña en silencio. Mientras, le dio prioridad a una multimillonaria condonación de deudas a las empresas Edenor y Edesur. Por un monto que duplica los fondos en controversia entre Horacio Rodríguez Larreta y el Estado nacional. Es la caja de Massa, mascullan en El Calafate.
Para poder presentarse, Massa necesita aplacar la inflación. Las posibilidades de un descenso real son ínfimas. Por ahora mantiene a distancia y en vilo, con múltiples desdoblamientos cambiarios, la expectativa de una devaluación ortodoxa. Pero la bicicleta financiera en la que se mueve -dosificando deuda interna y emisión- está al borde de la caída. La calificadora de riesgo Standard & Poor´s revisó el último canje de deuda en pesos. Advirtió: los requisitos impuestos se parecen demasiado a los de una renovación obligada por condiciones de default.
La dirigencia de Juntos por el Cambio está interpelada por estas caras diversas del oficialismo. Podría señalar con insistencia el fracaso antiinflacionario de Massa, pero la embestida de Alberto y Cristina contra el sistema institucional obliga a la oposición a un debate urgente. O se soslaya el ataque contra la Corte con el argumento de que es un ardid que no cuenta con los números requeridos para destituir a los jueces; o se lo contradice con toda la energía necesaria. Por el daño que genera, incluso naufragando sin los votos necesarios.
Esa discusión estratégica se presenta de distintos modos. ¿Deben asistir los legisladores opositores a la escena de suplicio que prepara el Santo Oficio kirchnerista contra los jueces de la Corte Suprema? ¿Tienen margen para ausentarse en ese debate simulado con todo cinismo por verdugos enconados contra ley, indiferentes a la verdad? Si asisten, ¿conviene aprovechar el cuórum y poner sobre la mesa los pedidos pendientes de juicio político contra el presidente y la vice?
La cúpula de Juntos por el Cambio venía entretenida con la novela dominante de sus charlas de verano: hasta dónde retendrá su pretensión de armador Mauricio Macri. La ofensiva oficialista cambió las cosas. Importa menos el armado que Juntos por el Cambio le ofrecerá al país y más el país que le quedará, destruido, a la oportunidad de regreso que cree tener cerca Juntos por el Cambio.