Hace 5 años publiqué un artículo en Los Andes: 2 de marzo de 1561: Fundación de la Ciudad de Mendoza (Los Andes, 2 de marzo de 2016, p. A17). Como en esa oportunidad, de nuevo me remito a mi opúsculo: “La Ciudad de Mendoza: Cartografía y Urbanismo (1794-1846). Precisiones Históricas”, 2006. En las notas complementarias, especialmente la nº 7, hay una puesta al día de cuestiones relativas a la cartografía fundacional, de donde reproduje unos conceptos en el artículo indicado.
Hoy sólo quiero hacer mención de un dato que se conecta de algún modo con la cartografía cuyana. Es en todo caso una referencia interesante para enriquecer la comprensión del tema. Pertenece a Erwin Palm (1910-1988) eminente americanista de Heidelberg, que tuvo la deferencia de enviarme algunos de sus trabajos, hace muchos años ya.
Al repasarlos, advierto la pertinencia de uno de ellos, titulado “Estilo cartográfico y tradición humanista en las Relaciones Geográficas de 1579-1581” (1972), donde señala como fuente del estilo cartográfico de las Relaciones, al llamado Códice de los Agrimensores, del siglo VI, impreso en 1554 en París.
Y dice Palm: “En 1576 entra en las colecciones de El Escorial, procedente de una de las grandes bibliotecas del humanismo español, la de Diego Hurtado de Mendoza”.
Este personaje, escritor, diplomático, muerto en Granada en 1575, según la información a mi alcance, no guarda relación con la familia Mendoza (de mendi otxa –monte frío- señores de Llodio, Álava, Marqueses de Cañete) ligada a la fundación de nuestra ciudad: Diego Hurtado de Mendoza y Silva (¿-1542), I Marqués de Cañete –padre de Andrés H. de M. y Cabrera (1510-1560), II Marqués de Cañete, III Virrey del Perú, y éste, padre de García H. de M. y Manrique (1555-1601), IV Marqués de Cañete, Gobernador de Chile, fundador de varias ciudades, entre ellas Mendoza, y VIII Virrey del Perú. Su hermano Diego, III Marqués, había muerto en 1560.
Como evidentemente la información cartográfica ordenada por Felipe II que da lugar a las Relaciones es posterior a la fundación de las ciudades cuyanas, queda en pie lo que apuntaba en mi nota anterior acerca del valor de estos testimonios gráficos locales –con más certeza si cabe-, tal como aparece en mi referida publicación.
