El 21 de setiembre -tal vez temprano- murió Mario Wainfeld. Esa mañana, mientras leía los ecos del debate de los candidatos a vicepresidente me alertó el aviso de una común amiga. La noticia estuvo pronta en las portadas de Pagina 12, La Nación y Clarín. La estatura periodística de la que fue dueño se pudo sopesar al filo de la tarde, cuando los grandes medios gráficos dedicaron obituarios con firmas notables. En “Gente de a pie” -el programa radial que creó y dirigió por bastante más de una década en radio nacional- se multiplicaron los homenajes de escuchas cotidianos, de lectores, de compañeros y compañeras, de amigos y amigas. Entre los tempraneros posteos se pudo leer el de Gustavo Arballo que señalaba “persona hermosa, generosa, fina pluma sin canchereo, gran golpe de vista para lo micro y lo macro, culto pillo y lúcido sin pose tiraposta ni sabihondez, sobrio y a la vez ameno, inverosímilmente bueno”. El entrañable “In memorian” de Martin Rodriguez en la revista Panamá redondeaba el testimonio del afecto y el respeto que supo suscitar entre pares. Tal vez algo de todo esto pueda constituir un bálsamo al dolor su compañera -Cecilia- y de sus hijos ante una pérdida súbita e inesperada.
Conocí a Mario en el ‘85 cuando la revista Unidos coorganizaba en Mendoza seminarios de estudio y debate con la revista Alternativa Latinoamericana. Fueron tres o cuatro, por lo menos hasta 1989 y se nutrían de una amplia y plural convocatoria de intelectuales públicos, militantes, dirigentes políticos del peronismo, y no sólo. Unidos fue una revista política emblemática de la década del ‘80. Salió al ruedo para hacerse cargo de la interpelación que el retorno democrático interponía a la tradición peronista. Dialogó y polemizó con la Renovación Peronista y con sus pares de la izquierda intelectual democrática cercanos al Alfonsinismo. En la revista que dirigió Carlos Chacho Alvarez, Mario Wainfeld fue durante 7 años el secretario de redacción junto a Arturo Armada. Luego se haría cargo de la dirección cuando el Chacho se convirtió en diputado en 1989. Escribió allí artículos memorables junto a Norberto Ivancich, Vicente Palermo, Horacio Gonzalez, Roberto Marafiotti, Oscar Landi, por nombrar algunos de los más asiduos colaboradores y miembros del consejo de redacción. En 2005 contaba que el armado de la publicación “forzaba a una entrañable rutina: reunirnos en interminables veladas una vez por semana, de ordinario la tarde de los sábados. De esa época recuerdo abundantes charlas de café, casi todas en la plaza Serrano en las que la mitad del tiempo reíamos a carcajadas. El resto del tiempo en algo andaríamos porque la revista salía y no tan mal.” Dueño de un humor envidiable que impregnaba una pluma impecable y alivianaba cualquier registro. Como muestra imborrable de ese estilo, que moldeó y cultivó en Unidos, recuerdo hoy el título con que encabezaba su intervención en el número en que la revista trataba de explicar y explicarse el triunfo de Carlos Menem sobre Antonio Cafiero, en la (única) interna abierta para la elección de candidatos a presidente que realizó el peronismo en julio de 1988: ¿Patoruzu le ganó a Isidoro?
Entre 1991 y 1995 en el contexto hostil que para aquellos intelectuales impuso la hegemonía menemista, poquito antes de reinventarse como periodista profesional y de acompañar con pasión la experiencia del Frente Grande y luego el FREPASO, animó una serie de seminarios apoyados por la internacional socialdemócrata Fiedrich Ebert. Para sumar contenido a la disidencia interna del bloque de “los ocho diputados” Wainfeld convocaba a diseccionar el modelo menemista hegemónico, su lógica y su impacto social. Con la compañía de Armada e Ivancich reunió un arco amplísimo de cuadros intelectuales y técnicos. “Los que resisten de afuera”, “Los que la pelean de adentro” subtitulaba en alguno de los 6 volúmenes que publicó ediciones Unidos. Y no faltaron allí mendocinos y mendocinas que testimoniaran sus experiencias y las formas en que la gestión del peronismo mendocino probaba modular la impronta menemista. Pero podría decirse que estas experiencias no fueron sino una antesala honrosa a su consagración como periodista profesional, que llegaría a finales de la década cuando se convirtió en el editor de la sección política de Pagina 12 que dirigió entre 1997 y 2004. Desde entonces ese diario fue el hábitat primordial de su oficio hasta que comenzó a compartirlo con otro en el que desplegaría la misma pasión y el mismo talento: la radio.
Imposible saber cuántos, pero seguro fuimos muchas y muchos los que a lo largo de más de 20 años esperamos interesados sus columnas cada semana. De ordinario, acotadas a un tema la de los jueves, y generosas en el análisis de la coyuntura los domingos. Con esa incitante capacidad para combinar crónica rigurosa y bien informada, análisis agudo y opinión matizada y prudente. Sagaz para leer la realidad, y más cuando le era esquiva a sus pareceres. Honesto y sensato como cuando mantuvo una crítica sostenida al apagón del INDEC por el gobierno kirchnerista. Lúcido, erudito y plural, tanto podía leer los enigmas de la realidad apelando a Borges, ensayar una conjetura recurriendo a Weber, recordarnos una sentencia de Mao Tse Tung o invocar la lucidez analítica de Guillermo O’Donnell, por nombrar algunos de una biblioteca extraordinaria. Y por sobre todo, el humor imperecedero, que vivió en la fábula del “politólogo sueco que hacía su tesis de posgrado en la Argentina” embelesado con la “pelirroja progre” que le decodificaba los enigmas de política popular, casi siempre incomprensibles para el europeo.
Gran amigo de muchos mendocinos era una visita frecuente en Mendoza. Casi siempre con Cecilia, su compañera para compartir seminarios, charlas, paneles. En la Fundación Ecuménica de Cuyo invitado por amigos de toda la vida como Rolando Concatti, Oscar Bracelis, Carlos Vollmer por nombrar los más antiguos y habituales. Invariablemente para conversar de libros, de política, intercambiar ideas y cultivar afectos. Las últimas visitas de las que tengo recuerdo fueron para presentar sus libros: Kirchner el tipo que supo (2016) y Estallidos argentinos (2019). Escritura que le reportaría grandes satisfacciones, y en la que recaló -se puede pensar que tardiamente para su trayectoria- después de la persistente insistencia Carlos Diaz, director de Siglo XXI. El primero tuvo más de 5 ediciones y debe haber vendido más de 8.000 ejemplares. Lo presentó en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNCuyo en una sala colmada que daba una medida de la popularidad que había alcanzado. Recuerdo que estaba muy feliz, quizás por el éxito, pero como siempre, más porque era la ocasión para terminar la velada con un buen vino y una charla con los amigos.
Hace unos días y a propósito de un escrito sobre los 40 años de democracia una colega y amiga ensayaba hurgar en el espíritu que campeó entre los intelectuales, académicos y periodistas en el debate de la escena pública de los años ‘80. En el actual escenario actual tan incierto, lejos de la evocación nostálgica que embellezca una experiencia que tuvo sus contrates y claroscuros me pareció una incitación inspirada. Tal vez si pensamos en una encarnación de esa experiencia Mario Wainfeld sea un buen ejemplo. Por no abandonar nunca su ejercicio del debate abierto por entender que la discusión y deliberación política era confrontación, pero también un encuentro de amigos dispuestos a hacer de ella una parte sustancial de la existencia cotidiana, una práctica más, de las tantas que distinguen la calidad humana, producir el hecho cultural y ciudadano de juntarse y compartir el pensamiento.
*La autora es Maria Teresa Brachetta ( historiadora FCPyS, UNCuyo)