Marc Bloch en el Panteón francés

Bloch precisó la decadencia del carácter sobrenatural atribuido al poder monárquico con lo cual puso sobre el tapete el declive del origen divino de los reyes y el pasaje de la lealtad del Rey a la Patria.

Marc Bloch en el Panteón francés
Marc Bloch

Semanas atrás el gobierno de Macron anunció la panteonización del historiador Marc Bloch siguiendo la huella de reconocimientos de la nación francesa previos dedicados a Olympe de Gouges, Simone Veil, Josephine Baker y Missak Manochian. Más allá de las controversias sobre el eventual uso público del historiador que revolucionó junto a Lucien Fevbre el saber histórico en la coyuntura posterior a la Gran Guerra, y que murió fusilado por los nazis por su inclaudicable compromiso con los valores republicanos y humanitarios, la comunidad mundial de historiadores ha manifestado sus respetos al enorme maestro que enseñó en sus clases y monumental obra la manera en que el pasado vive en el presente, las reglas que rigen el conocimiento histórico (“la ciencia de los hombres en el tiempo”) y la importancia de los testimonios voluntarios e involuntarios para componer y comprender el pasado humano. Una expresión blochiana lo expresa de manera magistral: “el historiador se parece al ogro de cualquier leyenda: allí donde olfatea carne humana, ahí sabe que está su presa”. La escribió poco antes que la Gestapo lo hiciera prisionero y muriera fusilado en 1944 al grito: ¡Viva la France!

Había nacido en Lyon en 1886 en el seno de una familia judía laica para luego estudiar en prestigiosos liceos de París donde abrevó en el saber de Clío que cultivaba su padre. Mientras cursaba en la École Normale Supérieure estalló la Primera Guerra Mundial por lo que se alistó en la infantería y marchó a las trincheras. La guerra, según sus devotos admiradores, constituyó una experiencia crucial en su biografía política e intelectual no solo porque la vivió como soldado, testigo e historiador sino también porque representó una especie de laboratorio de “psicología social” que le permitió apreciar el papel de las leyendas y mitos, y las noticias falsas y verdaderas en las representaciones mentales y las prácticas de personas de carne y hueso. Concluida la guerra, regresó a París donde obtuvo el título de doctor en La Sorbona que lo habilitó a enseñar historia medieval en la Universidad de Estrasburgo. Allí acunó un texto capital que publicó en 1924: Los Reyes Taumaturgos. Un libro que estaría destinado a convertirse en un clásico de la historiografía mundial y que fue traducido al castellano recién en 1988.

En ese libro, Bloch prestó atención a un rito extraordinario que había desaparecido en el tiempo presente que vivía. Un rito que consistía en la creencia popular sobre el poder curativo de las escrófulas por parte de los reyes de Francia e Inglaterra con el simple gesto de posar sus manos en las dolencias de sus súbditos o creyentes. Bloch no sólo documentó con erudición apabullante el origen, características, cronología e intermediaciones que hicieron pervivir el ritual por siglos a uno y otro lado del Canal de la Mancha demostrando el papel que cumplen las representaciones colectivas en las fuentes del poder político. A la vez que hizo uso de la comparación para conocer las particularidades de uno y otro caso, Bloch precisó la decadencia del carácter sobrenatural atribuido al poder monárquico con lo cual puso sobre el tapete el declive del origen divino de los reyes, el clivaje secular del nuevo poder radicado en el triunfo de la razón moderna, el pasaje de la lealtad del Rey a la Patria, y el modo en que los sentimientos nacionales movilizan y cohesionan identidades y sensibilidades políticas.

Con ello, el joven Bloch rompía lanzas con el positivismo y el método erudito crítico acuñado por Ranke y sus seguidores franceses que habían hecho del estudio de la política, lo público y el Estado objetos prioritarios de las narrativas nacionales. La “batalla por la historia”, como la definió, la historia que merecía ser enseñada y practicada en gabinetes y archivos poco tenía que ver con los “grandes hombres” o el recuento de reyes, ministros, héroes, batallas militares y fechas del pasado francés o de cualquier otro. La historia que valía la pena impulsar debía priorizar el estudio de lo social, la economía, la cultura y el derecho entendido como punto de intersección entre las normas, las costumbres y las prácticas sociales con el propósito de capturar e interpretar las relaciones de los hombres y mujeres con el “medio” o “estructuras” en las que organizan sus vidas cotidianas. Ese objetivo se materializó en 1929 cuando fundó con Lucien Febvre, la revista Annales d´histoire économique et sociale, cuyo título hizo explícito la necesaria relación de la historia con la geografía y las ciencias sociales que tendría enorme gravitación en las historiografías euroatlánticas y latinoamericanas.

Para entonces ya había regresado a París, dictaba clases de historia económica en La Sorbona y se había sumergido en el estudio de la sociedad rural francesa con el propósito de analizar y explicar las estructuras sociales, los vínculos de dependencia que los individuos traban entre sí, las clases sociales y el tipo de autoridad o gobierno resultantes. Entre 1939 y 1940, la empresa intelectual cobró forma en su segunda obra magistral: La sociedad feudal en la que volvió a poner a prueba el método comparativo para explicar el surgimiento y consolidación del “feudalismo” como institución común y, al mismo tiempo, multiforme en regiones de Europa occidental y central.

Entretanto, la guerra volvió a cruzar su vida, aunque mantuvo intacto su compromiso ético-cívico con el de historiador porque mientras estaba escribiendo un texto en el que sistematizaba el método u oficio de historiar, se enroló en la resistencia antinazi. El manuscrito sobrevivió a la tragedia y fue publicado años después por lo que su legado mantuvo vigencia entre los historiadores preocupados por comprender el pasado en sus propios términos, y contribuir a que las sociedades conozcan sus memorias para mejorar la vida en común. Un programa que en la actualidad ha sido puesto en duda por las burocracias estatales de varios rincones del planeta instalando un punto de quiebre en la valoración del conocimiento social e histórico y de la cultura en la forja de sociedades plurales y democráticas.

* La autora es historiadora (INCIHUSA-CONICET).

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA