Yo nunca entendí la manía que tenemos los argentinos de celebrar las muertes. Las muertes no se celebran, a no ser que uno sea dueño de una cochería, que son las únicas empresas que abren por duelo. Me parece que sería mucho más festivo celebrar el día del nacimiento de San Martín, de Belgrano o de Sarmiento, antes que decretar fiesta patria nacional el nefasto día en que murieron.
Es lo mismo que festejar las derrotas. En vez de recordar San Lorenzo, Chacabuco, Maipú, organizar desfiles, retretas, kermeses, el día de Sipe-Sipe, Cancha Rayada, Vilcapugio y Ayohuma. “No me cierra”, dijo la Lilita, prendiéndose la falda. Pero bueno, aceptemos celebrar las muertes, es un hecho impuesto por la tradición.
Ahora, ¿cómo vamos a andar cambiando la fecha de muerte de los próceres de acuerdo a la conveniencia de la Secretaría de Turismo? ¿Qué es esto? ¿Una fiesta patria por el sistema tiempo compartido?
El revisionismo histórico diría que Belgrano, en su lecho de agonía, dijo: “Estoy esperando el lunes más próximo al 20 de junio para morirme”. Y a los escolares se les arma un despelote bárbaro, porque al final deducen que el día de la Bandera es el día en el que fueron con la familia a esquiar a Penitentes. Me parece que deberíamos tener un poquitito más de respeto con aquellas fechas que involucran el sentimiento de un pueblo, viejo, porque si no, con este mismo desparpajo, vamos a trasladar el 25 de diciembre al lunes más próximo, porque es más importante el turismo interno que Jesús.
Yo nací cerca de donde, se dice, Belgrano izó por primera vez la Bandera argentina. Ese Belgrano, que tuvo la genial idea de ponerle el color del cielo a lo que íbamos a ser, tal vez porque supuso que la idea de patria era una idea que podía crecer hasta el infinito. Y cuando uno visita el Monumento a la Bandera siente como una picazón en las “glándulas patriarias”, y una humedad muy digna en los ojos. Y no es para menos.
Es el lugar donde nacieron los colores de uno de los doscientos países que pueblan este planeta. Los colores que nos identifican, que nos dan sentido, que allanan cualquier diferencia, que nos permite salir a celebrar los grandes triunfos de la Selección Argentina. Y lo hizo Manuel, porque Manuel tenía, discúlpeme don prócer, lo que todo prócer tiene que tener, y bien puestos, porque desoyó órdenes superiores ante la urgencia de darnos un techito de tela donde cobijarnos de las intemperies de la colonia. Belgrano fue un tipazo, hermana, hermano, un tipazo de aquellos.
Digan que después vino San Martín a realizar proezas, porque sino sería Belgrano el padre de la patria, sin dudas. Porque luchó, pensó, lloró, sangró, se sacrificó hasta el último peso por una idea que nos incluía, hermana, hermano. Por ese berretín que tuvieron aquellos a los que el futuro jamás les quedó chico.
Fue abogado, fundador de la organización nacional, congresal de la independencia, escritor, periodista, pensador, ideólogo y cuando la patria se lo exigió no dudó se enjaretó el traje con charreteras y espada y se puso al frente de un ejército incipiente, con dos o tres gramitos de estrategia militar y varias toneladas de coraje, realizando, entre batalla y batalla uno de los hechos olvidados de nuestra historia, pero uno de los más heroicos y solidarios: el éxodo jujeño.
Manuel Belgrano, hermana, hermano, el que nunca tuvo un mango ni para pagarse el viaje de regreso a su agonía. Manuel Belgrano, hermana, hermano, ese que murió en la completa miseria.
Tan distinto a los que hoy se creen próceres y viven en la corrupción completa. Manuel Belgrano, hermana, hermano, ese que pintó la libertad de día diáfano con nubosidad aislada. Ese que no se merece que le anden cambiando la muerte para que hagan negocio algunos vivos.