La posibilidad de que Edmundo González Urrutia apareciera en Venezuela el 10 de enero para asumir la presidencia era posible pero incierta. Ahora no está clara la posición que tomará Estados Unidos. El momento de la transmisión del mando en Washington puede hacer de la crisis venezolana un tema de impacto. El 10 de enero faltaban sólo diez días para que Biden entregue el poder a Trump. Esto complica y no simplifica la posición estadounidense en esta crisis. La mayoría de los presidentes latinoamericanos buscará evitar situaciones de violencia, pero sin asumir un rol activo. La excepción podría ser Javier Milei, quien estará dispuesto a acompañar la posición que tome Donald Trump. Para la política exterior de Estados Unidos, una crisis que precipite la caída de Maduro sería asemejada a la que ha tenido lugar semanas atrás con el ex presidente sirio Asad, y sería presentada como el inicio de una tendencia que juegue en contra de las dictaduras latinoamericanas aliadas de Irán y Rusia. Por su parte, la líder de la oposición, Corina Machado, había realizado llamados a las Fuerzas Armadas para que esta vez acompañen a la oposición y desconozcan la interpretación fraudulenta que realizó Maduro de los resultados electorales. Pero este llamado fracasó hace cinco años, cuando el Congreso eligió a Juan Guaidó como presidente provisional, y volvió a fracasar ahora.
Hasta ahora, Maduro mantiene una posición firme y se prepara militarmente para enfrentar una eventual oposición armada en las calles. Ha preparado un contingente de mil quinientos hombres que serán su guardia personal en el caso de que la situación pase al terreno de la violencia. Versiones provenientes de la oposición sostenían que habían surgido dudas en las Fuerzas Armadas y policiales que harían posible una actitud militar diferente a la mantenida durante el último cuarto de siglo, periodo durante el cual los militares venezolanos fueron el sostén decisivo del chavismo. Pero la oposición volvió a equivocarse respecto al comportamiento militar esperado el 10 de enero. A las Fuerzas Armadas y policiales se suman en Venezuela civiles militarizados que son militantes del chavismo, los cuales han recibido refuerzos en armas en los últimos días y que fueron preparadas por Maduro para ocupar el lugar de las Fuerzas Armadas en caso de que pudiera haber alguna defección. Hay quienes pensaban que Venezuela enfrentaba el 10 de enero el riesgo de guerra civil más alto de las últimas décadas, en un marco de incertidumbre sobre alineamientos y comportamientos, pero esto parece haberse evitado por ahora. No está claro cuál puede ser la estrategia operativa de González Urrutia para intentar asumir el poder tras el 10 de enero. Maduro puso de manifiesto su decisión de utilizar misiles antiaéreos para derribar el avión en el que viaje si decide volver a Venezuela.
La militancia opositora que lidera Corina Machado percibía que un fracaso en la asunción de González Urrutia podía llevar a un reforzamiento del régimen, como en alguna medida ha sucedido. La clave sigue siendo la división militar: sin que ella se produzca, las cartas estarán a favor de Maduro. El desenlace hacia una guerra civil no puede descartarse, pero la idea de que la asunción de González Urrutia podía precipitarla no sucedió. En la región, a Maduro le quedan como aliados firmes sólo Cuba y Nicaragua, dado que Bolivia se encuentra atravesando una crisis política relevante que le impide actuar diplomáticamente y mucho menos militarmente. A ello se agrega que Rusia e Irán acaban de recibir un golpe con la caída del régimen sirio. Es decir que Managua, La Habana, Teherán y Moscú no parecen hoy en fuerza de apoyar militarmente a Maduro, pero diplomáticamente los grandes países de Asia y África (China, India, Indonesia, Nigeria, Sudáfrica, Egipto, etc.) no han roto relaciones con el régimen venezolano. En los hechos, han terminado por avalar la continuidad ilegal de Maduro. La posibilidad de que elementos militares organizados fuera de Venezuela y eventualmente en Colombia entren a formar parte de una lucha interna de carácter militar puede darse, pero no sería decisivo. Para Brasil, una desestabilización militar en la región es un problema que quiere evitar. Lo mismo sucede con Colombia. Es que el “derrame” del conflicto militar venezolano podría crear condiciones para que los grupos paramilitares y de delincuencia organizada -como el Comando Vermelho de Brasil, que ha extendido sus operaciones a Colombia, Venezuela y Perú-, aprovechen la situación para extender estas redes. Lo mismo sucede con las organizaciones criminales venezolanas.
Pero el 20 de enero comienza un segundo round en esta crisis: ese día asumirá la presidencia Donald Trump y entrará en funciones su Secretario de Estado, Marco Rubio, un hombre del grupo cubano-americano. El conflicto está abierto y continuará.
* El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.