Nuevos impuestos y más inflación son la receta infalible para que sigamos haciendo lo mismo: destruir empleo. Así lo dijo el mismísimo presidente Alberto Fernández ante la flor y nata del empresariado argentino: “Los subsidios no crean empleo”.
A confesión de parte, relevo de prueba.
Quizá por eso resulta más difícil comprender por qué en el país incorregible que es la Argentina seguimos haciendo lo de siempre. O sea, lo que no funciona, a pesar de las pruebas que ponen tal cosa en evidencia.
Como el pomposo y devaluado relanzamiento del programa Carne para Todos, ahora en versión de sólo tres cortes y con volumen suficiente para cubrir apenas la cuarta parte del consumo habitual de carne vacuna del país.
Poca carne y menos bocas de expendio, por lo que el programa se agotará en la provincia de Buenos Aires, donde se vuelcan todos los recursos, cada programa asistencial, subsidio o inversión. Por razones que ya ni vale la pena citar.
Tal parece que Guillermo Moreno nunca se fue de la Secretaría de Comercio.
Y si Alberto Samid se colara en la foto, el combo estaría completo.
Es sólo un breve subsidio más en el país que hizo del arte de parchar hasta el cansancio lo que ya no tiene remedio un clásico contemporáneo.
Pero los subsidios no crean empleo, según dijo el Presidente: lo crean los planes y programas de gobierno elaborados y claramente comunicados a cada uno de los actores; justo eso que no tenemos porque el mismo Presidente dijo antes no creer en los planes, tras haber demorado por meses un acuerdo con bonistas que pudo cerrarse muy rápido, y haber postergado hasta el año próximo otro acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, con lo que se llegará a la mitad del presente mandato sin proyecto alguno.
Aunque el proyecto salta a la vista: en buen argentino, se llama “vamos viendo”.
En el medio, la Nación sigue agotando los recursos que no tiene para afrontar los subsidios a tarifas de todo tipo (transporte, energía, etcétera) y una masa de planes sociales que siguen y siguen creciendo, con un refuerzo formidable en diciembre a la vista de millones de jubilados miserabilizados, ya que se trata de sacarles a los pobres para darles a los más pobres.
El punto último, debe ser reconocido, lo estamos haciendo a conciencia: ya que no podemos crear empleo, al menos lo vamos eliminando a los efectos de cumplir con las premisas del pobrismo alumbrado en los sótanos vaticanos.
Se trata, en suma, de que si todos no podemos ser ricos, al menos podemos ser todos pobres.
A excepción de los dirigentes que nos empobrecieron con dosis parejas de necedad e incompetencia.
A los efectos de no agobiar a los psicólogos sociales pidiéndoles que nos expliquen por qué algunas sociedades optan por la decadencia, tal vez deberíamos sincerarnos.
Decir, por ejemplo, que los subsidios no crean empleo pero que tampoco sabemos cómo crear empleo.
Sería todo un avance el reconocer no sólo nuestros males conceptuales sino la ineficiencia que hemos ido desarrollando, por la cual no podemos solucionar casi ningún problema.