Días pasados, Graciana Peñafort -Directora de Asuntos Jurídicos del Senado y abogada de Cristina Kirchner- sorprendió reivindicando a Montoneros incluyéndose como una más de ellos: “Que conste que no tuvimos miedo de discutirle al mismo Perón e irnos de la plaza”
La juventud peronista de los ’70 creía que el peronismo del 46-55 habia sido como la Cuba castrista y por eso lo hicieron suyo. Inventaron un peronismo que jamás existió. E intentaron imponerlo aún en contra de su creador, quien por lógica reaccionó.
La Cámpora actual son jóvenes politizados que se consideran herederos de aquella juventud setentista, pero no reivindican la violencia. Aunque a cambio de la violencia adoptan un cinismo político muy discutible: creen que hoy en vez de matar al enemigo o morir por ello, lo que se debe hacer es ser igual que ellos, porque es la única forma de vencerlos. Eso es lo que les inculcó la pareja venida del sur. Que si de veras se quiere ejercer el poder, a los malos se los derrota con sus mismas armas: a la corrupción de la oligarquía se la combate con la corrupción de los que dicen representar al pueblo. La ideología de estos chicos es la de la serie “La casa de papel”: robarle al sistema, sacarle plata a los ricos para dársela a los pobres, o más bien a los empresarios de los pobres como Cristóbal López. Es que todo vale para luchar contra el imperio y sus serviles burgueses.
Desde que surgió el peronismo, el voto de los más humildes fue casi todo peronista. El de la clase media mucho menos. Pero la novedad histórica que empezó en los 70 cuando los jóvenes universitarios de familias antiperonistas se hicieron peronistas, ahora se consolidó ya que los sectores intelectuales, universitarios, científicos y artísticos son los que proporcionalmente votan más a los Kirchner, Los humildes siguen votando al peronismo, claro, pero a cualquier peronista, por igual a Menem o a los K. En cambio esta clase media progre no es peronista por Perón sino en tanto los K están en el PJ. Son los que creen, como Peñafort, que si la historia hubiera sido al revés, y los Montos hubieran echado de la plaza a Perón en vez de que el General los echara a ellos, otro hubiera sido el cantar.
Los K, caudillos del sur argentino, fortalecieron su débil poder inicial haciendo una operación política extraordinaria por lo original e imprevisto: definieron a las víctimas del genocidio militar ya no como víctimas sino como héroes de la revolución popular. Además, salvo en la violencia, adoptaron su discurso. No como Perón que sumaba parte del discurso de la izquierda al suyo para seducirlos, sino que hicieron suyo todo el discurso de los setentistas. Aunque sus prácticas siguieron siendo las feudales de siempre. Pero en gente intelectual acostumbrada a moverse más con palabras que con hechos, esto les causó un impacto colosal. Y a cambio estos progresistas aceptaron las prácticas políticas de la pareja e incluso las justificaron sin necesariamente asumirlas ellos. Algunos niegan la corrupción K, pero la mayoría -gente formada y decente- la ve pero la justifica. París bien vale una misa. Además, como se sabe, en política son todos corruptos dice el refranero popular, pero unos son los capitalistas aliados al imperio y otros los nacional populares que efectúan prácticas non sanctas para poder luchar contra los oligarcas en igualdad de condiciones.
Estos muchachos (y los vejetes que eran chicos en los 70 y siguen enojados porque Perón los echó) sienten veneración por Cristina, aún más que por Evita. La sacralizan porque los convocó, los escuchó, les cumplió sus sueños. Sueños que en los 70 condujeron a un baño de sangre, pero hoy son módicos por desactualizados, o sea que muchos efectos no producen sobre la realidad, pero sí en sus mentes. Para ellos los K son dos revolucionarios nacionalizadores que hicieron mucho más que Perón por el socialismo nacional, y aunque la decadencia argentina siga tanto con Macri como con los K, no es lo mismo. Porque Macri hace neoliberalismo y los K hacen todo lo que se puede de revolución en estos tiempos poco revolucionarios. Colman sus deseos plenamente, y ellos a cambio le dan a los políticos K un certificado de impunidad. Es que_para ellos los K demostraron que ese es el único camino de hacer la revolución, lo demás es ser minoría eterna condenada a la nada. Y ahora se sienten parte del todo.
Claudio Lozano, que es un izquierdista lúcido y honrado, sabe mejor que nadie lo que decimos. Durante años se cansó de predicar socialismo al mismo tiempo que acusaba a la corrupción K como una parte más de la corrupción burguesa. Pero cuando vió que nadie le llevaba al apunte, que la historia se le iba de las manos y se acercaba la vejez y el olvido, cedió y terminó aliándose con Cristina. A cambio lo nombraron Director del Banco Nación. Y hete aquí que después de haber vivido una vida izquierdista en el llano minoritario, ahora, con esas mismas ideas, ya intenta expropiar Vicentin como su principal ideólogo, luchando así contra sus odiados enemigos oligárquicos de siempre y hasta soñando con ser él quien conduzca el campo argentino desde el Estado. Todos sus sueños de una vida se le cumplieron en apenas 7 meses. Y ni siquiera necesitó hacerse cómplice de nada, sino solo tolerar los “vicios” de sus jefes, que al fin y al cabo son los vicios de todos los políticos. Hoy se lo ve a Lozano más feliz que nunca. Ya no sólo está soñando, sino haciendo realidad sus sueños, como decía el Che Guevara. Y la revolución bien vale tolerar unos Kirchner.
En síntesis, los K han explotado ese imaginario que quedó pendiente en la historia de qué habría pasado si el último Perón hubiera sido el echado de la plaza y no el que los echó a ellos, la juventud maravillosa. Y ahora tuvieron un triunfo póstumo. Gracias a los K le ganaron al General, le doblaron la mano y se quedaron con el movimiento, sin que fuera necesario que corriera ni una gota de sangre. Bingo. Aunque esa operación no tuviera el menor efecto práctico de mejora de vida para la gente, como sí lo tuvo el primer peronismo, a estos progres les cambió la vida, les permitió asaltar el palacio de invierno sin para ello tener que moderar sus ideas. Y si por ahí se requiere algo de moderación para convencer a algún electorado que se necesita tácticamente para ganar, pues se llama a un Alberto Fernández para ni siquiera tener Cristina personalmente que rebajarse a moderar su ideología revolucionaria.
Para bien o para mal, o para ambas cosas, esta operación política monumental está dando resultado. Van por su cuarto gobierno y ya son parte de la historia argentina en dimensiones muy importantes. Antes de juzgar o condenar este momento histórico habría que intentar comprenderlo.