Hace un par de semanas, el periodista Pablo Sirvén, compartió una bella anécdota que su abuela Lucía le narró siendo él un niño.
Mamina, como todos la llamaban, nació en 1878 y vivió más de cien años, siendo testigo de muchos momentos épicos y otros dignos del olvido.
Según su nieto, entre las tardes de aquella adolescencia hubo una muy especial: caminaba por las calles de Buenos Aires junto a otra muchacha cuando entre el gentío se apersonó el presidente sobre un caballo.
Ambas quedaron anonadadas ante la belleza de sus ojos azules, al punto de no poder dejar de mirarlo. Frente a ellas el General Julio Argentino Roca advirtió la situación y les respondió con una guiñada, perdiéndose inmediatamente entre la multitud y en la inmensidad de nuestra historia.
Sin duda alguna fue este tucumano un hombre de intimidante presencia y muchos testimonios coinciden en asignarle cierta belleza física.
Este último aspecto quedó en evidencia el día en que Roca conoció a Sarmiento.
Siendo el sanjuanino presidente se produjeron una serie de revueltas en el interior, entre cuyos protagonistas se halló Felipe Varela. Buscando aplacarlas Martín de Gainza, un excelso militar entonces a cargo del Ministerio de Guerra, presentó a Sarmiento con Julio Argentino Roca. El funcionario estaba seguro de la capacidad de aquél joven, aún no llegaba a los treinta años pero ya había demostrado su porte durante la Guerra del Paraguay.
Tras una primera entrevista, Sarmiento lo rechazó rotundamente. Años más tarde confesó que entonces creyó oportuno enviar a “un hombre más viejo y, si era posible, un poco feo”.
Gainza no se resignó, “es un muchacho –expresó- pero con cabeza de viejo”.
Finalmente Domingo Faustino aceptó y Julio Argentino Roca partió hacia el Norte para cumplir con su primera gran misión.
El resto de la historia puede conocerse a través de los míticos versos de “La Felipe Varela”, una hermosa zamba compuesta por los salteños José Ríos y José Juan Botelli e inmortalizada por Horacio Guarany.
No pasaron muchos años para que aquél “muchacho con cabeza de viejo” llegase a la presidencia. En octubre de 1880 —con solo treinta y siete años— Roca asumió la máxima magistratura.
“El nuevo presidente —señaló un contemporáneo llamado Horace Humboldt— es un hombre de apariencia juvenil, de talla mediana y contextura fina y descarnada, prematuramente calvo, con ralos y rubios cabellos en las sienes, y barba y bigotes débiles. A primera vista, su rostro expresa más refinamiento que energía; muestra sin embargo, el inequívoco sello de resolución, y tiene en los ojos, de frío azul grisáceo, un brillo como de acero. Lo que acaso nos impresiona más en él es su aire de gran lasitud y su palidez mortal”.
Desde entonces –y hasta aproximadamente 1906- los hilos de la política nacional fueron manejados por este pálido ejemplar de masculinidad. Aparentemente, su profunda mirada azul fue capaz de intimidar a todo un país durante décadas.
*La autora es historiadora