Negros de la Patria

Ese universo de negros adoctrinados y disciplinados en el arte de la guerra en el campamento de instrucción ubicado en el áspero paraje del Plumerillo se trataba sobre todo de toneleros, zapateros, carpinteros, alfareros, sastres y peones de campo entre otros oficios.

Negros  de la Patria
Negros en Mendoza

Las competencias deportivas suelen despertar pasiones nacionalistas. Así quedó demostrado semanas atrás cuando la Scaloneta se alzó con la Copa América, y en el pedido de disculpas por la arenga racista descargada en París y agravada por la intervención de la vicepresidenta que hizo alusión al pasado colonialista de los franceses. Uno y otro hicieron florecer debates en los medios y en las redes que tuvieron como epicentro las razones que hicieron olvidar el papel de los negros, pardos y morenos en la conformación histórica de la sociedad y la cultura nacional.

Hubo quienes atribuyeron el fenómeno a la decisión de las elites políticas e intelectuales de extirpar ese acervo en vista a fundar el mito de la nación blanca y europea destinada a ocupar un sitial de relieve en el concierto de las naciones latinoamericanas forjadas en el largo siglo XIX. Hubo otros que señalaron la deliberada selección del componente indígena o mestizo por su carácter americano, y que había compuesto una nueva sociedad y cultura capaz de ser compatibilizada con la herencia hispánica desde los violentos tiempos de la conquista. Unos y otros terminaron por componer un cuadro de jerarquías sociales y étnicas en el que la población afrodescendiente quedó subordinada a los últimos escalones de la pirámide social y cultural, a excepción de protagonismos estelares que habían ganado gravitación en las luchas por la independencia americana y argentina.

Allí figuran hombres y mujeres conocidos por la pedagogía escolar y los recientes billetes de la devaluada moneda nacional: el valiente sargento correntino Juan Bautista Cabral que puso su cuerpo para proteger a San Martín en la batalla de San Lorenzo y que, por su arrojo y compromiso, el prestigioso coronel del regimiento granaderos a caballo le ofrendó honor y fama mediante la colocación de un recordatorio en el cuartel de Retiro para que los oficiales y soldados le rindieran merecido tributo todos los días. También se destaca la silueta o semblanza de María Remedios del Valle, la “capitana” o “niña de Ayohuma”, una morena porteña lanzada a la guerra junto a su compañero tras la marcha del Ejército Auxiliar del Perú, que prestó servicios valiosos a los heridos, y enfrentó a las fuerzas realistas para volver a Buenos Aires y solicitar una pensión al gobierno por haber defendido a la Patria al igual que los varones. Pero a esas trayectorias hay que sumarles muchas otras en tanto los ejércitos revolucionarios estuvieron integrados por soldados de color reclutados en distintos pueblos y ciudades de las Provincias Unidas del Rio de la Plata y más allá de sus fronteras.

La Provincia de Cuyo no estuvo ausente de ese vigoroso proceso de movilización y politización popular insuflado por las ideas de libertad e independencia. Ya en 1812 el negro libre Joaquín Fretes recién llegado de Chile junto a un grupo de esclavos de Mendoza planearon una rebelión con el fin de exigir la carta de libertad al gobierno y a los amos para integrar los regimientos de la Patria. Y aunque la conjura fue desbaratada por las autoridades, el juicio al que fueron sometidos terminó absolviéndolos de todo castigo en base a principios jurídicos humanitarios y a la tradición inaugurada con las invasiones inglesas en las que los batallones de milicias de negros libres y esclavos habían contribuido a la reconquista y defensa de la capital virreinal.

Posteriormente, San Martín apeló a los negros esclavos y pardos libres para organizar el sistema de milicias, y sobre todo el cuerpo de infantería del Ejército de los Andes que cruzó la cordillera y cosechó el triunfo de Chacabuco en el verano de 1817. Mas de una vez San Martín valoró las destrezas de los hombres de color en las cartas que cursó a Tomás Godoy Cruz, y desechó el consejo de Manuel Belgrano quien juzgaba inapropiada la inclusión de los negros y mulatos en las filas del ejército con el que obtuvo victorias y derrotas hasta ser remplazado por San Martin.

Ese universo de negros adoctrinados y disciplinados en el arte de la guerra en el campamento de instrucción ubicado en el áspero paraje del Plumerillo fue reconstruido hace años por el profesor Masini Calderón quien puntualizó las etapas, la metodología del reclutamiento y los oficios que desempeñaban en las ciudades y áreas rurales circundantes: se trataba sobre todo de toneleros, zapateros, carpinteros, alfareros, sastres y peones de campo, entre otras profesiones. Los músicos que animaban los fandangos, los saraos en las casas de familias distinguidas, las ceremonias religiosas y las fiestas cívicas también fueron reclutados en virtud de la importancia del toque de clarín en la reglamentación de las rutinas militares y en los momentos de esparcimiento.

Una primera disposición ordenó reclutar 23 esclavos de 16 a 30 años pertenecientes a europeos peninsulares sin carta de ciudadanía: poco después fueron confiscados los esclavos pertenecientes a los americanos contrarios al “sagrado sistema”. Pero en el curso de 1816 la leva alcanzó la tercera parte de los esclavos cuyanos mayores de 12 años sobre la base de un acuerdo que excluyó a los “brazos útiles para la labranza”, el compromiso de pagar a los propietarios un “justo valor”, y la conveniencia de formar un batallón separado de los demás cuerpos bajo la conducción de oficiales de las milicias de esclavos. Esa calculada manera de asegurar el éxito de la leva permitió integrar al ejército 710 esclavos (482 de Mendoza, 200 de San Juan y 28 de San Luis).

La militarización alcanzó también a los pardos libres los cuales triplicaron el número de milicianos que existían en 1813 en tanto alcanzó a todos los varones entre 16 y 60 años los cuales debían realizar ejercicios doctrinales regulares para “fomentar por todos los medios la fuerza para sostener nuestra libertad civil contra los tiranos peninsulares”.

Pero la decisiva participación de los esclavos, libertos y negros libres en los ejércitos que pelearon por independencia de América y la muy valorada por ellos libertad civil no modificaron la desconfianza ni la rígida división de castas vigente al momento de la Revolución.

Con ello se ponía de manifiesto las influencias ejercidas por los capitulares, convertidos en la voz oficial de los amos, con el fin de evitar la alteración de las jerarquías sociales heredadas del antiguo régimen al interior de la experiencia de militarización conducida por el gobernador intendente. Que ese resultado había desviado la intención uniformizadora originaria del jefe del ejército, dio cuenta el mismo San Martín en una contundente misiva dirigida al Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón:

“El único inconveniente que ha ocurrido en la práctica de este proyecto a fin de reanimar la disciplina de la infantería cívica de esta Ciudad, es la imposibilidad de reunir en un solo cuerpo las diversas castas de blancos y pardos. En efecto, el deseo que me anima de organizar las tropas con la brevedad y bajo la mayor orden posible, no me dejó ver por entonces que esta reunión sobre impolítica era impracticable. La diferencia de castas se ha consagrado a la educación y costumbres de casi todos los siglos y naciones, y sería quimera creer que por un trastorno inconcebible se llamase el amo a presentarse en una misma línea con su esclavo. Esto es demasiado obvio, y así es que seguro de la aceptación de S.E., he dispuesto que permaneciendo por ahora las dos compañías de blancos en el estado que tienen hasta que con mejor oportunidad se haga de ellas las innovaciones y mejoras de que son susceptibles, se forme de sólo la gente de color así libre como sierva, un batallón bajo este arreglo; que las compañías de granaderos y primera de las sencillas se llenen primeramente de los libres con la misma dotación de oficiales que tiene y que la segunda, tercera y cuarta la formen los esclavos. De este modo, removido todos los obstáculos, se lograrán los mejores efectos”.

* La autora es historiadora del INCIHUSA-CONICET y de la UNCuyo.

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