Lamentablemente, han recrudecido los incidentes de tránsito con saldo de personas fallecidas y heridos graves en nuestras calles y rutas.
Esta situación está ocurriendo en estos días, especialmente desde el inicio del año en curso, luego de un 2020 en que se registró una disminución en la cantidad de víctimas fatales, con motivo de una menor circulación automotor por la crisis sanitaria.
En total, se registraron 101 fallecidos en percances de tránsito, 35 individuos menos que en 2019.
Pero esa relativa bonanza en las vías de comunicación provinciales está concluyendo, como se desprende de la sucesión de graves sucesos en la vía pública en las últimas semanas.
Lo que es más grave, tiene que ver con el hecho de que se sigue dando una tendencia que deja mucha desesperanza: los jóvenes son los más afectados en este flagelo que no se puede erradicar del horizonte de vida de los mendocinos.
El domingo 9 de mayo, en horas de la tarde, una atroz colisión entre un automóvil y una moto de 110 cc, en el Oeste de Godoy Cruz (B° La Estanzuela), provocó la muerte de cuatro jóvenes, con edades comprendidas entre los 15 y 26 años, dos de ellos hermanos, alumnos de la escuela 4-148 Manuel Belgrano.
En total, en los doce meses, se contabilizaron 101 personas que perdieron la vida en el lugar donde ocurrieron los siniestros viales.
El penoso suceso no hace más que añadir datos a la estadística que señala que, en Argentina, 27% de los muertos en el tránsito (unos 2.000 jóvenes) tienen entre 14 y 25 años.
¿Pudo evitarse el siniestro? Probablemente sí, siempre que las velocidades de circulación de los dos rodados hubieran sido menores o dentro de los parámetros que marca la ley de tránsito.
Desafortunadamente, los protagonistas del suceso no meditaron sobre riesgos y consecuencias.
Todas las instancias de los incidentes fatales de tránsito son atendibles y responden a distintas causas, pero hay un hecho que nos compromete y desafía como comunidad y es la circunstancia de que los jóvenes se accidentan tres veces más que los mayores y que son los principales responsables de los siniestros que producen, según las investigaciones de la Asociación Civil Luchemos por la Vida.
Paulatinamente, desde la primavera de 2020, se pasó a una etapa de “distanciamiento social”, que implicó la recuperación de actividades no esenciales y, en consecuencia, también se dio un restablecimiento en la movilidad sobre la vía pública.
Lamentablemente, ello determinó que “retornáramos” a la “vieja normalidad” en la no reconocida “pandemia vial” y, en el caso que estamos analizando, con el doloroso e irreversible saldo de seguir perdiendo vidas juveniles.
Hay una cierta resignación frente a estos luctuosos desenlaces.
Se habla de comportamientos agresivos al volante y un desafío a la autoridad, a los mayores.
Los expertos en la problemática persisten en recomendar educarlos, antes de la adolescencia, en lo lesivas que resultan estas conductas; brindarles contención y acompañamiento, dialogar con ellos sobre el valor de evitar situaciones de riesgo, en el alejamiento del alcohol y las drogas y promover actividades saludables (deportivas, artísticas, comunitarias).
Todo intento valdrá la pena porque es muy penoso llevar al cementerio a personas que apenas empezaron la existencia.
Muchos países han logrado reducir sus accidentes de tránsito, pero nunca lo fundamental han sido los castigos o las multas, sino la difusión por todas las estructuras educativas de una auténtica cultura del tránsito que haga que todos los ciudadanos, no sólo los vigilantes, sean custodios del comportamiento vial, sabiendo que poner el peligro la propia vida pone en peligro la vida de todos.