Los Rodríguez Saá, los Kirchner, los Sapag, Gildo Insfrán... no son señores feudales. Podríamos llamarlos sátrapas o gauleiters, pero es mejor admitirlo: han surgido de nuestro régimen federal, instituido en 1853 y procesado luego, como tantas otras cosas, con ese “toque de Midas” tan argentino.
En 1853 el federalismo era complicado pero posible: las diferencias entre Buenos Aires y los “13 ranchos” no eran insalvables y podían imaginarse provincias autónomas, protegidas por sus milicias, con responsabilidad fiscal y perspectivas de progreso.
Todo cambió con el gran crecimiento económico de fines del siglo XIX, que profundizó las diferencias entre el litoral próspero y las provincias comparativamente empobrecidas.
Sobre todo, fue decisiva la construcción del Estado nacional, que fue subordinando a todas las provincias, inclusive la de Buenos Aires. La vieja tensión entre las provincias y Buenos Aires fue reemplazada por la compleja relación entre aquellas y el Estado nacional.
Cada provincia era necesaria para construir el orden político del país. Más allá de su tamaño y riqueza, todas tenían dos senadores, y en los gobiernos republicanos el Senado es una pieza clave. Para lograr el equilibrio político, desde fines del siglo XIX y hasta el presente, los gobiernos nacionales se han dedicado a transferir recursos de las zonas ricas a las zonas pobres.
Veamos un ejemplo antiguo y otro actual. En 1876 comenzó la protección de la industria azucarera tucumana, cuyo costo se cargó en el precio pagado por los consumidores. Esto aseguró el apoyo de una provincia importante en el Norte. La protegida “industria electrónica” de Tierra del Fuego es solo un grupo de armaderos, oneroso para quienes compran televisores o celulares pero muy útil en la provincia. Mantener la protección asegura el voto de los tres senadores fueguinos.
Un cambio importante ocurrió en 1934, con el régimen de coparticipación federal. En el origen, el Estado cobraba impuestos provinciales y los restituía proporcionalmente a lo recaudado. Esto cambió cuando los gobiernos nacionales, desde Perón, comenzaron a modificar discrecionalmente los retornos.
Luego de 1955, la debilidad política de los gobiernos nacionales convirtió al Estado en el campo de puja entre distintos grupos corporativos, que compitieron por franquicias y prebendas estatales. Las provincias también reclamaron corporativamente lo suyo: un punto adicional en la coparticipación, o más simplemente, uno de esos misteriosos Aportes del Tesoro Nacional (ATN) que permitían superar sus endémicas crisis fiscales.
Desde 1983 esto se combinó con la resurgida democracia. A partir de Menem, quienes llegaron al gobierno decidieron usar los fondos estatales para producir los sufragios que aseguraran su continuidad.
En los grandes conurbanos fueron los subsidios personales, que inició Duhalde. En el caso de las provincias, la clave estaba en los gobernadores.
En muchas de ellas, el aporte de los sufragios en el total nacional era menos significativo que los senadores -que pasaron a ser tres- y también los diputados, indispensables para conformar las disciplinadas mayorías parlamentarias que avalaron el avance del presidencialismo.
La coparticipación y sobre todo los discrecionales ATP son el principal instrumento para captar gobernadores, que tienen la llave en el manejo de comicios y en el armado de listas.
¿Cuánto cuesta elegir un senador? Hay provincias “caras” y “baratas”. En provincias como Mendoza, conquistar senadores por esa vía sería difícil y costoso. En las más parecidas a Formosa, es mucho más sencillo y barato.
Solo se necesita dejar que el gobernador administre libremente los fondos del Tesoro recibidos, y autorizarlo a usar los métodos necesarios para asegurar que las urnas se expresen adecuadamente.
Allí los tenemos multiplicando el empleo público, distribuyendo bolsones y ayudando generosamente a los pocos amigos necesarios para montar todo esto. También aparecen usando la policía para acallar la disidencia, obstaculizar a la oposición y disciplinar a todos. En Formosa, pueden incluso importar temporariamente votantes paraguayos.
Son los dueños de sus provincias. Pero no lo serían si se cortara el cordón umbilical que los une al poder central y su tesorería, Tampoco resistirían un día en su cargo si se salieran de la línea.
En suma, en la Argentina hemos llegado a la síntesis superadora del unitarismo y el federalismo, combinando lo peor de uno y otro.
No hay que remontarse al feudalismo medieval para entenderlo. Basta con seguir la triste historia de la Constitución de 1853.