Los fantasmas en la edad antigua

Entre los romanos el muerto era considerado impuro y peligroso, más allá de sus características en vida. Por eso para no verse en problemas los vivos debían congraciarse con los muertos.

Los fantasmas  en la edad antigua
Funeral en la antiguedad

Desde tiempos inmemoriales el hombre cree en los fantasmas. Las referencias a éstos se encuentran en la mayoría de las culturas de todos los tiempos.

Incluso cuando desconocemos las consideraciones del Neanderthal sobre el mundo inmaterial, sí sabemos que sepultaba a los suyos con gran respeto y reverencia, base de toda creencia en el “Más Allá”.

Durante la antigüedad grecorromana se consideraban necesarias tres circunstancias para asegurar el descanso del alma: ser sepultado correctamente, no haber muerto antes de tiempo ni de manera violenta. En caso de no cumplirse con alguna de estas premisas, la sombra del difunto podría perturbar a los vivos.

El historiador Fernando Lillo Redonet detalla que “se consideraban muertos antes de tiempo aquellas personas que habían fallecido antes del momento fijado por el destino. En la práctica en esta categoría entraban los muertos en la infancia o con corta edad y los que morían antes de casarse o de tener hijos. En los dos últimos casos se fallecía sin haber conocido el amor o sin dejar una descendencia que cuidara de su sepultura. A veces el fantasma regresaba para disfrutar de lo que la muerte le había vedado. La muerte violenta (…) podía provocar que los espíritus de los difuntos no descansaran en paz o que volvieran al mundo de los vivos para buscar venganza o esclarecer el crimen sufrido”.

En aquella Roma, los criminales no tenían derecho a la sepultura ritual. Sus cuerpos se arrojaban al campo Esquilino, lugar donde las brujas recogían fragmentos de huesos y pedazos de carne para realizar sus pócimas. Según Horacio, dichas mujeres escarban la tierra usando sus uñas.

Algo también muy habitual era “castigar a los muertos” mutilando el cadáver. Esta acción fue legal durante mucho tiempo y podían tomarla los acreedores impagos del difunto. Era importante para la sepultura ritual conservar intacto los restos, por lo que esta práctica terminó prohibiéndose.

Ambas situaciones eran tomadas como base de cualquier aparición, la mayoría de los fantasmas se consideraban espíritus de reos y personajes peligrosos.

Tengamos en cuenta que entre los romanos el muerto era considerado impuro y peligroso, más allá de sus características en vida. Para no verse “en problemas” los vivos debían congraciarse con él. Un muerto enojado podía causar desde epidemias hasta locura.

Bajo este concepto se tomaban medidas contundentes como la que describe Plinio el Joven en el siguiente párrafo: “Había en Atenas una casa encantada que alquiló el filósofo Atenodoro. Atenodoro vio un espectro que llevaba hierros en pies (compedes) y manos (catenae) y que le hizo una señal de que lo siguiese al patio, donde desapareció. El filósofo obtuvo autorización para hacer excavaciones en aquel lugar. Exhumaron un esqueleto encadenado por el que se hicieron funerales públicos. Entonces cesaron las apariciones”.

La base de estas creencias convivió con los hombres de la Europa Medieval y mantuvo cierta vigencia a través de las diversas generaciones.

* La autora es historiadora.

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