El peronismo actual hace años que está haciendo descender al piso de abajo al mismo sector social que hace 70 años ascendió al piso de arriba. Es como que en vez de evolucionar hubiera retrocedido, cumpliendo hoy un papel similar al que cumplían los caudillos conservadores de la década del 30, políticos paternalistas que proveían a los pobres en sus necesidades elementales a cambio de su apoyo electoral y político. Ofreciéndoles una ayuda que los aliviaba en la inmediatez pero que no los promovía; con ellos jamás dejaron de ser pobres, como sí ocurrió una década después cuando llegó el primer peronismo.
En cambio, el peronismo siglo XXI es preperonista. Gobernadores de provincia e intendentes del conurbano que están tratando de contener una nueva realidad social que el drama de la pobreza ha hecho surgir en cantidades cada vez más crecientes.
Una nueva realidad que ellos vienen controlando hace años con punteros, pero al no parar de aumentar la pobreza, de a poco los punteros están empezando a ser reemplazados por movimientos sociales cuyos jefes, más que responder al poder político oficial -aunque formen parte de él- son como patroncitos o dirigentes sindicales de los nuevos pobres a los cuales defienden en su condición de tales, pero que tampoco pueden promocionar o elevar porque eso no lo pueden hacer ellos, sino el Estado con políticas sociales y económicas adecuadas. Políticas que deberían ir, para ser efectivas, por el lado contrario al que proponen estos sindicalistas de los pobres que en vez de apostar al trabajo con mayor inversión, a un capitalismo de inclusión, sugieren como dice Juan Grabois, “inventar” _trabajo haciendo del subsidio un organizador cooperativo en vez de una mera caridad sin contraprestación.
Son ideologías que reivindican al trabajo físico contra el capital (por eso quieren que la empresa Mercado Libre desaparezca o que las estancias de los Etchevehere sean tomadas por los sin tierra) o sea, utopías anticapitalistas con las cuales no se podrá recrear el crecimiento o la superación y así los pobres nunca dejarán de serlo, tengan trabajo o no, porque éste no será productivo. En el mundo globalizado crear trabajo no se trata de meros experimentos microsociales que predican más el trueque que la tecnología. Hoy la gente por debajo de la línea de la pobreza se acerca al 50% de la población argentina y para luchar contra eso se necesita un nuevo proyecto integral de nación, no un grupo de voluntariosos caritativos.
A esos nuevos pobres la clase media que aún sobrevive, no los conoce, no los conocemos, no viven con nosotros ni como nosotros aunque estén a 15 cuadras de los barrios de la clase media. Y ellos tampoco conocen demasiado qué pasa un escalón más arriba donde ven solo dos tipos de personas: quienes los usan de material electoral a cambio de manutención y quienes los desprecian porque los consideran vagos sin saber que lo que ocurre no es, en lo fundamental, responsabilidad de llos.
No obstante, lo cierto es que esa nueva división social, ya estructural, va generando un enfrentamiento cultural, por ahora más o menos solapado, entre los restos de la clase media cuyos miembros recuerdan las formas meritocráticas con que se crecía en la Argentina del 5% de pobreza versus los pobres que no tienen oportunidad alguna de integrarse a la producción, al consumo y a la educación porque hoy no existen las políticas que durante un siglo hicieron crecer a la Argentina con modalidades meritocráticas. Por ahora votan más a quienes los benefician asistencialmente pero no dudarán en cambiar de posición cuando crean en alguien que les ofrece trabajo y promoción social reales. Porque ellos, pese a su postergación, no son tontos frente al uso indiscriminado que se hace de su pobreza. O hacia el rechazo que sufren por no poder acceder a ganarse el pan con el sudor de su frente, que, ya dijimos, no es por culpa de ellos.
Pero eso no es fácil de entender por los que aún tienen un trabajo más o menos estable y sufren también las penurias de un horizonte con pocas esperanzas por más que uno se esfuerce. Incluso cada vez más son los sectores de las clases medias bajas que caen en el mismo subsuelo en que habitan los nuevos pobres, porque hoy en la Argentina sigue existiendo la movilidad social, pero solo que es del tipo descendente.
Estamos, entonces, frente a una grieta clara, como en los años 50 cuando Ernesto Sabato y Exequiel Martinez Estrada explicaban que las bases del peronismo estaban conformadas por un mundo desconocido que habitaba en el subsuelo de la Argentina y cuando salió a la luz los que estaban en la superficie se horrorizaron con ellos y viceversa. Por lo cual el encuentro -aunque a futuro fuera movilizador e integrador- en su presente fue a todas luces traumático. Quienes levantaron la vista gracias al peronismo y quienes la bajaron para verlos no se entendieron en absoluto al principio. Querían cosas distintas o tenían modos distintos de querer las mismas cosas, hasta que la movilidad social argentina los puso a todos más o menos en el mismo lugar pero eso fue luego de que se abriera una grieta social y política tremenda. Fue un proceso aluvional y confuso que quizá de algún modo se repita ya que otra vez estamos en un país de clase media -cultural y estructural e históricamente- pero donde nuevamente hegemonizan cuantitativamente los pobres del subsuelo. Y ojalá, de retornar un nuevo proceso de inclusión social, no se reiteren las incomprensiones de aquellos tiempos.
En tanto, mientras todo ese drama social acontece por abajo, los de arriba sólo intentan taparlo lo más posible, mientras ellos son toda banalidad, irrelevancia, no rozan la vida concreta de los hombres comunes, están sitiados en los palacios de la nada enriqueciéndose a raudales pero sin poder cambiar la realidad para ningún lado, salvo deteriorándola por sus políticas ideológicamente erróneas e ineficientemente gestionadas porque los que las asumen son irrelevantes.
Así tenemos la irrelevancia de Olivos que hace un par de semanas no cesa de reflejar, con sus fiestas fuera de la ley, el culebrón de una dirigencia que ya hace mucho no tiene la menor idea de lo que pasa por abajo.
O la irrelevancia de una política internacional que se hace desde el Grupo de Puebla, un popurri de presidentes jubilados y otros aspirantes que se jubilaron antes de llegar a serlo, donde el único presidente en ejercicio que lo compone es el nuestro. No es difícil deducir qué política internacional “relevante” puede salir de allí.
O la irrelevancia de la geopolítica vicepresidencial de la pandemia por la cual durante meses se estuvo discutiendo si convenía ideológicamente que nos vacunaran los rusos, los chinos o los norteamericanos, con lo cual casi no nos vacuna ninguno.
Y hasta la oposición principal debería cuidarse de caer en la irrelevancia si asiste a estas elecciones legislativas en vez de con propuestas acerca del país real, con una mera suma de vedettes donde hay más candidatos a presidentes para el 2023 que afiliados a los partidos de la coalición.
En síntesis, estamos como antes de la revolución francesa con palacios y cortes irrelevantes por arriba y por abajo una sociedad que no tiene con quién ni cómo expresarse, pero que va gestando su propia olla a presión.
Pero Argentina no es Brasil donde por mucho tiempo la mayoría social pudo estar sumergida aceptando la conducción de las elites blancas, ni tampoco es lo que antes era Chile, un país sólo con ricos y pobres sin nada al medio, aunque todo indique que es allí hacia donde estamos yendo, mientras ellos están saliendo. No obstante, el nuestro es un país históricamente movilizado e integrador, de gente rebelde, que no tolerará por mucho tiempo permanecer sumergida en la pobreza, o tener que irse del país, como la clase media, por temor a bajar también a los subsuelos.