Los deberes y las necesidades de la segunda fase del gobierno

Milei ha pasado los primeros siete meses de su gobierno peleándose con todos, o casi todos. Buscando afanosamente que la casta política le diera los instrumentos para gobernar, y al mismo tiempo culpándola por su reticencia a otorgárselos.. Llegó la hora de abandonar el permanente tono conflictivo para empezar a ocuparse en poner manos a la obra para realizar su programa.

Los deberes y las necesidades de la segunda fase del gobierno
El presidente Javier Milei. (AP)

En las últimas semanas los acontecimientos han mostrado que tal vez se ha cerrado una primera etapa del gobierno de Milei, dando paso a un nuevo tiempo que el presidente y sus funcionarios han denominado segunda fase. Cuánto durará y qué resultados alcanzará son incógnitas que se irán develando con el tiempo.

Aunque sea una simplificación, hasta ahora la inédita experiencia libertaria se ha movido en el terreno de la polémica. Más que suficientemente legitimado por el voto ciudadano, a Milei le tocaba enfrentar en diciembre era una realidad política, social y económica extremadamente compleja, plagada de obstáculos y trampas. En lo político, el presidente debía enfrentarse a una oposición que, lógicamente, iba a intentar aprovechar su escasa representación parlamentaria y su falta de experiencia y equipo para entorpecer su gestión, negándole los instrumentos legales requeridos. En lo social, debía enfrentar la inevitable protesta social frente al anunciado ajuste, y evitar un clima de caos que generara sensación de debilidad. En lo económico, la necesidad del ajuste y el recorte, junto a la ineludible batalla contra la inflación, lo debían enfrentar a actores económicos reacios a ceder sus posiciones y renunciar a sus ventajas y privilegios.

A pesar de las dificultades, el gobierno ha conseguido sortear con bastante éxito esos obstáculos. La necesidad de conseguir consensos lo llevó a privilegiar, frente a la retórica inflamada del presidente, la capacidad negociadora del Jefe de Gabinete Guillermo Francos. Así, gracias al apoyo del PRO, parte del radicalismo y otros grupos menores, pudo sancionar la ley Bases y conseguir los instrumentos legales necesarios para encarar las reformas proyectadas. Asimismo, la firma del Pacto de Mayo el pasado 9 de julio, con la asistencia casi perfecta de los gobernadores provinciales, apuntala el volumen político del gobierno. Sumemos, por último, el ansiado ingreso de Sturzenegger al gobierno, jugador clave para llevar adelante la reforma estructural del Estado. En otro terreno, el protocolo de acción ante las protestas, a pesar de las recientes escenas de caos frente al Congreso, ha permitido alcanzar cierta paz social. Patricia Bullrich ha dado muestras de combinar la severidad con dosis de prudencia para evitar el agravamiento de los conflictos sociales. Por último, aunque gracias a una fenomenal recesión, la inflación ha comenzado a descender, lo que ha redundado en que se mantengan las optimistas expectativas sociales sobre las que Milei asienta su política de ajuste. Para gran parte de la sociedad, ajuste y recesión son mucho mejor que la hiperinflación y el desborde que muchos vaticinaban y, en el fondo, deseaban.

¿Cuál debería ser el eje de esta nueva etapa del gobierno? Creemos que si la primera etapa estuvo signada por la polémica, esta debería estar caracterizada por el gobierno. Empieza el tiempo de la administración, si por ello entendemos la aplicación de los recursos de los que ya dispone el gobierno al mejoramiento de la nación, en línea con las metas propuestas. Ello supone que debería darse por terminado el tiempo de las disputas y pirotécnicas controversias con aquellos que se niegan a aceptar los cambios. El principio de revelación ya dio resultado: la sociedad ya sabe quiénes están dispuestos a cambiar y quiénes se oponen a cualquier transformación que implique perder sus posiciones, por lo que deja de tener pertinencia. Ahora se trata de empezar a gobernar. Es el momento de construir, que suele suceder, en los tiempos de la política, al de las controversias. Si hay conflictos, que seguro habrá, que sean los actos concretos de gobierno y no sus ideas y proyectos, los que se constituyan en motivo de disputa.

Queda claro que, al menos tal como lo han planteado, el gobierno libertario ha venido a instalar un nuevo orden de cosas. A fundar un nuevo país. Frente a la Argentina antigua, con una sociedad fragmentada en corporaciones y un Estado que ha avanzado sobre todos los ámbitos de la realidad, asimismo cooptado y “loteado” por las corporaciones, Milei ha propuesto una Argentina moderna. Lo que, en su concepción, quiere decir erigida sobre una sociedad civil fuerte en la que cada ciudadano pueda libremente elegir su proyecto de vida y encontrar las herramientas para llevarlo a cabo, y en la que el Estado, si es que algo queda de él, sea un aparato técnicamente bien equipado para cumplir con una serie de funciones básicas y elementales. La matriz ideológica de la que se nutre este proyecto, con sus presupuestos y sus finalidades, son todas cuestiones discutibles. En anteriores columnas hemos tratado de hacerlo lo más sincera y detalladamente posible. Pero eso podemos dejarlo ahora de lado, para centrarnos en ver cómo el gobierno puede comenzar a aplicar sus energías en realizar la transformación que ha venido a proponer a los argentinos.

Para ello es importante tener en cuenta algunas cosas. Primero y principal, que gobernar implica el ejercicio del poder político en la administración de la cosa pública, y que, consecuentemente, entraña aceptar que la política tiene que ver esencialmente más con lo común que con lo individual. Coincidimos en que los esfuerzos del gobierno deben apuntar a liberar a los ciudadanos del peso del Estado, de las innumerables trabas burocráticas que hoy los constriñen. Pero creemos que debe hacerse con el fin de reforzar la sociedad civil, hacerla más cohesionada y dinámica, y no para propiciar la atomización individualista. Más aún si consideramos que la situación por la que atraviesa una mayoría de la sociedad es realmente grave, y que quitar el sostén de la ayuda estatal puede ser extremadamente peligroso, además de injusto.

Luego, ello exige ciertas habilidades de comunicación de las que la administración actual adolece. Si gobernar es explicar, es decir comunicar –simplificación parcialmente cierta, ya que lo que se explica o comunica es el resultado de la acción de gobernar-, el gobierno debe tratar de evitar los errores que habitualmente comete. Por ejemplo, la multiplicidad de voces que suelen contradecirse y solaparse. Hay que unificar la voz oficial, sobre todo al anunciar ciertas medidas de gobierno que generan múltiples especulaciones, como las vinculadas al levantamiento del cepo. Errores como las declaraciones apresuradas de los ministros responsables, que exigen luego correcciones y aclaraciones, pueden resolverse fácilmente con una mejor estrategia comunicacional, en la que los roles estén bien delimitados. Se percibe, además, un abuso de la comunicación informal en redes sociales. Los últimos cruces entre el presidente y su vice por el conflicto con Francia ocasionado por los cantos de los futbolistas argentinos, como así también las publicaciones en las que se explicaba la salida de funcionarios y asesores tildados de traidores, son un pésimo ejemplo de comunicación. En este aspecto, sería bienvenido también un cambio en el lenguaje presidencial, demasiado propenso al uso de tecnicismos económicos que la mayoría de la gente –entre los que me incluyo- no alcanza a comprender. Debería tener en cuenta que del otro lado hay ciudadanos comunes, y hablar en términos más accesibles, dejando en todo caso los tecnicismos para los ministros y especialistas del área. Seguramente, recurriendo a un lenguaje más llano y accesible la opinión pública podría hacerse una mejor imagen de los plazos, instrumentos y metas de esta nueva etapa.

Por último, también sería importante una reconsideración de las relaciones con las restantes fuerzas políticas, junto a un serio trabajo para reforzar la propia. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el 2025 es un año electoral clave para la constitución del próximo Congreso. Está claro que hasta ahora ha contado con un apoyo casi incondicional del PRO en esta primera etapa. Los radicales y algunas fuerzas provinciales, así como los peronistas nucleados en torno a Pichetto, también han acompañado algunas propuestas, pero sin tanto entusiasmo. El gobierno debería tratar de avanzar hacia una más firme y estable coalición parlamentaria con aquellas fuerzas que más decididamente apoyan el programa oficialista. Eso requiere de altas dosis de negociación política que implican, para empezar, abstenerse de atacar a aquellos a los que va a necesitar a la hora de una votación. También debe estar dispuesto a ceder, y debe abandonar la preocupante tendencia a caer en la obcecada defensa de la inmutabilidad de sus propuestas.

Por cierto, este punto requiere también de definiciones por parte de las otras fuerzas políticas, en particular del PRO. El radicalismo oscila entre el apoyo y el rechazo de acuerdo con cada cuestión en particular. No es un socio confiable. Por su lado, el peronismo kirchnerista y la izquierda están en franca y decidida contradicción con cualquier cosa que proponga el gobierno. Queda entonces el PRO, que se encuentra en una difícil situación. La fusión directa con los libertarios queda descartada, ya que ello significaría muy seguramente la muerte del partido de Macri. Abandonar su proyecto político, el de crear y hacer exitosa una fuerza de centro derecha de alcance nacional, es algo que el expresidente seguramente no desea. Pero algún tipo de alianza debe encarar, porque dejar sola a la representación parlamentaria de Milei pone en peligro la estabilidad misma del gobierno. Disyuntiva difícil, que deberá resolver, más que nadie, Macri.

Es importante señalar que estos aspectos que hemos indicado tienen que ver con el gobierno, y, por tanto, con la justicia. Esto es clave: el gobierno debe realizar la justicia, que consiste en dar a cada uno lo suyo. No podríamos hacer aquí un listado de las innumerables injusticias con las que convivimos. Valgan un par de evidentes ejemplos: el peso de los ajustes no puede seguir cayendo sobre los jubilados y los asalariados, como tampoco es aceptable que aquellos que han conseguido ilegal e injustamente situaciones de privilegio las sigan conservando, burlando la ley y la justicia.

Milei ha pasado los primeros siete meses de su gobierno peleándose con todos, o casi todos. Buscando afanosamente que la casta política le diera los instrumentos para gobernar, y al mismo tiempo culpándola por su reticencia a otorgárselos. Reuniéndose, muchas veces a título particular, con empresarios y líderes mundiales afines a sus ideas, pero, a su vez, enzarzándose en disputas que, aunque pudieran ser justas entorpecen nuestra política exterior, abriendo frentes de conflicto innecesarios. Tratando de llevar adelante un plan económico que hasta ahora muestra, más allá del ajuste y la recesión, algunas señales auspiciosas, pero mostrándose intolerante con todos aquellos que osan criticarlo. Llegó la hora de abandonar el permanente tono conflictivo para empezar a ocuparse en poner manos a la obra para realizar su programa, cuyos resultados serán el parámetro con el cual juzgar el éxito de su administración.

*El autor es Profesor de Historia de las Ideas Políticas

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