Los cuatro jinetes del ApoKalipsis

La especialidad de la política K fue la invención del enemigo. Los principales fueron la iglesia al principio y luego el campo, los medios y la justicia.

Los cuatro jinetes  del ApoKalipsis
Los cuatro jinetes del Apocalipsis

El primer peronismo fue el producto del choque de fuerzas históricas que si bien no era inevitable que así ocurriera, no fue conscientemente buscado por nadie. El destino tuvo que ver más que la voluntad, aunque ésta última también jugara un papel importante. Entonces, nuestras viejas divisiones argentinas renacieron con otros actores.

En el kirchnerismo, en cambio, las divisiones se promovieron premeditadamente, aunque ya estuvieran superadas. Más que un drama histórico lo fue histriónico. Porque la Argentina de 2003 era un país en crisis económica y anarquía política, pero desde 1983 no era una nación dividida. Ese fue el “aporte” que le sumó el kirchnerismo a la tragedia nacional. El cual consistió en la notable creación de un matrimonio con grandes -aunque nada transparentes- ambiciones políticas que inspirándose en lo que ocurrió en el primer peronismo (pero adaptando la teatralización escenográfica del peronismo de los 70) inventó enemigos que no eran tales ni pretendían serlo.

Logrando un resultado paradojal: jamás pudo derrotar a ninguno de los enemigos que ideó, pero su estrategia de hacer renacer odios perimidos le permitió sobrevivir hasta hoy (superando en duración en el gobierno a cualquier peronismo anterior) cuando ya se acabaron las razones objetivas del nacimiento del kirchnerismo, si es que pudo haber habido alguna.

Bajo la excusa de querer descorporativizar a la Argentina lo que hizo fue intentar apropiarse para sí mismo de todas las corporaciones con las que combatió, para de ese modo iniciar un supuestamente benéfico programa de gobierno de izquierdas que tuviera como eje a los derechos humanos. Algo parecido en apariencia a lo que noblemente intentó Alfonsín y fue por eso que sin atacarlo, Néstor trató de hacer olvidar lo más posible a su presunto competidor inicial. Aunque en realidad lo de Alfonsín fue, en el fondo, casi lo contrario de lo de Néstor: no intentó apropiarse de la bandera de los derechos humanos sino juzgar cuando aún era peligrosísimo a los genocidas. Y no intentó apoderarse de las corporaciones, sino hacerlas menos “corporativas” y más “institucionales”, o sea más al servicio de la sociedad que de sí mismas. Los Kirchner querían hacerse dueños de ellas.

Para llevar a cabo sus propósitos, al modo bíblico, Néstor y Cristina crearon sus propios cuatro jinetes del Apocalipsis y se propusieron combatirlos. En orden temporalmente sucesivo ellos fueron: Bergoglio y la Iglesia, La Mesa de Enlace y el Campo, Clarín y la prensa independiente y para el final, la Corte Suprema y la Justicia.

A poco de empezar su presidencia, Néstor Kirchner, con el sustancial aporte de Cristina (que luego de fallecido lo profundizaría a niveles insuperables) buscó gestar un relato ideológico en lo conceptual pero religioso en su divulgación por el cual puso a competir la “iglesia kirchnerista”, con la iglesia católica. Para eso acusó al entonces arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal argentina, Jorge Bergoglio, como el “jefe espiritual de la oposición”, aunque el líder sacerdotal jamás dio muestras de actuar partidariamente, salvo criticar la evidente pobreza. Junto con la ayuda de su ideólogo Horacio Verbitsky lo convirtió, además, en un cómplice de la dictadura militar, delator y entregador de curas. Y todo ese combate lo libró con un relato de lucha de dioses contra demonios, diciendo contra Bergoglio: “Nuestro Dios es de todos, pero cuidado que el diablo también llega a todos, a los que usamos pantalones y a los que usan sotanas”.

Con el tiempo, cuando el arzobispo fue nombrado Papa y Cristina dejara de atacarlo, se demostraría cabalmente que el sacerdote jamás estuvo en contra de los Kirchner y que incluso en muchas cosas pensaba parecido. A partir de entonces, en vez de atacarlo, su propósito fue el de cooptarlo.

Luego de la Iglesia, ya en la primera presidencia de Cristina, el enemigo declarado fue el campo, que tampoco jamás buscó ser enemigo del gobierno porque necesitaba de la ayuda estatal para crecer y exportar más. Pero los Kirchner, dando un colosal regreso al pasado y sin entender en lo más mínimo que el campo había sido el sector productivo que más se había modernizado en las últimas décadas, retornaron al viejo concepto de la sustitución de importaciones por el cual la oligarquía agraria debería subsidiar el desarrollo de la burguesía industrial. Lo hicieron, además, en un momento en que el campo no necesitaba subsidios para sobrevivir y la industria artificialmente existente no podría mantenerse sin subsidios estatales crecientes. Con lo que sólo lograría, de imponerse su intento, transferir recursos de los sectores económicos más productivos a los más improductivos.

Felizmente, la resistencia del sector agrario y el apoyo al mismo de la mayoría de la clase media, hizo que la intentona fracasara, pero desde ese entonces la enemistad entre gobierno y campo sería uno de los grandes obstáculos para el desarrollo económico nacional. Mientras que los países vecinos que hicieron lo contrario (en particular Brasil y Uruguay) aliándose sus gobiernos (que eran también de signo progresista) con sus respectivos productores agrarios, dieron un enorme salto adelante, superando proporcionalmente a la Argentina en producción y exportación.

Por ese entonces, Néstor estaba intentando apoderarse de los multimedios periodísticos privados para ponerlos a su servicio. La guerra que inventó contra el campo le sirvió de excusa para acusar a esos medios de haber apoyado a la Mesa de Enlace y desde entonces les declaró la guerra también a ellos. Lo hizo por medio de una brutal ofensiva que estuvo inspirada en la política que en los años 40 el secretario de prensa y difusión de Perón, Raúl Apold, aplicara contra el principal periódico de aquella época, según cuenta brillantemente la periodista Silvia Mercado en su libro donde califica a Apold de “creador del peronismo”. El secretario de Perón fue un censor fascista clásico, pero Néstor quería a los medios porque deseaba quedarse con todo, mientras que Cristina los quería porque no estaba dispuesta a que nadie compitiera con el relato único que buscaba instalar en el país. Por cierto que en esto también fracasaron, porque para triunfar necesitarían haber gestado un autoritarismo de corte dictatorial como en Venezuela y acá eso resultó imposible.

El último jinete del ApoKalipsis fue la herencia que su esposo le dejó a Cristina: la Justicia. Las “formas” que utilizó Néstor para construir su imperio estuvieron tan reñidas con la ley que el único modo de impedir su investigación y condena era cooptar la Justicia desde la Corte Suprema para abajo. Cristina primero lo intentó por “izquierda”: vale decir, quiso cambiar la justicia republicana por una populista incluyendo la elección partidaria en el poder judicial y designando militantes a troche y moche en los tribunales. A ese asalto a un poder de la constitución lo llamó eufemísticamente “democratización de la Justicia”.

Eso que intentó en su última presidencia también fracasó estrepitosamente. Entonces “contrató” a un presidente para que le hiciera el trabajo por “derecha”. Si no se podía “democratizar” la justicia, que al menos se aprovechara todo el poder oficial para parar del modo que sea los juicios contra ella y sus hijos. Por eso hoy Alberto Fernández es un presidente inexistente, porque fue incapaz de cumplir la principal (y casi única) tarea para la que fue convocado.

A Cristina le pasó que de tanto inventar enemigos, éstos se volvieron reales. Y hoy ella está sufriendo en carne propia y de sus hijos, el ApoKalipsis que irresponsablemente invocara junto a su esposo Néstor.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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