“¿Yo?, argentino”. Dicho popular
“Yo me borro”. Casildo Herrera
Nunca como en este tiempo de transición entre las PASO y las elecciones generales estos dos decires citados arriba se impusieron tanto en la cultura política argentina. El gobierno o se quiso borrar o quiso borrar a otros, pero todo se desenvolvió en ese clima de yo no fui. Entre prescindentes, aislados, borrados y privilegiados transcurrió el devenir post y pre-electoral.
Wikipedia dice que “¿Yo?, argentino” es un modismo propio de la Argentina, enunciado siempre en primera persona, se lo utiliza usualmente como sinónimo de yo no me meto, o bien con un significado cercano al de yo no tengo nada que ver, o yo no me hago responsable –ya sea de un acontecimiento sucedido o por suceder– expresando en este último caso un sentimiento equivalente al del lavado de manos de Poncio Pilato”.
Casildo Herrera era el secretario general de la CGT en 1976. Un día antes del golpe militar se fue a Uruguay y cuando éste aconteció el sindicalista se excusó de volver expresando esa famosa frase: “Yo me borro”.
Analogías de estos ejemplos inundaron la política argentina de los últimos dos meses, a la manera de respuesta oficial al fracaso electoral. Como si el mismo no le hubiera ocurrido al gobierno ni a nadie de él.
Todos estas declaraciones resultaron insólitas, pero quizá la más preocupante de todas es la que pasó más desapercibida, la que dijo el presidente de la Nación, Alberto Fernández, tratando de explicar (o no explicar) la derrota: ”La verdad es que me costó mucho entender el resultado electoral. Porque puedo entender el malestar de la gente, lo que me cuesta comprender es por qué algunos sectores entienden que la causa de ese malestar ha sido el gobierno”.
O sea, lo que no entiende nuestro presidente es qué cosa tiene que ver él con el malestar popular. Si en serio piensa eso estamos en problemas, no sólo de inteligibilidad. Sino sobre si sabe cuál es la responsabilidad que debe asumir un presidente de la Nación.
No obstante, en base a esa concepción de no entender qué tiene que ver él o los suyos con haber perdido las elecciones es que desarrollaron la mayoría de las políticas estos dos meses.
Cuando un acotado (por la escasa cantidad de participantes) pero violento intento de autodenominados mapuche por generar un clima insurreccional en el sur argentino, y ante el pedido de ayuda de una gobernadora de la región, el presidente y en particular su ministro Aníbal Fernández, dijeron que ellos no tenían nada que ver, que era problema provincial y que no querían intervenir para que no ocurriera otro Maldonado. Fue tal la indignación popular sureña que tuvieron que mandar algunos gendarmes, pero eso sí, sólo de veedores, nunca para reprimir. Una borrada fenomenal.
Como la otra que intentaron a nivel internacional, borrándose de condenar al gobierno de Nicaragua por su a todas luces fraudulenta elección. Fue tan insólita esa posición que nadie la entendió, ni los que estaban a favor ni en contra del dictador Ortega. Una posición absolutamente en contra de nuestros intereses nacionales, de nuestra relación con el mundo y de cualquier tipo de mínima racionalidad política. Menos mal que un par de días antes de las elecciones, no pudiendo mantener más esa borrada colosal, el gobierno argentino decidió condenar a Nicaragua, temeroso de cómo eso pudiera afectarlo electoralmente.
Frente a un crimen entre los tantos de inseguridad ocurrido en la provincia de Buenos Aires que generó una enorme movilización popular, nuestro ministro Aníbal “Casildo Herrera” Fernández sólo dijo que esas cosas ocurren en todas partes del mundo. Y siguen las borradas. Es el mismo ministro que amenazó a las hijas de Nik, un dibujante, porque no le gustaba la posición crítica de sus dibujos.
Pero la principal borrada tiene que ver con querer borrar a los otros, en particular con no querer considerar argentinos a aquellos que no piensan como el gobierno.
O se está con la patria (el oficialismo) o se está con la antipatria, haciendo revivir uno de los viejos aforismos que en otros malos tiempos tanto dividieron a los argentinos.
Como siempre, a la vanguardia de los borrados estuvo el presidente que insólitamente le quitó la nacionalidad argentina a los cordobeses... por el gravísimo pecado de no querer votarlos a ellos. Calificó a Córdoba de terreno hostil y le pidió a los escasísismos kirchneristas cordobeses que le digan al resto de sus comprovincianos que “se integren de una vez por todas al país, para que Córdoba de una vez y para siempre sea parte de la Argentina y no esté necesitada de siempre parecer algo distinto”.
Es difícil encontrar en toda la historia nacional un agravio tan grande de un presidente argentino a una provincia argentina y a sus ciudadanos. Los consideró antiargentinos, territorio hostil a la nación. Inconcebible.
Hasta el supuestamente más racional de los funcionarios oficialistas cayó en la misma tentación. Fue el ministro de Economía, Martín Guzmán, que obligado a parecer uno más de los gurkas kirchneristas para que no lo echen dijo que “es antiargentina, la posición que mantienen dirigentes claves de Juntos por el Cambio”.
Pero el máximo intento de borrar de la faz de la normalidad a una parte de los argentinos la produjo el gobernador chaqueño Jorge Capitanich que para recuperar los votos perdidos en su provincia se comparó con Jesús llevando el debate al terreno religioso, a los temas de la divinidad y el averno. Así, convirtió un mitin político en una misa laica y devenido sumo sacerdote dijo que los que no lo votan son pecadores y por ende es deber de los militantes el de convertirlos a la santidad. Sostuvo textualmente: ”Tenemos que buscar la conversión de aquellos pecadores, de aquellos que se fueron, que creen que existen otras opciones alternativas”.
Mientras tanto, la vicepresidenta de la Nación siguiendo la huella de todos los privilegiados VIP a los que la pandemia mostró en toda su dimensión, se aseguró un estipendio de dos millones y medio de pesos mensuales de por vida, borrándose de la suerte del resto de los jubilados.
En síntesis, estamos frente al gobierno de los borrados o de los que quieren borrar a los demás. Lo que importa, como buen ponciopilatismo nacional y popular es que la culpa siempre la tiene el otro.
¿Yo? manos lavadas, se las pueda o no limpiar con el lavado.