Los argentinos descalificados por el poder político

Hay una nueva categoría en la larga lista de quienes “ponen palos en la rueda”, frase que por estos días se escucha hasta el hartazgo: ellos son los cuarenta y tantos miles que viajaron al exterior y ahora quisieran regresar al país a tiempo y en forma.

Los argentinos descalificados por el poder político
Imagen ilustrativa / Archivo

Las sociedades se autodestruyen cuando comienzan a enunciar los nombres y estadios de quienes –según el poder de turno– impiden la felicidad y el progreso de todos.

Hay listados que de tan ambiguos pueden ser aplicados en todo tiempo y lugar: la sinarquía, la antipatria, la derecha.

Estos señalamientos estigmatizan a quienes no comulgan con el deber ser de turno a efectos e instalan la idea de que la sociedad no somos todos.

La antítesis del concepto integrador que todo conglomerado humano necesita para formar una verdadera sociedad, un proceso de construcción opuesto al señalamiento de etnias, religiones o ideologías como responsables del fracaso.

Hay una nueva categoría en la larga lista de quienes “ponen palos en la rueda”, frase que por estos días se escucha hasta el hartazgo: ellos son los cuarenta y tantos miles que viajaron al exterior y ahora quisieran regresar al país a tiempo y en forma, más allá de un formulario que firmaron al irse, cuando las reglas de juego eran otras.

Reglas que por aquí cambian sin previo aviso.

Una legión de odiadores seriales se ha abalanzado sobre ellos desde las redes en una auténtica carnicería mediática alentada a diario por las palabras descomedidas de funcionarios que no pueden explicar sus falencias sin achacárselas a terceros.

Antes fueron los runners, los ciclistas, los periodistas, los anticuarentena, la oposición y muchos más porque el listado se amplía a medida que la magnitud del fracaso lo amerita.

Pero en el caso de quienes viajaron se acentúa una intención nada disimulada de focalizar el peso de la crisis generalizada en esos exponentes de la clase media que aun pueden asomarse al mundo, ya sea por trabajo, salud, obligaciones varias y turismo.

Lo expuso burdamente una de tantas pensadoras de cabotaje en redes cuando escribió: “No vuelvan, ustedes son la grasa que nos sobra”.

No importa que los controles se focalicen sobre el ingreso por Ezeiza en un país cuyos organismos responsables no pueden controlar a quienes deben realizar la obligada cuarentena.

Los mismos que no saben o prefieren no saber que las fronteras de Salta , Jujuy, Formosa y Misiones son un hervidero de gentes que vienen y van pasando por el costado de desolados puestos de gendarmería.

La variante Delta, según el imaginario oficial, es una cuestión de vuelos, dado que el virus gusta viajar en clase ejecutiva.

No es novedoso este ataque a la clase media argentina, que desde hace décadas viene abonando los costos de los fallidos experimentos de diferentes gobiernos, pero ahora la cuestión tiene un sesgo ideológico, toda vez que se la señala como un enemigo de clase que aún sustenta ideas tales como la del esfuerzo sostenido, el culto del trabajo, la superación, el progreso personal.

La meritocracia, en suma, eso que se quiere desterrar porque marca diferencias odiosas.

En los últimos días se llegó al extremo de considerar a quienes no piensan como el gobierno, de personas que no solo no quieren a los argentinos, sino que ni siquiera aman a su país, pasándolos a colocar en la lista de odiadores de su propia patria, calumnia que divide más a este desde ya tan agrietado país.

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