Locos de antaño

En el pasado la enajenación mental era contemplada sin mucha tolerancia y muchos “locos” eran perseguidos y expulsados de la ciudad mientras los azotaban y golpeaban. Así, en lugares como Mendoza, muchos de ellos terminaron presos.

Locos de antaño
La locura antaño

Antiguamente se creía que el origen de las enfermedades mentales se hallaba en lo sobrenatural, claro que también se buscaron explicaciones terrenas.

Los griegos en tiempos de Pericles, consideraron que la locura era producto de un desequilibrio de los “humores” (flujos, supuraciones) que condicionaban el temperamento del hombre.

Entrando en la edad media, sabemos que se aconsejaba colocar una paloma o un gallo rojo recién muerto sangrar sobre la cabeza del “loco”, suponiendo que dicho líquido absorbería los gases dañinos provenientes de los “humores”.

Esta idea fue aceptada casi sin cuestionamientos durante el Renacimiento. Entonces, los primeros médicos trataban las manías como enfermedades físicas: con purgas, enemas y sangrías buscando restablecer el “equilibrio de los humores”. Así, cuando alguien se encontraba en ese estado estaba de “buen humor”.

Pero fuera de esto la enajenación mental era contemplada sin mucha tolerancia y muchos “locos” eran perseguidos y expulsados de la ciudad, mientras los azotaban o golpeaban.

Con el tiempo se comenzaron a establecer espacios para encerrarlos, naciendo así los manicomios.

Pero esto varió de acuerdo con la zona y el desarrollo de cada sociedad.

Así, en lugares como la Mendoza del siglo XIX, muchos de ellos terminaron presos.

Testigo de estas situaciones fue la prensa contemporánea.

En julio de 1888, Diario Los Andes, describió la situación de una persona a la que se consideraba “loca”.

Se trataba de un hombre que se había acercado a la policía para comentarles sobre sus visiones.

“El individuo manifestó al jefe -señala el texto- que él era un enviado de Dios, y que teniendo que explicar al pueblo una visión que había tenido, solicitaba que se diese un bando, para la reunión con la población en la Plaza Independencia (…) empezó a animarse nuestro paisano y brillandole los ojos de una manera siniestra, manifestó que (…) se le habían aparecido los doce apóstoles ordenándole que perorara en público, anunciando una cosa que dijo se reservaba para cuando llegara esa oportunidad”.

De todos modos, podía adelantar que “...en breve habría en Mendoza una lluvia de fuego o agua (como si no tuviéramos bastante con los temblores), pero que no podía decir cual castigo elegiría Dios”.

Con mucha intriga la policía le hizo diversas promesas para que el individuo revelara el contenido de sus visiones, hartos de la negativa y considerándolo un loco, lo arrestaron y llamaron al médico para que lo revisara.

“Al ser arrestado -continúa el relato de Los Andes- (…) no hizo ninguna objeción, manifestando alegremente que esa noche lo sacarían de la prisión los doce apóstoles”.

*La autora es historiadora

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