Lo que reina es la soberbia

En el “culebrón” vendimial protagonizado por la figura de la reina de Guaymallén salieron a flote virtudes y miserias propias de los tiempos que corren.

Lo que reina es la soberbia
24 Febrero 2022 Mendoza Sociedad Reina de la Vendimia Guaymallén 2022 Julieta Lonigro Foto: Orlando Pelichotti / Los Andes

Nunca fui muy afecto al mundillo de las reinas vendimiales. Fuera de conocer algunos nombres y caras, de valorar belleza e inteligencia de muchas de ellas, es uno de los componentes de la Fiesta Nacional de la Vendimia sobre el que menos he buscado indagar desde mi tarea periodística, y eso que he trabajado sobre este evento cultural durante un cuarto de siglo.

Sin embargo, y justamente por esa obligación que se impone a todo periodista –que es la de intentar reconocer qué aspecto de la realidad es relevante para el lector o la audiencia a la que se dirige– jamás he tenido dudas de que el desinterés personal en este punto importaba poco. Porque la cuestión de la corona vendimial, toda su simbología y tradición, han sido y siguen siendo de interés para la mayoría de los mendocinos, aunque sea porque forma parte de la historia cultural del lugar donde viven y porque está protegida su figura por una ley que preserva esos rituales, esas costumbres.

Por esta razón, a un espectador como yo, aun ajeno a todo fanatismo real, le resulta tan curioso como burdo el culebrón desatado a partir de la decisión del Concejo Deliberante de Guaymallén de eliminar la figura de la reina en marzo del año pasado. Sobre todo, por los (entiendo) débiles argumentos que movieron tal iniciativa, pero también por el papel jugado por sus impulsores y defensores cuando las cosas empezaron a mostrar que había resistencia popular a ese cambio y, lo que es peor, un desatino legal si se vulnera desde una esfera más chica (la municipal) el poder de una legislación que la incluye (la provincial).

Y es que, como no podía ser de otro modo, el basamento argumental que movió la ordenanza, impulsada por Ignacio Conte (UCR), tiene como centro la idea de que esta clase de concursos de belleza, como es la elección de la reina, cosifican a la mujer. En sus palabras “la elección de una chica en un concurso de belleza no va más; ese estereotipo de una chica con cánones momentáneos de qué es considerado lindo y no para representar a un lugar no se condice con los tiempos que vivimos”. Y más: en su argumentario, asegura que se debe desalentar “este tipo de concursos que tienden a promover estereotipo de belleza que genera violencia simbólica sobre la mujer”.

Lo que irrita, decía, en todo esto, es la postura que alguno no ha dudado en calificar de paternalista, que a mí me parece soberbia, y que da por sentados aspectos que deberían demostrarse. Es cierto que ese reclamo aparece en otros ámbitos, pero también que hay algo que no se dice: de dónde sale que una mujer, por ser hermosa y participar de un concurso de belleza, no posee otras virtudes y talentos que también son tenidos en cuenta. Lo puntualiza muy bien la filósofa Roxana Kreimer en su libro El patriarcado no existe más: “Exaltar el atractivo físico de la mujer hoy no implica despreciar su intelecto, sino que es una forma de valorar las numerosas expresiones de belleza que ofrece el mundo, y ese goce estético no está reservado sólo a los hombres que se sienten atraídos sexualmente por mujeres. Las mujeres heterosexuales también disfrutamos de la belleza femenina”.

En esa línea de convicción se movieron las mujeres que motorizaron una continuidad de la elección de la reina de Guaymallén luego de que el mismo municipio la abandonara. Así, con el firme liderazgo de Paula García (reina de la Vendimia por Guaymallén y Nacional en 2007), además de otras comisiones de reinas y virreinas, estas consiguieron la proeza de celebrar una fiesta popular de la que salió electa una reina para este año (Julieta Lonigro), y llevaron el asunto a la Suprema Corte de Justicia para conseguir (ellas, las supuestas cosificadas, ajenas a los tiempos en que vivimos, las supuestas violentadas) que el municipio retomara su obligación legal de tener reina departamental.

Acá no estamos teniendo en cuenta los aspectos de la telaraña política que también desnudó el asunto (el intendente guaymallino “cortándose” solo, la prudencia de otros, la astucia de un opositor para albergar la fiesta paralela, etc.), pero sólo porque lo que está detrás es un envase mayor que lo alberga. Lo que sustenta todo, insisto, es la soberbia de asumir el rol de protector de valores equívocos y a tono con la corrección política, saltándose y vulnerando el interés de los colectivos a los que se quiere cubrir con sus decisiones. Immanuel Kant decía, con una puntería increíble para dar en el blanco de nuestra discusión, que “la soberbia no consiste en arrogarse un valor y una estima en términos de igualdad con los otros, sino en la pretensión de detentar una estima más alta y un valor más preeminente en relación con uno mismo, así como en hacer gala de un menosprecio respecto a cuanto atañe a los demás”. Eso pasó con la iniciativa “anti reinas” de Guaymallén, se cometió el pecado que denuncia otra filósofa, la francesa Peggy Sastre, que fue el considerar a “las mujeres, como flores delicadas, (que) deben ser preservadas en una caja de cristal porque el mundo está lleno de peligros que vulnerarán su ‘pureza’”.

Y todo esto pasó por algo que ya sabemos: lo que reina es la soberbia.

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