Habrá de ser una celebración distinta, porque el año ha sido distinto, porque hemos soportado una de las crisis más dolorosas de la humanidad, y darnos el todo por una victoria aún lejana. Por suerte las flexibilizaciones nos permitirán juntarnos con los seres más queridos para vivir uno de los más especiales del año. Celebraremos la Navidad con la esperanza de que lo malo esté pasando.
Tómelo como hijo de Dios que viene a la vida para sacrificarse por todos o tómelo como un hombre que se jugó hasta la muerte por sus semejantes. El hecho, por donde lo mire, es admirable. Se está renovando su escenario de fe: ese pesebre que mirábamos con ojitos redondos a pesar del sueño, cuando éramos pibes, porque entendíamos que estaba lleno de magia. un encanto que excede a la realidad. Por eso estaban los Reyes Magos. Y el rasgo más significativo de eso que habíamos armado con las instrucciones de mamá, era la humildad. ¡Qué lejos queda nuestra época de aquel pesebre! Me pregunto: ¿se darán cuenta los poderosos de esta época, al mirar cualquier pesebre, que esos humildes a los que vino a defender Jesús, son los mismos que ellos olvidan en sus actos? ¿No sentirán ni un mínimo remordimiento al entender que, cuando agrandan la miseria y el olvido, y la marginación, y el desamparo, están agrandando la pena de ese niño que nos mira con dulzura desde una cuna de paja?
Nunca como ahora la soberbia parece haberse apoderado del corazón de los humanos. Esa soberbia que permite privilegios para unos e infortunios para otros, millones para pocos y hambre para millones, la que discrimina por el color de la piel o hasta por la desgracia de una enfermedad, la que se atreve a repetir la vida en serie desconociendo que la vida es esencialmente artesanal, la soberbia que dispara misiles sin importarle un corno que al final de la trayectoria se les termine la vida a cientos de inocentes, la soberbia del pensamiento absolutista de los hombres que se creen dioses.
Qué lejos queda todo esto de aquel candoroso pesebre donde la mayor riqueza era la pobreza. En Navidad ha nacido de nuevo un dios, o un hombre, llamado Jesús. A más de dos mil veinte años de la primera vez que se le ocurrió nacer, sería necesario repasar los conceptos iniciales, los que nos dieron la oportunidad de crecer amparados en el mismo sentimiento. Sería importante que aquellos que se venden y nos venden todos los días, le miraran los ojos al niño del pesebre, y al menos, mínimamente por una vez, pidieran perdón.
Al resto, a la gran mayoría, a los humildes, no les hará falta decir nada. Ellos saben por quienes va a nacer ese que va a nacer. Ellos saben que es absolutamente, totalmente, solamente para ellos esta Navidad.