Han sido reeditados cuatro textos sobre personajes cruciales del pasado revolucionario rioplatense: Historia de Juan Martín de Pueyrredón, del Dr. Julio Cesar Raffo de la Reta; San Martín y Córdoba en la época de la campaña de los Andes, de José Ignacio Olmedo; la biografía dedicada a Juan José Castelli: el Adalid de la Libertad, de Julio César Chávez, y el libro de Mariano Pelliza, Monteagudo. Su vida y sus escritos. La iniciativa procede del profesor Horacio Garcete, abogado, lector inquieto y editor preocupado por aquello que el gran Abelardo Castillo definió como “Los recobrados”, es decir, los libros que han dejado de figurar en los mesones de las librerías y están a la espera de volver a circular entre nuevos públicos.
La selección realizada resulta interesante por dos motivos principales. En primer lugar, porque se trata de libros que su mayoría fueron publicados por primera vez en el clima previo y posterior al Año del Libertador, el monumental acontecimiento conmemorativo mediante el cual el régimen peronista no solo enalteció la figura de San Martín, sino que enlazó el legado sanmartiniano con el liderazgo carismático del hijo dilecto de la revolución juniana para fundar la nueva Argentina. En ese lapso, la producción escrita sobre los próceres de la independencia había proliferado gracias a iniciativas de historiadores nutridos todos de sensibilidades nacionalistas. En la mayoría de los casos, el denso repertorio de obras dedicadas al Libertador imantada por el giro introducido por El Santo de la Espada de Ricardo Rojas (1933), abonaba el suelo de la extendida convicción de las elites intelectuales y políticas argentinas que el “nacionalismo y el patriotismo” eran fines principales de la enseñanza de la historia en todos los niveles educativos, y de la misión del historiador convertido en custodio erudito de la “conciencia nacional”.
En segundo lugar, porque la empresa editorial encarada por el profesor Garcete, bajo el sello Villa Editores, evoca el papel de los inquietos buceadores del pasado nacional que nutrieron colecciones de impresos, libros y documentos preservados por familiares de protagonistas espectables, y de otros menos conocidos, que ocasionalmente habían sido consultados por los padres fundadores de las narrativas de la revolución rioplatense y las guerras de independencia sudamericanas. Sería sobre todo el interés de imbricar vidas revolucionarias paralelas, o complementarias a los “grandes hombres” que habían servido a Bartolomé Mitre a la proyección continental de la revolución republicana nacida en el Plata, y la puesta en valor de la biografía como “tipo historiográfico” -como señaló José Luis Romero en un estudio pionero- la que incitaría a conciliar el carácter singular de la experiencia humana en el cuadro de variaciones de la vida histórica.
Con o sin diálogo evidente con las reflexiones realizadas por Romero, las obras reeditadas ponen de relieve el interés de sus autores de trazar estampas de vidas revolucionarias que no habían sido motivo de atención específica, y que merecían ser abordadas en vista a justificar desempeños públicos olvidados de las guerras revolucionarias.
En el primer registro ha de ubicarse las biografías de Pueyrredón, Castelli y Monteagudo. La primera porque, a juicio del Dr. Raffo de la Reta, la vida del Director Supremo que trabó lazos firmes con San Martín para impulsar el plan continental y consolidar la independencia sudamericana, no había despertado interés suficiente en la comunidad de historiadores por lo que se veía obligado a reparar semejante olvido con una biografía que cubriera los principales trazos de su accionar público. Al momento de publicar el libro en la colección “Hombres representativos de la Historia de la Argentina”, dirigida por la Academia Nacional de la Historia de la que formaba parte, el historiador y político mendocino, ya había ensayado el género con un estudio dedicado a la controversial figura del chileno José Miguel Carrera (1935). Pero si el objetivo entre una y otra eran distintos en tanto la revisión de la vida del principal rival de Pueyrredón, San Martín y O’Higgins le permitía deslindar responsabilidades en el suplicio de los hermanos Carrera muertos en Mendoza, el abordaje de la vida de Pueyrredón tuvo un doble propósito: poner a disposición de los lectores documentación no disponible en archivos públicos, y subrayar aspectos de su personalidad que le permitieron conducir “el gobierno inmerso en el caos interno, y frente a una situación internacional incierta como consecuencia de las guerras napoleónicas primero, que conmovieron hasta en sus cimientos a las naciones europeas y de la Santa Alianza después, con sus imprevistas combinaciones dinásticas y políticas”. Una revisión interesante pero que por su carácter reivindicativo, no se hizo eco de los debates historiográficos que habían exhumado documentos de archivos franceses que demostraban las gestiones entabladas por los directoriales para instalar la monarquía constitucional en América con un príncipe europeo en la cúspide.
Por su parte, la biografía de Juan José Castelli pone en escena la primera narrativa dedicada al “Adalid de Mayo” escrita por el paraguayo Julio César Chávez y publicada por Editorial Ayacucho en 1944 y reeditada en 1957. Esa trayectoria contempla la reconstrucción de la vida familiar y doméstica, la sociabilidad educativa y universitaria ensayada entre el colegio Monserrat de Córdoba y la prestigiosa Universidad de Charcas; el regreso a Buenos Aires y la labor desarrollada en el foro y la prensa; la decisión de fundar familia con una de las Lynch a la vez que ganaba fama y fijaba residencia en una chacra de San Isidro. Pero es la integración en el círculo de los “iluminados soñadores”, es decir, el peso de las ideas como motor del cambio que se precipita en el orbe hispánico el que organiza la breve e intensa vida revolucionaria de Castelli: un rasgo capital del principal orador del memorable Cabildo Abierto del 22 de mayo que fundamentó la vacancia del poder y la reversión de la soberanía al pueblo para convertirse luego en brazo ejecutor de la justicia revolucionaria en Cabeza del Tigre y en el Alto Perú donde proclamó la libertad a conquistar frente a las ruinas de Tiahuanaco.
A su vez, la biografía sobre Monteagudo de Mariano Pelliza (1880) reúne los volúmenes originarios que distinguían las dos etapas de su convulsa vida al servicio de la revolución de América. La que se inicia con la “revolución de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809″ y concluye con la crisis de 1815 que tumba al director supremo Carlos de Alvear, a cuyo servicio había puesto su pluma e influencia en la Asamblea constituyente. La segunda arranca con el regreso del destierro en 1817, reconstruye la vinculación con San Martín y O’Higgins en Santiago de Chile, destaca su protagonismo la pena capital impuesta a los hermanos Carrera, y de los prisioneros españoles en San Luis, y avanza con el Monteagudo que llega a Lima. Se trata de quien promueve la monarquía constitucional en las páginas del Pacificador del Perú mientras San Martín se erige en Protector de los Pueblos Libres, el que anima el debate en la Sociedad Patriótica e incita la creación de la Biblioteca Nacional, el que radicaliza la política antipeninsular en la capital mientras se produce el encuentro de los Libertadores en Guayaquil. Una política que lo conduce al destierro mientras se licua el capital político del Libertador, para regresar luego con Bolívar y morir asesinado en una calle de Lima.
Finalmente, el plan editorial incluye la reedición del texto San Martín y Córdoba que el profesor Olmedo publicó en 1944. En ella el autor no solo se proponía honrar el pasado nacional sino el linaje patricio del que descendía y que tenía como epicentro los vínculos, accionar y relaciones de su bisabuelo, José Ramón Olmedo. Un personaje central de la cadena de intermediación mercantil, información y relaciones entre la economía mediterránea y el Cuyo liderado por San Martín mientras equipaba la maquina militar que cruzaría la cordillera en el verano de 1817. El profesor Olmedo (un ferviente devoto de la enseñanza religiosa restablecida por el gobierno militar en 1943), contó con información valiosa para hacerlo, la familiar, que contiene valiosas piezas epistolares desconocidas hasta la publicación del libro.
Que libros como estos vuelvan a circular no solo supone poner en valor lecturas valiosas sobre el pasado nacional; supone también conectar antiguas comunidades de escritores con las nuevas generaciones de historiadores dispuestos a renovar las formas de hacer historia que, desde la recuperacion democratica, vigoriza la agenda de la historiografia argentina y latinoamericana. Un giro que resulta interesante en tanto pone de relieve la manera en que los nexos entre la vieja y la nueva Clio mejoran la comprensión del tiempo pasado y del presente que bien o mal nos toca vivir.
* La autora es historiadora del INCIHUSA-CONICET y la UNCuyo.