Liberalismo y libertarismo: dos enfoques sobre la libertad en el siglo XXI

Tanto el liberalismo como el libertarismo valoran la libertad individual, pero difieren profundamente en la manera en que entienden el papel del Estado en la sociedad.

Liberalismo y libertarismo: dos enfoques sobre la libertad en el siglo XXI
Murray Rothbard y Javier Milei, libertarios.

El liberalismo, y en su variante más extrema, el libertarismo, han ganado popularidad en tiempos recientes. No hace mucho en nuestro país, ser considerado liberal solía ser casi un insulto, pero hoy en día estos términos se han puesto de moda. La prueba de ello es que muchos jóvenes, que hasta hace poco desconocían su significado, no solo los pronuncian con frecuencia, sino que incluso los profesan con cierto orgullo. Sin embargo, a pesar de esta creciente popularidad, a menudo se observa cierta confusión entre los conceptos, algo que merece ser aclarado. Este artículo intentará hacerlo.

A lo largo de la historia, los términos “liberalismo” y “libertarismo” han sido utilizados para describir distintas filosofías políticas que abogan por la libertad individual, pero a menudo se confunden o se utilizan de manera intercambiable. Sin embargo, aunque ambas corrientes comparten una base común en su énfasis sobre la autonomía personal y los derechos fundamentales, se distinguen por su enfoque sobre el rol del Estado y su intervención en la sociedad.

El liberalismo es una corriente política que, en su forma clásica, defiende la importancia de la libertad individual, los derechos civiles y la democracia. Su origen se remonta a la Edad Moderna, con pensadores como John Locke y Montesquieu, quienes abogaron por un gobierno limitado, pero sin excluir la necesidad de que el Estado intervenga para garantizar el bienestar general y el orden social. El liberalismo clásico resalta la importancia de un mercado libre, pero también acepta ciertas intervenciones gubernamentales para corregir desigualdades y proteger a los individuos de la explotación o el abuso.

En su expresión contemporánea, el liberalismo ha evolucionado hacia una posición más activa en la intervención del Estado. Un ejemplo notable es el caso de los Estados Unidos, donde “liberal” se ha convertido en un término que describe a aquellos que apoyan políticas progresistas, como la intervención del gobierno en la economía para promover la justicia social, la igualdad de derechos y la protección del medio ambiente. Los liberales modernos sostienen que el gobierno debe jugar un papel importante en la provisión de bienes públicos, como la educación y la salud, y en la promoción de la justicia social mediante políticas redistributivas. Por esta razón, esta forma de liberalismo también apoya, como mencionábamos, la regulación del mercado para proteger los derechos laborales, el medio ambiente y la competencia.

Así, el liberalismo moderno busca equilibrar la libertad individual con una justicia social que favorezca la igualdad de oportunidades. En consecuencia, los defensores de esta corriente creen que el Estado puede y debe intervenir para reducir las disparidades económicas y asegurar que los derechos de las minorías sean respetados. A menudo se asocia con políticas de izquierda en muchos países (aunque no necesariamente en el nuestro), dado su énfasis en la igualdad social y económica.

Por otro lado, el libertarismo se presenta como una corriente política más radical que también valora la libertad individual, pero con una visión aún más estricta sobre el papel del Estado. El libertarismo sostiene que el gobierno debe ser casi inexistente, con su única función legítima limitada a proteger los derechos de los individuos: su vida, libertad y propiedad. Cualquier intervención más allá de esto es vista como una invasión ilegítima de la libertad individual.

La filosofía libertaria se apoya en gran medida en los trabajos de filósofos como Murray Rothbard y Robert Nozick, quienes abogan por una sociedad donde los mercados sean completamente libres y las personas tengan la capacidad de tomar todas las decisiones económicas y sociales sin la interferencia del Estado. Para los libertarios, el sistema de bienestar social, las regulaciones del mercado, los impuestos progresivos y las leyes laborales son ejemplos de intervenciones que violan la libertad individual.

En el marco libertario, la idea de una “sociedad sin Estado” no significa caos, sino una organización social basada en acuerdos voluntarios entre individuos y grupos, con una mínima, si no nula, intervención gubernamental. Esto implica que los servicios como la educación, la salud y la seguridad sean privatizados, y que los contratos entre individuos y empresas sean la base de la convivencia social. En muchos sentidos, el libertarismo pone el acento en la responsabilidad personal y la autonomía sobre cualquier forma de ayuda estatal.

En resumen, tanto el liberalismo como el libertarismo valoran la libertad individual, pero difieren profundamente en la manera en que entienden el papel del Estado en la sociedad. El liberalismo moderno defiende un gobierno activo que interviene para promover la igualdad social y la justicia económica, mientras que el libertarismo busca reducir al mínimo esa intervención, favoreciendo un sistema basado en la autonomía individual y la libre elección. En ambos casos, el debate sigue siendo esencial para la política contemporánea y la manera en que entendemos y buscamos alcanzar la libertad en una sociedad moderna.

* El autor es licenciado en Recursos Humanos y Docente.

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