Las tres Argentinas

Con mil imperfecciones, hoy vivimos en la república democrática, en el autogobierno del pueblo, pero seguimos creando elites muy por debajo de nuestras posibilidades y nuestras necesidades.

Las tres Argentinas
Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.

Esta semana se publicaron tres opiniones de tres intelectuales valiosos que intuyen una salida de la crisis y decadencia argentinas proyectando las bases futuras de un acuerdo integral entre los dos grandes sectores en que se divide el país, no para concretarse de inmediato (algo del todo imposible) sino para cuando desde ambas partes admitan su inevitabilidad. Ninguno de los tres ensayistas pertenece al oficialismo, lo que indica las dificultades actuales para acordar, pero a la vez los tres creen necesario una nueva actitud de la oposición. Son meditaciones por encima del promedio.

Para pensar la Argentina del futuro hay que pensar qué Argentina tenemos, pudiéndose decir que tuvimos tres grandes Argentinas desde la vigencia de la Constitución Nacional.

La primera, la Argentina liberal pudo armar un brillante sistema político para abrirnos al mundo y modernizarnos integralmente a través de la concepción republicana. Pero cuando quiso agregarle la democracia plena al sistema, tuvo éxito en incorporarla, pero no supo conducir, ni siquiera subsistir en lo que fue la democracia de masas, donde desapareció la república tal cual la conocimos para cundir en demasía el militarismo y el populismo. No obstante, aunque en menor medida, la Argentina no dejó de crecer y a su modo pudo instalar algo parecido al Estado Benefactor que de hecho nos transformó en el país de clase media más grande de América Latina. Sin embargo, por infinitas razones entre las cuales no fue menor la incapacidad de sintetizarse de esas dos Argentinas, desde los 70 apareció otro país mucho peor que los dos precedentes en cuanto a logros de todo tipo, excepto que impuso por primera vez la democracia republicana a pleno. Una república democrática que sobrevivió a todo, incluso a la anarquía y los fundamentalismos, que aunque llegaran al poder, no pudieron quebrar el sistema. Una solidez institucional enorme junto a una decadencia de todo lo logrado en tiempos anteriores a nivel económico, social y educativo, sobre todo.

Los pensadores a que ahora nos referiremos se preguntan de qué modo extraer de esas tres Argentinas los fundamentos para encontrar una síntesis que supere a las tres y que cree la Argentina definitiva, la que nos introduzca de una vez por todas al desarrollo y al progreso.

Pablo Gerchunoff critica la actitud de Macri en su presidencia ya que opina que hizo una política conservadora, que no se animó a cambiar nada, además se referenció solo en una de los dos Argentinas (la liberal) y no se atrevió a hacer una síntesis de las dos que concluyeron en los 70 cuando apareció otra Argentina que no se parece a ninguna de las otras dos; más bien las otras dos Argentinas se parecen más entre sí que cualquiera de ellas a la actual. En la tercera Argentina los dos sujetos históricos son el lumpenproletariado y la pampa gringa. Ya no más los obreros. Y la clase media signa culturalmente aún al país, pero languidece, ya no es el destino de las clases bajas, sino que las clases bajas son el destino de buena parte de la clase media.

Para Gerchunoff de los 30 a los 70 la Argentina progresó menos que antes y menos que otros países, pero con mayor bienestar popular, lo que le da un sentido positivo también a esa era, sumable a la primera.

Por eso esas dos Argentina aún se ven como dos edades de oro, una para una parte de la sociedad y otra para la otra parte. Sin embargo, son muchos menos los que quieren síntesis, que es lo único posible. Macri se referenció en la Argentina liberal y dejó de lado la otra. Cristina se referenció sólo en la populista e intentó volver (aún lo intenta) a un pasado al cual es imposible retornar.

Hoy vivimos en la república democrática aunque algunos aún la quieren cambiar por otra cosa. Es que luego del apocalipsis de los 70 se alcanzó por primera vez en la Argentina el autogobierno popular, el gobierno de los ciudadanos, con todo lo bueno y lo malo que ello trae consigo. No nos gobernó nadie ni de arriba ni de afuera, nos gobernamos nosotros mismos, solo nosotros somos responsables. No fueron las elites, ni los líderes autoritarios, ni los militares ni los imperios, ni siquiera la clase política (que es expresión de cómo somos porque proviene de nosotros) y tampoco hubo los excesos de anteriores populismos (no porque no se quiso sino porque no se pudo) precisamente por la existencia de un sistema republicano que antes era fragilísimo y hoy es lo único fuerte. Ahora tenemos el autogobierno, que eso es la república democrática: elegimos lo que quisimos durante 40 años. Ya somos grandes, aunque nos sigamos portando como chicos y estemos creando elites muy por debajo de nuestras posibilidades y de nuestras necesidades. Y seguimos derivando la culpa en otros.

Andres Malamud nos habla de una nación presente mejor a la imaginada por casi todos. Para él la Argentina no tiene la peor grieta del mundo. Argentina económicamente es un desastre pero políticamente no hay violencia, aunque después no se saluden los gobernantes, pero no se matan. Las grietas italiana, española, brasileña y estadounidense son todas peores que la nuestra y en todos los casos incluyen prisiones y muertes, finaliza Malamud, tratando de vislumbrar lo que frente al mundo actual la Argentina aún mantiene de positivo.

Loris Zanatta -quizá el crítico actual más implacable del peronismo histórico- nos habla de la necesidad imperiosa de que los representantes de las dos Argentinas anteriores puedan un día llegar a dialogar para proyectar un solo país. Según él, cuando los fenómenos populistas se radican tan profundamente, como pasó en la Argentina, el sistema mismo se transforma en populista: se crean dos religiones, dos frentes que viven de oponerse uno al otro. Esto dificulta la creación de puentes. Por eso es tan relevante crear un área gris que esté en el medio, donde se reconozca, desde el peronismo, que el término antipueblo no puede existir en una democracia; y del otro lado, al mismo tiempo, deje de existir la idea de que es preciso eliminar al peronismo. El peronismo es un aspecto extraordinariamente relevante de la historia argentina y existirá siempre. Hay quien sigue soñando como en el 55 una desperonización, dice Zanatta, como se desfascistizó Italia o desnazificó Alemania. Pero eso en la Argentina no tiene sentido, el peronismo es un fenómeno político radicado en la sociedad, en el imaginario. Entonces, hay que convivir con él. Zanatta anhela la existencia de un peronismo republicano aunque sea escéptico con respecto a su existencia, no obstante sin diálogo entre las dos partes de la grieta, Zanatta no ve salida alguna.

Ninguno de los tres está planteando intentar una síntesis ahora entre las dos grandes coaliciones existentes, no al menos mientras una de ellas la dirija Cristina Kirchner que expresa el intento de traer al presente un pasado anacrónico. Ni Macri que también falló en las síntesis. Pero hoy la oposición es mucho más que Macri mientras que el peronismo entero es mucho menos que Cristina. Por eso es difícil que el cambio empiece por el peronismo hasta que éste no se plantee una rectificación o una superación muy profunda de su presente.

De lo que se trata es de hacer una síntesis entre las dos Argentinas, la agroexportadora de los granos, las mieses y la educación 1420 con la de las chimeneas, los descamisados y las industrias. Aceptando que ninguna de las dos llevó sus logros a buen puerto, pero que ambas expresan un país ineludible cuya síntesis es el único secreto para que nos saque de esta Argentina fallida. No existe ninguna otra cosa a no ser que querramos partir de sepultar la historia y crear algo absolutamente novedoso, algo que tendrá la resistencia de nuestros genes históricos que nos hicieron ser de un modo que ya somos y que ya no podremos dejar de ser, aunque muy bien lo podremos dirigir hacia rumbos que aún no hemos alcanzado. Solo partiendo del ser se llegará al deber ser; lo demás son palabras que tropezarán todos los días contra las rigideces de una identidad no demasiado bien resuelta pero ya lo suficientemente sólida para que sea imposible diluir en el futuro.

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