“Temo por los poderes judiciales y legislativos, temo por la institucionalidad”. Estas palabras del discurso del Doctor Juan Carlos Maqueda, en un homenaje del Colegio Público de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, con motivo de su retiro como ministro de la Corte Suprema, son una advertencia que merece ser tomada sin ligereza ante los embates que las instituciones liberales soportan hacen un tiempo en el país y el panorama en el mundo como también lo señaló en sus palabras.
Estas expresiones en un tiempo en que no solo en la Argentina se cuestionan las instituciones liberales (aunque algunos lo hagan gritando “viva la libertad carajo”) como lo vemos en el mundo e incluso en los Estados Unidos por parte de sectores que apoyaron al presidente Trump, hacen oportuno revisar la idea de los cien años de decadencia del discurso oficial. En un reciente fórum, al que asistió el que esto escribe, Ricardo Arriazu fue más allá, habló de 120 años de decadencia porque tomo en cuenta el PBI por habitante de 1904 que llegó a ser por un breve tiempo y con seis millones de habitantes, el más alto del mundo.
Esto es una tontería, como decir que Estados Unidos es decadente porque en 1945 su PBI era el 50% del mundial, dejando de lado que Europa y gran parte del Asia estaban destruidos por la guerra y era lógico que con la reconstrucción se equilibraran los porcentajes.
El país. por el contrario, creció a tasas enormes entre 1904 y 1914 y tuvo otros ciclos de crecimiento, como el transcurrido entre 1963 a 1974. Por otro lado, más allá de aciertos y errores propios, poseemos una obsesión por no tener en cuenta las externalidades, es decir factores monetarios, políticos, climáticos, comerciales que repercuten en lo interno como el precio de la energía, las tasas de interés internacionales, el cierre de los mercados, guerras, etc.
En realidad, el gran problema del siglo pasado ha sido institucional. Desde la ley Sáenz Peña no hemos tenido éxito en generar un sistema capaz de establecer acuerdos para el progreso y aceptar la posibilidad de la alternancia en el poder. El hegemonismo ha imperado de diversas formas junto a personalismos exacerbados. El personalismo lleva a las cortes de adulones y al alejamiento de la realidad y de las demandas de la sociedad. Todo eso llevó al ciclo de inestabilidad que culmina en 1983.
Las esperanzas de mayor calidad institucional se vieron ya disminuidas con la Corte de la mayoría automática de Menem y sus jueces federales de “la servilleta”, un conjunto de mediocres, serviles al poder, y en muchos casos corruptos. Si bien en este siglo tenemos un Corte prestigiosa el deterioro institucional es inocultable.
La Corte Suprema ha sido un baluarte en defensa de los derechos y libertades de los ciudadanos frenando los intentos del “vamos por todo” que pretendió instalar Cristina Fernández a pocos días de su reelección, con iniciativas como el control de la prensa libre y los ataques a la independencia judicial, cuestionando como una antigüedad a la división de poderes consagrada en la constitución nacional y que es uno de los aportes doctrinarios del liberalismo a las libertades personales.
La Corte no se amilanó ante las amenazas del kirchnerismo y sus escribas y cortesanos en que se convirtieron gran parte de los gobernadores y legisladores que llegaron a propuestas de reformas disparatadas con vistas a terminar con su independencia como sucede en la casi totalidad de las provincias en las que los tribunales superiores son meras dependencias del gobierno
La idea de la libertad significa respeto a las opiniones diferentes, al no creerse redentor, ni predestinado. Una constitución es en definitiva un sistema de reglas para vivir en paz en las diferencias y evitando que nos impongan desde el poder creencias, modos de vivir, de trabajar, de pensar.
Parecería que además de los cuestionamientos que soportamos aquí a las instituciones democráticas en el mundo estamos en una regresión como en los treinta del siglo pasado cuando las democracias solo regían en unos pocos países europeos, en los Estados Unidos y con limitaciones en tres o cuatro de la región.
Algunos proyectos enunciados como la supresión de las Paso, en vez de reformar sus defectos, o la cuestión del financiamiento de las campañas electorales van en dirección contraria a la participación ciudadana y pueden fomentar la imposición de candidatos desde grupos económicos como ya sucede en los Estados Unidos, al revocar la Corte de ese país, el límite para las contribuciones empresarias.
El discurso de fuerzas del bien contra el mal no es de raíz liberal democrática. Los agravios solo reflejan complejos de inferioridad de quienes los dicen. Los ataques a la prensa son porque molesta que alguien señale los contubernios del gobierno con los K.
Esta obsesión con los “zurdos”, como si estuviéramos en los setenta además de anacrónica esconde que hoy el conflicto no es entre derechas e izquierdas sino entre Democracia y Autocracia y la autocracia puede ser socializante, teocrática o capitalista como sobran ejemplos en el mundo.
Para que el país salga adelante es muy importante que se haya instalado el horror a la inflación y al déficit fiscal que la provoca pero no habrá inversiones para el desarrollo si no hay instituciones fuertes y un sistema político que en sus diferencias, exprese el consenso en respetar las reglas y los contratos, eso es, el Estado de Derecho. Muy oportuno el discurso del juez Maqueda que lamentablemente deja su cargo.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia.