“La cuarentena es la única vacuna que tenemos”. Alberto Fernández.
“La única cura que hay es la cuarentena”. Axel Kicillof.
“La única cura es la cuarentena disciplinada, en unión nacional, no hay otra. Estamos obligados a someternos a una cuarentena radical, consciente y disciplinada”. Nicolás Maduro.
“La cuarentena no es solo una de las formas de las políticas sociales de urgencia. Es una forma de resguardar la libertad sustantiva...Es la libertad comunitaria...contra quienes quieren hacer añicos la cuarentena llamando a una productividad que no es otra cosa que la libertad de mercado que desequilibra todo el resto de las libertades.... y que presupuesta previamente las muertes necesarias que las estadísticas empresariales dictaminan como imprescindibles para poner en marcha los sistemas productivistas”. Documento de Comuna Argentina, grupo de intelectuales K.
Pobre cuarentena, las tonterías que se dicen y para colmo se hacen, en su nombre. Y ella, pobrecita, no tiene la culpa de nada. Bien usada es buenísima, mal usada es malísima.
Suecia al principio no la usó pero luego se autocriticó porque admitió que debía haber cerrado más para enfermar menos, y entonces encerró más. Noruega, al revés, al principio la usó mucho y luego se autocriticó porque dijo que por exceso de uso se perdieron empleos que no se debían haber perdido. Entonces la usó menos. Pero ni Noruega ni Suecia son pro o anticuarentena. La consideran sólo un instrumento más entre muchos. Son realistas, no ideólogos.
En cambio en América tenemos a Trump y Bolsonaro que son anticuarentena, a los que no les importa nada cuantos se mueran mientras se salve la economía. Y tenemos a los chavistas y a los ultra K que son procuarentena. Es que en este continente no solo todo se ideologiza, sino que también todo se fetichiza: Fetichismo significa, según el diccionario, “la divinización de diversas cosas y objetos (fetiches), atribuyéndoles fuerzas misteriosas, sobrenaturales, inasequibles para la comprensión humana. En la fase primera, inferior, del desarrollo religioso, el fetiche (el ídolo) era un objeto de adoración para los creyentes”. En América, los políticos se relacionan con la cuarentena, fetichizándola. Adorándola u odiándola.
El problema, entonces, en Brasil y EE.UU. son los fetichistas anticuarentena porque son los que gobiernan. En Argentina, los que bajan línea son los ideólogos K que hacen fetichismo procuarentena, considerándola el nuevo nombre de la libertad y otorgándole poderes sobrenaturales a ella.
Alberto Fernández no es que sea un fetichista procuarentena, pero tiene dos concepciones preocupantes.
La primera es que dice que la brutal crisis económica que vivimos no es culpa de la cuarentena sino de la pandemia. Es lo mismo que afirmar que las batallas que perdieron San Martin o Belgrano fueron por culpa de los realistas. ¡Chocolate por la noticia! Claro que los realistas querían derrotarlos, pero si ellos perdieron es porque en esas batallas sus tácticas o estrategias fallaron, no por culpa de los realistas que hicieron lo que les correspondía en tanto sus enemigos. Acá es lo mismo, al virus lo único que le interesa es arrasar con todo si lo dejan, para eso es un virus; por ende el único responsable del triunfo o del fracaso contra el mismo es la estrategia de combate que se libre contra él. La culpa nunca es de la pandemia. Ella está contenta con todo lo que destruye porque esa es su naturaleza.
La segunda es cuando afirma que la cuarentena es la cura o vacuna del virus. Pero la cuarentena no es la cura de nada. Es solo un medio entre tantos otros que se debe usar de acuerdo a la prudencia política. Cuyo uso lo deciden los políticos, no los médicos o los economistas porque cada técnico por su profesión tiene un sesgo que solo el político puede evitar.
Si la cuarentena es la cura, esa lógica lleva a ignorar o minimizar otras herramientas quizá más efectivas, o que son las que justifican la cuarentena. Lo único que hoy tenemos, que ni siquiera es cura sino armas de combate son un paquete integral que hay que usar de acuerdo al momento: cuarentena, testeos, trazabilidad, rastreadores, aislamientos sectoriales, barbijo, distancia social, etc. etc. La cuarentena por si sola es nada más que comprar tiempo, no soluciones ni curas. Sin que se sepa el precio que se está pagando por ese tiempo; eso se verá recién al final de la guerra.
A Maduro eso no le preocupa porque la economía ya más quebrada de lo que la dejó él no puede estar, entonces se permite hacer ideología cuarentenista a fin de tener otro justificativo ideológico más con el cual seguir suprimiendo libertades. En Venezuela su uso está clarito, en la Argentina no, porque no es muy creíble que con la cuarentena el presidente quiera suprimir libertades como Maduro (no lo mismo se puede decir de todos los miembros de su gobierno). Alberto parece haberse pegado tanto a la cuarentena porque es lo único con su sello que le dejó hacer Cristina hasta hoy y por ende la siente como la única fuente de poder propio.
Lo cierto es que digan lo que digan, la cuarentena no cura, en todo caso es un escudo que protege contra el virus. Un arma defensiva. Pero mientras uno se protege tiene que pelear con armas ofensivas contra el enemigo, con el propósito de no dejarlo avanzar sino avanzar contra él. Para eso antes hay que descubrir donde se oculta a fin de poder aislar los lugares donde hay que combatirlo. Es una guerra integral en la cual la cuarentena puede ser una táctica más. A veces ser total, a veces ser parcial. A veces no hay que usarla. Y absolutamente siempre tiene un límite temporal para su uso, más allá del cual pierde toda efectividad o arrasa con un país incluso más que la pandemia.
Lo que ocurre en Argentina es que hacer resistencia pasiva a través de la cuarentena es fácil porque solo basta decretar el encierro y poner algunos controles policiales. Mientras que para aplicar los otros instrumentos se requiere un Estado activo y eficiente, cosa que en sus tres gobiernos y algo más predicó el kirchnerismo pero no concretó nunca, y hasta empeoró lo que heredó.
En fin, en el continente del realismo mágico somos muy propicios, cuando las cosas concretas parecen superarnos, a caer en la metafísica creyendo que con ella se pueden combatir los enemigos físicos. Lamentablemente, el virus no vive en el reino del realismo mágico sino en el de la realidad a secas. Una palabra prohibida para los habitantes de Macondo.