Las condiciones pendientes para una nueva polarización

La media sanción de la ley Bases comenzó a desequilibrar el bloqueo en favor del Gobierno, situación que sólo habrá de consolidarse si el Senado ratifica esa norma. Si esa inercia se confirma, la escena dominante proyectará una novedad: la polarización entre mileismo y antimileismo, con apoyo social inicial y predominante para el primero.

Las condiciones pendientes para una nueva polarización

Aunque todavía embrionario, el primer triunfo legislativo del Gobierno nacional insinuó la apertura de un tiempo político distinto. Desde la asunción de Javier MIlei hasta la aprobación en Diputados de la ley Bases, el sistema político parecía bloqueado en la escena de un parlamentarismo de facto, en el cual primaba el poder de veto de la oposición y la hostilidad narrativa del oficialismo.

Esa primacía revelaba un trasfondo de alto riesgo: el tironeo entre la Casa Rosada y una masa crítica de opositores con dos apuestas sistémicas muy distintas. La apuesta opositora especulaba con que una amplia insatisfacción social daría por terminado el impulso inicial del oficialismo en marzo, por efecto del ajuste económico; el Gobierno apostaba a que el respaldo social se mantendría pese al ajuste y le permitiría, llegado el caso, avanzar usando órdenes ejecutivas sin anuencia del Congreso.

La media sanción de la ley Bases comenzó a desequilibrar el bloqueo en favor del Gobierno, situación que sólo habrá de consolidarse si el Senado ratifica esa norma. Si esa inercia se confirma, la escena dominante proyectará una novedad: la polarización entre mileismo y antimileismo, con apoyo social inicial y predominante para el primero.

Esa polarización no sería exactamente la misma que aquella que se expresó en el balotaje, porque sus condiciones materiales serían distintas: el barro turbulento del ajuste está pasando bajo el puente. Tampoco podría aventurarse que sea definitiva, depende de varias condiciones. Entre ellas, el impacto a mediano plazo de la baja de la inflación sobre el ingreso real; también la estrategia de construcción política del oficialismo y de reconstrucción política de la oposición sobre esas nuevas bases materiales.

Como explicaron hace un tiempo con lucidez los ensayistas Pablo Touzon y Federico Zapata, cuando se habla de Milei hay un primer nivel de análisis que a veces le cuesta digerir a la política: es la sociedad la que construyó la nueva correlación de fuerzas que lo hizo presidente ante el espanto por la crisis económica. Es la sociedad la que hizo su revuelta contra un orden que se sustentaba en una retórica revolucionaria que en realidad ocultaba la incapacidad estructural para hacer reformas: “Un ‘agarrame que lo mato’ hecho sistema de gobierno, incapaz de procesar en 15 años una sensata actualización tarifaria”.

Para Touzon y Zapata, Milei le aportó a esa revuelta una novedad metodológica y una hojarasca narrativa. La novedad es que Milei no usa el lenguaje de redes, sino que es el lenguaje de redes hecho experiencia gubernamental. La hojarasca es el discurso libertario: Milei predica como un pastor ateo; dice que hay que usar el poder político para abolir el poder político. Pero si consigue legitimarse con resultados económicos favorables puede transformarse en el agente de un nuevo orden político.

La otra condición que Milei debe superar para instalar esa nueva polarización es la construcción de un nuevo dispositivo de poder. Una herramienta política, una coalición que exprese en 2025 la validación social de la nueva economía. El capital de inicio que tiene para esa ingeniería es la restauración del poder presidencial tras el período fantasmal de Alberto Fernández.

Utopía de la nostalgia

La dinámica de la ley Bases también filtró luz sobre la acción opositora. Cristina Kirchner venía ocultando -con relativo éxito- su aporte a la obstrucción de los cambios que propone Milei. En los cinco meses iniciales del nuevo gobierno, optó por hablar poco y trabar mucho: optimizar el bloqueo de su mayoría numérica en el Congreso dejando que la furia del Ejecutivo se ensañara con la “oposición dialoguista”. Esa táctica tocó su límite.

Esta encrucijada nueva se le plantea a la expresidenta en un contexto interno donde es inocultable el balance crítico que se viene incubando contra su conducción. A Cristina han comenzado a reprocharle una serie de errores estratégicos, con críticas que antes eran soterradas y ahora salen a la superficie.

Siendo presidenta de un momento histórico al que ella misma presenta como los “años dorados” de la Argentina reciente, no pudo conseguir la continuidad con la candidatura de Daniel Scioli en 2015. Revirtió esa situación con el testaferrato de Alberto Fernández. El final fue catastrófico: más de 1000% de inflación en cuatro años; casi la mitad del país en la pobreza.

Cristina percibió antes que ninguno de los propios la derrota cultural de sus ideas, acaso como consecuencia de un hecho traumático: el atentado en su contra perpetrado por un grupo de marginales. Tras constatar la magra defensa política que tuvo entonces, construyó el discurso de una proscripción inexistente para justificar una deserción electoral y permitió sin tapujos que su estructura apostara al crecimiento de Milei como obstáculo para la unidad de la oposición.

Toda esa secuencia de decisiones está ahora en revisión. Incluso en la estructura burocrática que había imaginado como ciudadela de refugio: el peronismo ultrademográfico de la provincia de Buenos Aires. Allí la expresidenta intenta retener poder residual respaldando la proyección de su hijo Máximo, un experimento desangelado, cuyo fracaso parece irremontable.

Frente a esa apuesta, crecen en las encuestas del kirchnerismo las imágenes de Axel Kicillof y Juan Grabois. Para enfrentar ese desafío, la “Cristina tiktokera” es vastamente insuficiente, una intrusión de visita al territorio comanche donde domina Milei. Menos aún con su discurso de siempre, esa apuesta melancólica donde la única utopía es la nostalgia.

Con la ciudadela bonaerense discutiendo si el bastón del mariscal ayudó a Milei y ahora es excusa para frenar a Kicillof, el resto del peronismo regresó a sus prácticas autopreservatorias. Ahora las vueltas de la vida ponen a Cristina ante una paradoja: para escamotearle a la oposición un lugar en el Consejo de la Magistratura, en su momento inventó en el Senado una fractura de bloque, entre peronistas y kirchneristas. Los operadores de Milei apuestan hoy a que esa división se convierta en real.

Que los peronistas voten por el cambio y los cristinistas por la conservación.

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