Las coaliciones crujen

En los tiempos actuales las coaliciones tienden a resquebrajarse poniendo en crisis los oficialismos.

Las coaliciones crujen
En los tiempos actuales las coaliciones tienden a resquebrajarse poniendo en crisis los oficialismos.

En las Américas se están resquebrajando todas las coaliciones gubernamentales que se parecen a la efigie de Jano, la deidad romana con dos rostros mirando en direcciones opuestas.

El Frente de Todos no es la única coalición que cruje mientras se agrava su resquebrajamiento. Hasta el Partido Demócrata norteamericano está exhibiendo una grieta entre el ala moderada que apoya a Joe Biden y el ala izquierda que, buscando radicalizarlo, le traba al presidente la aprobación de leyes cruciales para gobernar.

En el terreno Republicano, a la fisura entre radicales y moderados, el ultra-conservadurismo la zanjó arrasando al ala centrista y convirtiendo al viejo partido de los conservadores en una fuerza de derecha extrema, totalmente alineada con el liderazgo megalómano y personalista de Trump.

A Xiomara Castro se le partió el bloque oficialista antes de que asumiera la presidencia de Honduras. Pedro Castillo va por su tercer gabinete y sólo lleva seis meses en la presidencia de Perú. Y Gabriel Boric aún no asumió y en su coalición ya recibe objeciones del principal socio: el Partido Comunista.

En la antesala de la asunción de la primera mujer que preside Honduras, Jorge Cálix fracturó el bloque oficialista en el Congreso, rechazando lo acordado entre Xiomara Castro y su socio en la coalición: Salvador Nasralla. La nueva presidenta tiene tiempo y vigor político para restablecer la cadena de mando en su partido. Pero lo ocurrido muestra un rasgo de estas décadas: las coaliciones tienden a resquebrajarse poniendo en crisis los oficialismos.

Eso ocurrió en Perú a poco de asumir Pedro Castillo, aunque la profundidad de la crisis política está vinculada, principalmente, a la incapacidad de Castillo para ejercer la presidencia. Su ineptitud para formar un gobierno sin ministros respetables, sumado a la negligencia y desconocimiento que evidencia en cada entrevista y aparición pública, se hace explícita en la deriva gubernamental. Pero si un hombre que carece de capacidades mínimas para gobernar llegó al poder, fue porque un partido lo postuló y la ola anti-sistema, sumada al anti-fujimorismo, lo llevó a la victoria.

En seis meses, Castillo pasó de tener un primer ministro marxista, Guido Bellido, del partido “oficialista” Perú Libre, a tener un primer ministro que pasó del ultraderechista partido Renovación Popular a la derecha moderada: Héctor Valer. Y entre ambos extremos ocupó ese cargo la respetable socialdemócrata Mirtha Vázquez, quien se fue denunciando corrupción y caos en el gobierno de Castillo.

En la coalición que asumirá el gobierno de Chile en marzo, el primer crujido se escuchó cuando el presidente electo cuestionó la situación de los Derechos Humanos en Venezuela y la persecución y encarcelamiento de candidatos y dirigentes opositores en Nicaragua. A contramano de esas declaraciones, varias voces en la cúpula del PC levantaron el tono para defender los regímenes de Maduro y Ortega.

Los resquebrajamientos que podrían convertirse en grietas crecieron con el nombramiento como ministro de Economía al presidente del Banco Central que designó Bachelet y mantuvo en su puesto Piñera: el economista socialdemócrata Mario Marcel, defensor de la economía de mercado y de la disciplina fiscal.

Los empellones entre Alberto Fernández y su vicepresidenta no son un caso único. Las crisis en las coaliciones de gobierno son la regla, en lugar de la excepción. Pero el caso argentino tiene una particularidad: la vicepresidenta es la que convirtió en presidente a Alberto Fernández, cuya gestión ha sido hasta ahora una lucha por ejercer el cargo y no solamente ocuparlo. Intentar el ejercicio de sus atributos lo hizo chocar muchas veces con quien no actúa como presidenta sino como dueña de ese cargo: Cristina Kirchner.

La diferencia de este choque, producido por el acuerdo con el FMI, con la larga lista de choques anteriores, iniciada con el caso Vicentin, es que en esta oportunidad el presidente no retrocedió ante las fuertes presiones de la socia mayoritaria de la coalición de gobierno. Mantuvo el acuerdo y ocupó el cargo al que renunció Máximo Kirchner con un leal que buscará alinear la bancada oficialista en su apoyo.

Después, para compensar, dinamitó todo el trabajo realizado para obtener el apoyo de Washington en la negociación con el FMI por querer halagar a Vladimir Putin hablando contra Estados Unidos y el FMI en el momento y el lugar menos indicado para hacerlo.

Al jefe del Kremlin le alcanzaba con la foto recibiendo a un presidente latinoamericano en plena escala con las potencias de Occidente, pero sin que le pidan más, Alberto Fernández le regaló un deseo de romper “la dependencia” con Washington y el Fondo, además de la oferta de convertir la Argentina en “la puerta de ingreso de Rusia a América Latina”.

Estropicios que se cometen por negligencia y por vivir estresado por la tensión permanente con la vicepresidenta.

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