La sociedad y el poder, por caminos paralelos

Sobrevoló en el diagnóstico de empresarios y sindicatos la percepción de un Gobierno desbordado por los acontecimientos, sin convicciones claras sobre el camino a seguir, y ceñido a una desconfianza histórica en el sector privado. Incertidumbre y declive fueron las únicas seguridades que se encontraron en aquel diálogo.

La sociedad y el poder, por caminos paralelos
Las convulsiones de la crisis han puesto en tensión el experimento inédito con el cual el oficialismo accedió al gobierno: un Presidente designado por su Vice.

Dos mutaciones políticas ocurrieron en silencio durante el confinamiento y comienzan a verse ahora a medida que cede el dique de la cuarentena. Una se percibe en la sociedad; la otra en el poder.

Los empresarios y sindicatos con mayor incidencia en la actividad económica nacional se reunieron, urgidos por la gravedad de la crisis económica. Lo hicieron sin la mediación del Estado. O más bien, ante la mirada inerte del Estado. Auspicioso y preocupante: mientras el oficialismo debatía el encuadre ideológico para convocar al diálogo, los actores sociales lo pusieron en práctica. Una alegoría del Estado ausente. El presidente salió después a hacer el anuncio de un futuro anuncio: una batería de medidas para contrarrestar la crisis, cuyo contenido todavía se desconoce.

Sobrevoló en el diagnóstico de empresarios y sindicatos la percepción de un Gobierno desbordado por los acontecimientos, sin convicciones claras sobre el camino a seguir, y ceñido a una desconfianza histórica en el sector privado. Incertidumbre y declive fueron las únicas seguridades que se encontraron en aquel diálogo.

La crisis económica es la más grave de la historia reciente, incluyendo el colapso de 2001. Se prolonga en el contexto de una emergencia sanitaria que se acelera después de que el Gobierno gastó la bala de plata: el confinamiento forzoso y extremo. Los tiempos que el equipo sanitario oficial imaginaba para el estreno de la nueva normalidad resultaron ser los mismos del pico de la pandemia.

Empresarios y sindicatos coincidieron: acertando el rumbo de salida, y ejecutando con eficiencia las tareas que ese rumbo exige, el tiempo necesario para superar esta crisis sería más extenso que en las experiencias anteriores. Los economistas ajustan a la baja la previsión anual de caída del Producto a valores de más de dos dígitos, con una reactivación de rebote de 5 puntos modestos, para el año que viene. Y nada asegura a priori que el Gobierno y la sociedad acierten el rumbo, lo transiten con eficiencia y tengan la paciencia que implica una recuperación más bien lejana.

Alberto y Cristina creen que un acuerdo cercano con los acreedores externos favorecerá el punto de inicio. Los actores económicos ya asumieron que es condición necesaria, pero insuficiente. De todo modo, instaron al Gobierno a firmar la tregua. Los números de las partes ya se acercaron. Sobre las cláusulas legales de reaseguro que exigen los acreedores, los empresarios se hacen una pregunta lógica: ¿el Gobierno no las concede porque no quiere despejar la sombra de nuevos incumplimientos?

En el poder, las convulsiones de la crisis han puesto en tensión el experimento inédito con el cual el oficialismo accedió al gobierno: un Presidente designado por su Vice. Una lógica electoral que fue exitosa, pero todavía no encuentra su equivalente para la gestión. La presión de Cristina sobre el Presidente es ostensible. Lo curioso es que no conduce -al menos en lo inmediato- a un proyecto alternativo en el poder. Más aún, deteriora al Presidente y a su vice en la consideración pública. Un juego de suma cero que sólo produce acumulación de desgastes.

Esas contorsiones, que no llegan a la fisura, suman otras incertidumbres. Cuando ningún diputado del bloque que conduce Máximo Kirchner defiende al Presidente, el silencio se puebla con especulaciones. La más temeraria, ante la gravedad de la crisis, es la que señala al gobierno actual como una transición hacia una renovación generacional del kirchnerismo, con el hijo de la vicepresidenta a la cabeza.

En el tejido de esas hipótesis algunos anotan a Sergio Massa. Las recurrentes itinerancias del titular de la Cámara Baja están ahora cercanas a Máximo Kirchner.

Massa fue clave en la lógica electoral, no por su inserción territorial -que es cada vez más débil-, sino porque ayudó a desactivar la opción del peronismo republicano.

Ocurre que esa toma de ganancias ya sucedió. Massa necesita de nuevo revalidar sus acciones; construir las condiciones de un nuevo arbitraje. ¿Entre el hijo de Cristina y el presidente de Cristina? Sus adversarios lo describen con rencor: “Massa es una traición a plazo fijo”. Todas estas tensiones son las que explican la multiplicación de versiones sobre el gabinete. Está el equipo formal, que acompaña a Alberto Fernández (aunque en la emergencia, el propio Presidente lo intervino con un comité de asesores ante insolvencia irreparable de Ginés González García).

También existen un par de gabinetes en las sombras. Aquel que se imaginan en el Instituto Patria para las urgencias judiciales de Cristina. O en las conversaciones de Massa y Máximo para la economía de la pospandemia. Diálogos febriles donde el diputado Kirchner diserta sobre los rudimentos de la plusvalía.

Cada vez que el oficialismo olvida su liderazgo, Cristina se lo recuerda. Pero sigue sin consolidar la unidad.

La oposición padece el drama en espejo. Se ha mantenido unida, pese a las apuestas en contra. Sus dificultades aparecen a la hora de consolidar un liderazgo. La arquitectura coalicional se armó con un modelo que necesita de las primarias abiertas como mecanismo ordenador.

Es una debilidad apuntada por el oficialismo para el momento en que el Congreso abandone su confortable abdicación ante al síndrome de la cabaña.

*De nuestra corresponsalía en Buenos Aires.

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