La reina que supo encarnar la quietud

Hacer nada pero hacerlo bien, es el mérito de los buenos reyes en las monarquías parlamentarias.

La reina que supo encarnar la quietud
La Reina Isabel II

¿Qué hizo Isabel II para que su muerte tenga tanto impacto en su país y en el mundo? Nada. Sin embargo, lo hizo muy bien. Casi a la altura de su célebre tatarabuela, la reina Victoria, quien haciendo nada marcó con su nombre un tiempo de moral rígida y apogeo de las tradiciones que selló la historia como “era victoriana”.

Hacer nada, pero hacerlo bien, es el mérito de los buenos reyes en las monarquías parlamentarias. El mérito de Victoria y de su tátara nieta fue envejecer en el trono, como señal de lo que permanece en un tiempo de cambios vertiginosos.

A Isabel II le tocó un tiempo de inmensas transformaciones culturales. Y los ingleses, galeses y escoses necesitan que algo permanezca inalterable en lo que señala la identidad como Estado de naciones.

La Guerra Fría modificaba el tablero europeo, el espionaje y la carrera armamentista ensombrecían el futuro, Los Beatles, los Rollings Stones y demás exponentes de la era sicodélica del rock, música beat y arte pop, cambiaban la estética hasta en la forma de vestir y demolían la moral victoriana proclamando el amor libre.

No sólo los jóvenes del Mayo Francés quisieron llevar “la imaginación al poder”. No era fácil mantener una institución anacrónica, desprovista de lógica, esencialmente des-igualitaria y de controversial utilidad.

En rigor, para la sociedad británica tiene una utilidad: representar lo que permanece quieto en el tiempo, para conservar una idea inalterable de nación. No era fácil representar lo que permanece inalterable en un tiempo de revoluciones culturales demoliendo costumbres y tradiciones.

Su padre fue un gran rey porque estuvo a la altura de otro gigantesco desafío: la Segunda Guerra Mundial. Desde un trono que no ambicionaba y debió ocupar porque su hermano, el rey Eduardo VIII, prefirió su matrimonio con una plebeya doblemente divorciada, Jorge VI luchó y venció su tartamudez para poder dar los discursos que el pueblo necesitaba oír para mantenerse en pie bajo las bombas de Hitler. Y le dio a la corona una dignidad que naturalmente no poseen, cuando rechazó la oferta de ser evacuado con su familia a un territorio seguro porque prefirió permanecer en Londres, junto a los británicos.

La hija de Jorge VI fue una buena reina porque cumplió con el rol que le exigió su momento en la historia. Con ella en el trono, en un mundo donde todo cambia y todo se disuelve en la “modernidad líquida” que describió Zygmunt Bauman, los británicos miraban hacia Buckingham y encontraban lo que continúa; encontraban la calma de la quietud en la tempestad del movimiento en aceleración permanente.

En el crepúsculo de su reinado irrumpió otro cambio de ribetes sísmicos: el Brexit. Pero Isabel supo cumplir su discreto rol también en ese tembladeral institucional que generó, y aún genera, oscuras incertidumbres.

Pero no siempre Isabel II estuvo a la altura de los desafíos que afrontaba. Los plebeyos ya podían entrar en las realezas, pero los divorcios podían ser traumáticos, como lo fueron las rupturas de los matrimonios de sus hijos Carlos y Andrés.

El divorcio del Príncipe de Gales fue más traumático, por tratarse del heredero del trono y porque la carismática Diana Spencer se había transformado en un personaje de telenovela que embelesaba a los súbditos de la corona. Una princesa cuya desventura la asemejaba a personajes trágicos de la historia de la realeza europea, como Juana la Loca.

La popularidad de Lady Di creció cuando se visibilizó su tristeza y trascendió la soledad agobiante que padecía ante un marido que no la amaba y una suegra que, con frialdad glaciar, la desatendía y marginaba.

Nadie en su gélida familia podía aconsejarla para revertir el clima que generó la trágica muerte de la princesa triste, pero encontró la guía menos esperada: el joven centroizquierdista que ocupaba el 10 de Downing Street. Para sorpresa de muchos, empezando por la republicana esposa de Anthony Blair, aquel primer ministro laborista supo apoyarla y aconsejarla para que el hundimiento de su popularidad no terminara arrastrando también a la corona británica. Isabel II supo escuchar y su reinado sobrevivió a la tempestad de lágrimas que desató el trágico accidente en París.

Isabel II Pudo completar su obra, que consistió en durar con dignidad, colaborando de ese modo a la estabilidad institucional del estado que preside y simboliza.

Ha concluido un reinado predecible y ha comenzado otro, que genera interrogantes y dudas. ¿Estará el nuevo rey a la altura de los desafíos que encontrará su reinado?

Comenzó el tiempo de Charles Arthur Philips George, y comenzó como empiezan normalmente los reinados: en el funeral del antecesor.

Al rey Carlos III le tocó lucir por primera vez su majestuosa investidura en el funeral de su madre.

* El autor es politólogo y periodista

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