Al evitar una cesación de pagos con el Fondo Monetario, el país eludió una nueva crisis de gobernabilidad. Esa certeza llegó desde la Cámara de Diputados y se afirmará en el Senado de la Nación. Pero no llegó por una voluntad de la coalición gobernante, sino por un acuerdo entre el presidente y la principal oposición. Es tan relevante esta novedad que define por sí misma la pregunta que viene: cómo funcionará de ahora en más el sistema político emergente, el de la administración del nuevo ajuste.
El Gobierno zafó del colapso, pero fracasó en los objetivos de sus dos facciones internas. Alberto Fernández no pudo evitar la fractura oficialista, el disparo desde adentro al corazón de la gobernabilidad. Cristina Kirchner naufragó a mitad del río: no consumó la letalidad del tiro, ni pudo despegarse del sabotaje. Fiel a sus antecedentes, la vicepresidenta cede en cada conflicto en la línea de menor resistencia. Huye hacia el refugio de la víctima testimonial.
En un agudo ensayo sobre la justicia que publicó recientemente (a propósito de temas absolutamente ajenos a las peripecias vicepresidenciales), el jurista Horacio Rosatti apunta una observación genérica: “Decir la verdad es una de las posibles alternativas del decir, no del callar”. Frente al acuerdo por la deuda, Cristina Kirchner venía callada desde su catarsis posterior al comienzo del derrumbe electoral del peronismo.
Habló ahora a través de un video en el que convalidó la violencia contra el Congreso, usando el atajo de repudiar sólo las piedras que cayeron sobre sus vidrios. El video reveló que tenía escondido en su despacho al diputado Máximo Kirchner, como detalle particular. Y el fracaso de la estrategia constitutiva del Frente de Todos, como evidencia más general.
La señora Kirchner entiende que su repliegue parlamentario es la única garantía para una cuarta oportunidad competitiva de su espacio en las presidenciales de 2023. Esa diferenciación -ya no discursiva sino fáctica- reconfigura la transición. Apunta a una triple quimera: que la disculpen por el nuevo ajuste -y por el Gobierno- sin renunciar a la caja del Gobierno.
Hay en esa posición una doble apelación a creer en su ingenuidad. Declara su “inmensa pena” por haber facilitado el acceso de Alberto Fernández al poder, y por haberle creído a Martín Guzmán (a su colaborador Sergio Chodos, en realidad) la fábula de un FMI convertido en ejército de salvación por efecto de la pandemia. El último documento de La Cámpora expone esa frustración. Esa admisión pública de incompetencia es la que pone el foco en el conflicto que viene: ¿seguirá Guzmán como ministro en el sistema de la crisis?
Guzmán nunca se pensó como otra cosa que un ministro de la deuda. Con el acuerdo firmado podrían darle las gracias por los servicios prestados. Pero el acuerdo incluye validaciones trimestrales. El kirchnerismo lo critica por la dilación de dos años en el acuerdo con el FMI. Guzmán responde que eso pedía Cristina para no perder las elecciones. El pleito oculta en realidad otros motivos. El ministro fue el ideólogo de la ley cerrojo que acaba de votar Diputados, aunque sin ninguna referencia a su plan, como pretendía. Cristina se comió con avaricia ese amague pensando en los fundamentos: expondría a Mauricio Macri y a toda la oposición. Ahora advierte: Guzmán la expuso a ella ante el peronismo.
La ley cerrojo que inventó Guzmán era innecesaria. Mucho menos después de perder la mayoría parlamentaria. Toda la negociación que articuló Sergio Massa se fundamentó en esa constatación realista: el proyecto oficial debía decir nada. O casi, sólo la voluntad explícita de evitar el default. Algo que la oposición pudiera firmar como garante, pero sin exponer su patrimonio.
Cristina apuesta a esperar. No entrar en default con el FMI no implica por sí mismo un balance de dólares favorable. La meta de recomposición de reservas arranca comprometida. Por el contexto global, la mejora en ingresos por el agro perderá sustancialmente contra las importaciones de energía. La guerra impactará en el mecanismo central del ajuste convenido: los subsidios a las tarifas. Con un aumento previsto en la tasa de interés y la indexación del tipo de cambio, el horizonte de Guzmán será, además de inflacionario, recesivo.
Otro factor central en el nuevo sistema político de la crisis es la consolidación de la estrategia opositora. Juntos por el Cambio consiguió todos sus objetivos: sostener la gobernabilidad que el oficialismo puso en duda, votar en unidad y consolidar su imagen de conducción alternativa para 2023.
Dos referentes del espacio opositor fueron clave para obtener ese resultado. El radical Mario Negri demostró que es el único articulador con capacidad legitimada para conducir el archipiélago de bloques del espacio opositor. Luciano Laspina, del PRO, anticipó en diciembre el único camino ante la ley cerrojo.
Atento a lo que ellos informaban desde el Congreso, Mauricio Macri se convenció mirando de reojo la posición moderada de Elisa Carrió. Alfredo Cornejo fue determinante para definir el camino parlamentario. Alertó que la abstención o el desdoblamiento del voto podía facilitar las cosas en Diputados, pero complicaría todo en el Senado de la Nación. La mesa nacional de Juntos por el Cambio debutó con resultados.