La política peruana tiene brotes sicóticos. Presidentes y ministros caen como bolos, pero hay alguien que permanece en su puesto: Julio Velarde.
Ese economista liberal fue designado al frente del Banco Central de Reserva en el 2006, durante el segundo gobierno de Alán García, quien necesitaba calmar los mercados dando muestras de que no repetiría el izquierdismo adolescente que malogró su primera presidencia.
Lo mantuvo Ollanta Humala, a pesar de provenir del nacionalismo populista y filo-chavista. Por eso la estabilidad económica y el crecimiento de las inversiones continuaron.
El marco macroeconómico iniciado por el régimen de Fujimori y profundizado por el gobierno de Alejandro Toledo, pasaba 2 pruebas que blindaban la credibilidad en su permanencia: los gobiernos del aprista García y del nacional-populista Humala.
Por cierto, ratificaron a Velarde el liberal Pedro Kuczynski y su sucesor, Martín Vizcarra. Y su continuidad en el cargo tras el triunfo del partido filo-marxista Perú Libre fue la primera señal de que Pedro Castillo seguiría los lineamientos del aliado que captó tras la primera vuelta. El economista socialdemócrata Pedro Francke y su partido Juntos Por Perú, liderado por Veronika Mendoza, lo apoyaron con el compromiso de mantener los lineamientos macroeconómicos en lugar de aplicar los ideologismos de Perú Libre.
Julio Velarde siguió al frente de la política monetaria, por eso la estabilidad económica se mantiene a pesar de los tembladerales políticos.
Seguramente lo ratificará en el cargo Dina Boluarte porque no puede agigantar el talón de Aquiles que tiene por provenir de Perú Libre y por haber defendido con ahínco a su líder, Vladimir Cerrón, cuando lo condenaron por corrupción como gobernador del Departamento de Junín.
Mantener en el cargo a Velarde fue, tal vez, el único acierto de Castillo, además de dejar de usar el inmenso sombrero típico de Cajamarca, que se calzó como un amuleto antes del ballotage y no se lo sacaba ni en los recintos cerrados.
Finalmente, algún consejero logró hacerle entender que en los recintos cerrados ese gran sombrero blanco lo hacía ver un tanto ridículo, pero cuando dejó de usarlo, lo que lucía ridículo era su mandato presidencial.
Más de 60 ministros desfilaron por su gabinete y la mayoría de ellos eran personajes impresentables. Pasó de tener un primer ministro ultraizquierdista como Guido Bellido a nombrar otro que representaba al ultraderechista partido Renovación Popular.
Nada tenía sentido ni señalaba una dirección, un rumbo gubernamental. Castillo deambuló errático por el poder, hasta caer tras un patético intento de golpe en el que no lo acompañó nadie.
Tan perdido estaba en el escenario político que, ante su caída, no supieron cómo reaccionar los presidentes izquierdistas de la región. Desde Gabriel Boric hasta Gustavo Petro balbucearon frases que daban tanto para condenar por golpista al Congreso que destituyó a Castillo, como a Castillo por haber intentado clausurar el Congreso. Nadie sabía bien qué decir en la vereda izquierda de la política latinoamericana, salvo el presidente mexicano, quien consideró golpista al Congreso pero sin fundamentar su posición.
Cayó un presidente pésimo que perdió la pulseada con una oposición irresponsable que no da razones para esperar ponderación frente a la presidencia de Dina Boluarte. ¿Podrá la primera mujer que llega a la presidencia del Perú atravesar la jungla política que tiene por delante? ¿Sobrevivirá en el cargo a las salvajes acechanzas que le tenderán emboscadas?
Cumplir el mandato que concluye en el 2026, como pretende, parece una misión imposible. Boluarte padece un cuadro de soledad y debilidad política similar al de su antecesor. La diferencia con Castillo está en la inexperiencia y la abrumadora incapacidad del mandatario caído.
Pero…¿por qué le permitiría el Congreso a una izquierdista que defendió al corrupto Vladimir Cerrón, lo que no le permitió a Castillo?
Dina Boluarte había llegado a la vicepresidencia por el mismo partido de raíz marxista con dirigentes allegados a Sendero Luminoso que convirtió en presidente a Castillo. También ella rompió con Perú Libre y quedó sin bancada oficialista.
Ahora tiene que atravesar una jungla política con flancos débiles que excitarán el salvajismo opositor que le conoce el talón de Aquiles: su vínculo con Vladimir Cerrón.
Lo único seguro, es que Dina Boluarte mantendrá en su puesto al presidente del Banco Central de Reserva. Viene de la izquierda dura, pero sabe que el factor que explica la estabilidad económica sobreviviendo a la tumultuosa política, se llama Julio Velarde.
Eso le alcanzaría para tejer pactos de gobernabilidad en el Congreso, pero necesita que en la oposición prime la responsabilidad institucional y política; lo que parece imposible.
Agazapados en sus bancas, muchos opositores miran a la presidenta dar sus primeros pasos, calculando el momento en que le tenderán la fatal emboscada.
* El autor es politólogo y periodista.