La historia la hemos visto en muchas películas: los villanos -poderosos y munidos de armas letales-, persiguen a los buenos e indefensos. Lo primero que hacen estos últimos es correr, escapar: no hay nada al principio con qué enfrentar a ese enemigo y la mejor solución, la primera y más rápida, es evadirse para evitar caer presa de ese mal.
Sin embargo, la huida no puede durar mucho y de pronto los que escapan se encuentran ante una pared. Es entonces el momento de darse vuelta y pelear. Al menos, para abrirse el camino que permita otra huida. Así es: lo más importante es preservar la vida, pero a veces hay que volverse y luchar. En ese enfrentamiento, además, se sabe que habrá bajas.
Tal metáfora bélica, a veces crudamente ilustrativa, es la que parecen estar viviendo nuestros gobiernos, especialmente el de Rodolfo Suárez, ante la excepcional pandemia que nos azota.
Si nos ponemos a pensar, la situación actual se ajusta perfectamente a esa analogía. Tras meses de huida (es decir, cuarentena) y de mantener a raya al enemigo, ahora ya se ha llegado hasta el callejón sin salida. Mucho más caminos no se avizoran para escapar en esa línea (la del confinamiento y las restricciones), y de hecho seguir por allí también sería sinónimo de desamparo. Es decir, se quiera o no, hay que enfrentar la Covid-19 de otra forma. El problema es si el ataque se da todo de pronto y ya estamos contra la pared.
Por lo pronto, el gobierno provincial dice seguir analizando día a día cuatro aspectos básicos, aunque ninguno parezca del todo alentador: la velocidad de duplicación de casos (cada cuántos días se marca el doble de contagios), la letalidad del virus (cantidad de casos sobre cantidad de muertes), la mortalidad (cantidad de muertes cada 10.000 habitantes u otra cifra de referencia) y la positividad (el porcentaje de positivos de todos los que se han testeado).
Los números varían pero por lo pronto Mendoza hasta dentro de 10 días el modelo se mantendrá: aislamiento voluntario, restricciones puntuales (aunque, amplias) y refuerzo de insumos.
En este sentido, sin embargo, la tensión en la estructura que debe enfrentar al virus lo hace crujir. El sistema sanitario ha dado varias señales de alarma, los contagios allí se acrecientan, lo cual lleva a una sobrecarga en los que siguen en el frente de batalla.
Por otra parte, aunque en cierto punto el Gobierno asegura que la población parece haber acusado recibo ante la evidencia de que el SARS-Cov2 está por todas partes, los casos se siguen incrementando. Si tomamos en cuenta que, hasta hace poco, la duplicación de casos marcaba que esta se daba cada 15 días, hay que estar preparado para los números grandes: una proyección indicaría, entonces, que a fin de mes -y probablemente antes- Mendoza ya va estar contabilizando 20.000 contagios en su territorio.
Mientras ello ocurre, lo que rodea a la lucha cuerpo a cuerpo, también muestra sus secuelas. Los varios sectores económicos en crisis (hay rubros como el de los jardines maternales o peloteros, por decir alguno al azar, que directamente no tienen una solución cercana a la vista) más el golpe que ha recibido el sistema educativo (que se esfuerza con ahínco por capear el temporal) son, acaso, los más afectados.
Pero, como se dijo, pareciera que apelar a las mismas soluciones de estos largos seis meses ya no va a dar los mismos resultados. Es cierto que Argentina, con uno de los aislamientos más dilatados, no ha vivido el colapso de otros países. Pero, al mismo tiempo, los alarmantes números de casos y fallecidos que se superan a sí mismos cada días no son tranquilizadores.
A nadie extrañará que, vencidos los plazos previstos, tanto desde la presidencia como desde la gobernación, se amplíen los plazos de las medidas excepcionales y las flexibilizaciones brillen por su ausencia. Será escabullirse hacia un costado, ya en un rincón que parece el último.
Como sea, Suárez y su equipo (así como Fernández y el gabinete nacional) parecen tener en claro que ya no hay mucho margen para escapar. La parte más difícil de la lucha, hay que asumirlo, empieza ahora.