¿Qué nos queda ahora, tras la conmoción nacional por la desaparición de la niña? ¿Qué nos queda ahora si no son peleas absurdas entre ministros del mismo signo político? ¿Qué nos queda ahora si son las vociferaciones por un Estado presente, de esos otros y nosotros, que hacemos la vista gorda a las injusticias sociales de siempre?
De la historia maldita, que ha tenido que vivir en sus pocos años la niña bajo el puente, no podemos pasar desapercibidos los tres ejes en falla. La cosmovisión de género, el acceso a la vivienda, la pobreza/indigencia. Los tres, con fondo en derechos humanos fundamentales, los tres, incumplidos violentamente por el Estado, por los gobiernos y por nosotros, la sociedad que no quiere ver, a menos que sea muy obvio.
¿Cuántas niñas, niños y adolescentes hay en Mendoza bajo un puente? Cualquier puente. Puente que puede no ser puente, y ser chapa, ser andén, ser galería, ser tantas cosas. ¿Los vemos? ¿Nos ocupamos, además de preocuparnos, por ellos? Ni la limosna que se da con lástima, ni la masificación de un caso, resolverá el problema.
En Mendoza tenemos más de 200 barrios carenciados. Barrios en donde hay muchas niñas bajo el puente. La urbanización es lenta, los derechos se vulneran en estos barrios constantemente y las desigualdades se acrecientan cuando se tratan de familias construidas y sostenidas, sólo por mujeres.
Los parches son caros, lentos y cortoplacistas. Necesitamos tener un plan provincial, y por qué no nacional, de viviendas de emergencias y transitorias, que en un plan de inmediatez pueda contener desde el Estado a esas niñas y familias bajo el puente. Para luego facilitar el acceso a viviendas de por vida. Porque el Estado debe hacer cumplir los derechos más básicos, y no es justo quedarse con la crítica, el enojo y la sorpresa.
“Cuando una niña se duerme debajo del puente, ahí, ante los ojos de ningún televidente, desaparece la niña, desaparecen sus sueños y desaparece un puente. Que se vuelve lecho”, escribió Nacho Levy, referente de La Poderosa. Cuánta razón en esas palabras y cuánta crueldad, misoginia e hipocresía la que se ha masificado.
No hay una mala madre, no hay una mala niña, no hay una preocupación duradera y real en la sociedad. Cuando pase la noticia, quedará el cinismo, la niña bajo el puente en el olvido de los que no quieren ver otra vez, y un Estado en incumplimiento con los derechos humanos. “Y debajo del puente, otra niña nos estará esperando”, cerró Levy y yo acompaño: Hagamos, trabajemos, solidaridad y empatía para que no haya ni una sola niña/niño/adolescente/familia más, bajo el puente.