Cristina Fernández de Kirchner parece estar redefiniendo su lugar estratégico en el estrambótico gobierno que construyó para ganar las elecciones. Se está imaginando un revival nestorista, un repetir la historia a ver si ella puede suplir el papel de su esposo Néstor Kirchner cuando fue presidente, dejando a su invento, Alberto Fernández, cumpliendo un rol similar al que tuvo Eduardo Duhalde (siempre que le dé el cuero, que por ahora parece que no le da) si deja de tener funcionarios que no funcionan y se pone a funcionar, haciendo el ajuste que Cristina jamás aceptará como corresponsable, aunque, como su marido, de resultar exitoso, será la primera beneficiaria. Y sino la culpa será de Alberto. Eso parece ser lo que quiere Cristina según muchos indicios.
A Néstor Kirchner se lo ha premiado históricamente como quien reconstruyó la gobernabilidad y le restituyó a la política la conducción de la sociedad luego del anárquico que se vayan todos, gracias a un plan económico que nos sacó de la crisis de 2001/2.
En realidad todas esas acciones fueron obra de Eduardo Duhalde durante su presidencia con el apoyo de sus ministros de Economía, primero Remes Lenicov al que le tocó el trabajo sucio y lo hizo bien, y luego de Roberto Lavagna que continuó su efectiva tarea con Kirchner pero habiendo empezado con Duhalde. Luego la capacidad “relatora” del kirchnerismo, muy superior a la del duhaldismo y a la del resto de las fuerzas políticas, se apropió de lo que no era suyo.
Pero más allá de eso, lo cierto es que hay dos cosas positivas que se le deben pura y exclusivamente a Néstor: la gestación de una Corte Suprema de Justicia independiente del poder político. Y la superación del default contraído por Adolfo Rodríguez Saá, haciendo un razonable acuerdo con una importante quita en la deuda externa argentina, más allá de que le quedaran unos escasos porcentajes sin solucionar porque no aceptaron el arreglo y luego gestarían un minidefault.
Es harto reiterada la idea de que la historia es una tragedia que cuando se repite lo hace como farsa. Sea o no cierto ese dicho, cuando la historia se repite lo hace generalmente peor que la primera vez. Y eso parece que es lo que pasará, o más bien está pasando, con la nestorización de Cristina.
La identificación con la presidencia de su esposo es que ella ha tomado a su cargo (o al menos la de ser quien diga la última palabra) dos grandes temas actuales: el conflicto con la Justicia, particularmente con la Corte Suprema. Y la discusión con el FMI para llegar a un acuerdo por la deuda contraída durante el gobierno de Macri. Pero, al menos en la primera de esas dos misiones, el espíritu con que se la está encarando es el contrario al que se tuvo a los inicios del kirchnerismo.
Son pocos, si los hay, quienes discuten lo que hizo Néstor con la Corte Suprema básicamente menemista que él heredó, a la cual no tocaron ni De la Rúa ni Duhalde. Una Corte adicta al proyecto político menemista (su presidente era el socio de Menem en su estudio jurídico en La Rioja), de ningún prestigio ni seriedad. Pero lo sorpresivo es que Néstor no cambió una Corte menemista por una kirchnerista, sino que avaló una Corte independiente del Ejecutivo. Sólo se metió en que sus miembros fueran ideológicamente más bien “progresistas” o “garantistas” antes que conservadores o de derecha. Pero fuera de eso, no la construyó con militantes o funcionarios como había hecho en Santa Cruz.
Incluso los impulsores del cambio de los miembros de la Corte en el Congreso fueron un conjunto de diputados agrupados bajo la denominación de “Grupo Talcahuano”, que si bien adherían casi todos a la ideología del kirchnerismo, eran hombres probos y serios, tanto que poco tiempo después, cuando los quisieron poner al servicio de fines non sanctos, la mayoría se negó y el grupo se disolvió.
La Corte actual es, aunque el kirchnerismo hoy lo niegue, una continuación de la gestada en aquel entonces, sólo que el gobierno de Cristina ya no puede soportar la independencia de criterio judicial que Néstor creyó, en sus inicios, que sí podría soportar. Por eso hoy el énfasis en echar como sea a los miembros actuales de la Corte y reemplazarlos por otros o aumentar su número, tiene como única intencionalidad poner la Justicia al servicio total del Ejecutivo y del proyecto kirchnerista, exacta y totalmente igual a como lo hiciera Menem.
A aquella Corte menemista, aunque por allí se cayera en algunos excesos “jacobinistas”, se la cambió de acuerdo a las instrucciones que dicta la Constitución. Ahora se la busca cambiar mediante movilizaciones partidarias que piden sus cabezas, aprietes de todo tipo y la infiltración en la mayor medida de lo posible en todos los ámbitos de la Justicia, de jueces y fiscales obedientes al poder político partidario que hoy nos gobierna para que desmonten las causas contra la corrupción kirchnerista. No hay que olvidarse que esa fue la principal condición que le puso Cristina a Alberto para nombrarlo presidente formal.
En síntesis, Cristina desea, no tanto porque lo desee sino porque tiene imprescindible necesidad, acabar con lo que queda de la muy buena Corte que su marido gestó, proclamando en su relato que lo hace con la misma intención que su marido cambió la Corte menemista y ella ahora quiere hacer lo mismo con la Corte macrista. Para eso está dando instrucciones de avanzar con una especie de vamos por todo judicial que no contemple el mínimo escrúpulo jurídico ni ético.Con respecto a la deuda con el FMI, ella también pretende ser parangonada con su marido. Por eso quisiera que todo el ajuste que haya que hacer para arreglar un refinanciamiento de la deuda lo pague Alberto, como Duhalde pagó el costo de la devaluación.
Mientras tanto ella se mueve en la más absoluta ambigüedad: por un lado dice que la deuda externa la deben arreglar consensuando el gobierno de Alberto porque tiene la lapicera y la principal oposición porque fueron ellos quienes la contrajeron. Pero cada vez que se acerca algún acuerdo con la oposición o con el FMI, ella arroja a la faz pública una explosiva carta que busca romper cualquier atisbo de consenso. De modo que la responsabilidad de un mal pero necesario acuerdo sea de Alberto y ella tenga las manos limpias del mismo para mañana cuestionar y eventualmente algún día darse el lujo de escupir al FMI mientras le paga hasta lo que no lo piden, como hizo Néstor en el más excéntrico acto “revolucionario” de toda la historia de la revolución mundial. Aunque esta vez le costará a Cristina hallar un Hugo Chávez que le preste lo que Néstor le devolvió al FMI, sólo que varias veces más caro. Porque Chávez era revolucionario pero no estúpido.