Hasta el final de sus días el General fue un hombre íntegro. Sabía que la tempestad llegaba al puerto. Asistido por su yerno y su hija, el hombre que libertó a la América del Sur, se recostó por última vez para descansar eternamente. Atrás quedaban años de luchas en tres continentes, dejaba el legado de su coherencia, sus desvelos y afanes, pero sobre todo su ejemplo y virtudes.
Sus últimos días
La mala salud acompañó a San Martín desde temprana edad, y sus últimos días no iban a escapar a dicho flagelo.
Tal es así, que en Julio de 1850 decidió trasladarse a Enghien para que los baños termales le otorguen algún tipo de alivio a sus dolencias reumáticas y a su gastritis crónica.
Sin embargo, San Martín decidió adelantar su regreso a Boulogne desoyendo los consejos de su hija Mercedes y de su yerno, que habida cuenta el clima frio y húmedo que allí imperaba, recomendaban no apresurar el regreso. Seguramente la ansiedad por retomar a su rutina y gozar de la compañía de sus nietas, María Mercedes y Josefa, hayan sido los motivos que llevaron al viejo guerrero a no tomar en cuenta el consejo de sus queridos hijos.
El abuelo inmortal tenia grabada en su retina y más aún en su corazón los paseos que realizaba junto a sus adoradas nietas a orillas del río o por los jardines de las tintollerías.
La tormenta que lleva al puerto
Los temores de Mercedes y Mariano de regresar a Boulogne fueron ciertos, pues por el mal tiempo San Martín no pudo realizar sus ejercicios y caminatas que le eran tan necesarios, perdió el apetito y fue postrándose gradualmente. Aunque esos padecimientos que destruían sus fuerzas físicas, respetaban su inteligencia. Conservó hasta último momento la lucidez de su ánimo y la energía moral de la que estaba dotada en alto grado.
Durante la noche del 13 de agosto, fue víctima de severos y agudos dolores estomacales, los que soportó con su acostumbrada entereza; no obstante era consciente que estaba transcurriendo sus últimos días, tal es así que sin perder su sonrisa le dijo a su hija: “C’ est l’orage qui méne au port”. “Es la tormenta que lleva al puerto”.
Su última orden
“…aunque débil, nada podía anunciarnos que su existencia estuviese tan próximamente amenazada. El 17 se levantó, se vistió y pasó la mañana recostado sobre un sofá en el cuarto de Merceditas, almorzó sin repugnancia, estuvo conversando con nosotros. Poco antes de la una, nos dijo que se sentía algo agitado de los nervios, y viendo que no se calmaba con la prontitud que otras veces, mandamos llamar a su médico, a quien quería y apreciaba mucho…”. (Carta de Balcarce a Guerrico 07/09/1850)
El Dr. Jordán acudió para asistirlo, concluyendo que la aflicción no revestía mayor gravedad.
Sin embargo, luego de una leve mejoría alrededor de las dos de la tarde, San Martín padeció un súbito y violento dolor abdominal, y como las extremidades de sus miembros comenzaron a enfriarse, su familia decidió transportarlo del sofá al cuarto de Mercedes, para dar mayor comodidad al enfermo, que mirando a su hija, y preparándola para el inevitable final dijo: “Mercedes, esta es la fatiga de la muerte”.
Con un leve movimiento convulsivo y con la voz entrecortada dio la que seria su última orden: “Mariano, a mi cuarto”.
Mariano Balcarce narró ese momento con suma emoción: “Al privarnos la Divina Providencia de un padre tierno y virtuoso, parece que hubiese querido suavizar nuestro dolor, haciendo que sus últimos momentos fuesen sin sufrimiento alguno visible, y con la serenidad que inspira una conciencia sin tacha”.
A las 3 de la tarde del sábado 17 de agosto de 1850, en Boulogne Sur Mer, lejos de su adorada patria, don José Francisco de San Martín y Matorras pasaba a la inmortalidad de la misma forma en que vivió, sencillo y austero.
El dolor de Mercedes y Mariano
El matrimonio Balcarce San Martín viajó a Tours para procesar su duelo y realizar las comunicaciones oficiales y personales. Mercedes y Mariano enviaron sendas misivas a Manuel José Guerrico donde volcaron sentidas palabras que nos permiten conocer y acompañar sus sentimientos en esos duros momentos.
Escribía Mercedes el 30.Ago.1850 a su “Querido Paisano y amigo”: “Hasta hoy mi suerte había sido feliz, pero acabo de tener el primer y el mayor pesar que me podía mandar el Cielo, la muerte de mi amado Tatita, que expiró el 17 de este mes después de haberse postrado gradualmente como lo temíamos desde nuestra vuelta de Enghien. El clima de Boulogne Sur Mer tan frío, húmedo y poco adecuado a sus años, ha precipitado su enfermedad; bajo otro cielo más benigno, estoy convencida que mi cariño y mis cuidados hubieran prolongado una existencia que apreciaba más que la mía. La fatalidad me ha privado de esta satisfacción, pero me ha dado el consuelo de verlo apagarse tranquilamente en nuestros brazos, sin agonía y sin dolor, con la serenidad de la virtud. El cariño de Mariano y de mis hijitas me harán más llevadera la pérdida irreparable que ha hecho el tiempo que todo lo calma suavizará (yo lo espero) algún día el profundo dolor que hoy siento…”.
Por su parte Balcarce le narraba algunos detalles: “…Expiró como si hubiese entrado en el sueño más apacible dejándonos en el más profundo dolor... Mil circunstancias se han reunido en esos crueles momentos para mitigar nuestra aflicción, y para probarnos que la Providencia misma se complacía en suavizarla. Los amigos más queridos de nuestro buen Padre, y nuestros que hubiéramos deseado lo acompañasen a su última morada, se reunieron en Boulogne, como guiados por una mano Divina”.
En los días posteriores su cuerpo fue embalsamado y sepultado en una emotiva ceremonia íntima en las criptas subterráneas de la Catedral de Notre Dame de Boulgone-sur-Mer.
* Roberto Colimodio y Martín Blanco son autores de “Repatriación de los restos del General San Martín. Un largo viaje de 30 años”.