Los ciclos se cierran. Murió Raúl Baglini, un político que tuvo el privilegio de contar con el respeto intelectual de la gran mayoría de la dirigencia. Rara avis. Su aporte más popular a la práxis política es el denominado “Teorema de Baglini”. Ese que, traducido, podría resumirse asi: las propuestas de los dirigentes son más extremas cuanto más lejos se encuentran del poder. Es decir, cuando más posibilidades tiene un partido de acceder al gobierno más racionales son sus postulados.
Acaso el fallecimiento de Baglini encierre una metáfora. Hoy las ideas extremas, los fanatismos, parecen mucho más seductores que la sensatez. Ahí están Donald Trump, Nicolás Maduro, Jair Bolsonaro y Boris Johnson, por caso, como testimonio de que la pandemia de la radicalización no respeta ideologías ni sociedades, por avanzadas que estas parezcan. Son la versión en la política formal de los terraplanistas, los separatistas y una amplia galería de antis (vacuna, minería, pirotecnia) que no admiten concesiones ni, por lo tanto, consensos.
Baglini era un moderado, algo demodé en esta era de enemigos y estigmatizaciones. El famoso teorema fue alumbrado en un país con problemas económicos y sociales parecidos a los actuales, pero en el cual había coincidencia sobre la necesidad de una democracia republicana, con división de poderes y justicia independiente. La profundización de los mismos problemas y la agudización de los conflictos como forma de hacer política arrasó con esas coincidencias.
La fase de la política argentina es otra. Se proponen reformas de dudosa finalidad; hay ministros que defienden a grupos que usurpan propiedades, incluso las del propio Estado argentino; para combatir la peor pandemia de los últimos siglos se compran y aplican vacunas con sentido geopolítico y no sanitario. La última sorpresa es la intención de reformular el sistema de salud. Siempre hay motivos. Siempre, también, hay sospechas.
En los corrillos de la política circula un paper cuya autoría intelectual se atribuye a la Fundación Soberanía Sanitaria que, hasta hace poco, fue presidida por el viceministro de Salud de la provincia de Buenos Aires, Nicolás Kreplak. Desde el Ministerio de Salud de la Nación se asegura que el sector está en crisis y habla de ir hacia un sistema nacional integrado. La propuesta de Soberanía Sanitaria sería integrar los recursos del sistema privado, es decir, que los fondos que actualmente van en forma directa a las prepagas, vayan al Estado para que los redistribuya.
Actualmente 70% de los argentinos se atienden en alguna de las etapas del sistema privado (prepagas, obras sociales no estatales, clínicas, sanatorios, institutos de diagnóstico, consultorios médicos). A las obras sociales sindicales el Programa Médico Obligatorio les genera un rojo mensual de 1.500 millones de pesos, por eso se piensa en fusiones para que las más grandes absorban a las más chicas. Todo apunta a un mismo aspectos: los recursos. “El sistema no funciona mal, pero no sabemos qué hacen con los recursos. Y eso es ahorro público” dijo el Presidente. Las prepagas, ¿el nuevo enemigo?
Será un verano caliente. Mientras la sociedad piensa en las vacaciones y el rebrote del coronavirus, el Gobierno buscará completar en el Congreso la sanción de dos leyes significativas: la reforma de la Justicia Federal para crear 46 juzgados y la modificación de la mayoría necesaria para designar al procurador general de la Nación. También, el propio Fernández lanzó la propuesta de crear un tribunal paralelo a la Corte Suprema de Justicia. “Un cuerpo parecido al tribunal supremo de España” dijo. Al máximo tribunal le reprocha no atender once pedidos de su vicepresidente, Cristina Kirchner, para que intervenga en las distintas causas que enfrenta en tribunales. “En la Justicia debemos meter mano, sin ninguna duda” dijo Fernández.
Sería bueno que para este tipo de propuestas se intentaran seriamente consensos amplios. Pero el teorema de Baglini ya no aplica. La “ligereza de las posturas” no está en la periferia del poder. Quizás, el Gordo haya hecho mutis por el foro para no ser testigo de las consecuencias de la refutación de su tesis.