La (mala) educación

Una reflexión sobre las clases presenciales en la Argentina.

La (mala) educación

Siempre es momento de hablar de educación. Incluso, cuando el disparador tiene que ver con las disputas sobre la presencialidad en CABA o por una de las infaltables chicanas berretas de Cafiero III.

Y es que hasta sus matonerías y desbordes verbales se pueden aprovechar para analizar la historia reciente de la educación en nuestro país, que supo estar a la vanguardia del mundo y que, como si se hubiese cumplido un plan sistemático, se fue degradando y desmoronando constantemente con una velocidad muchísimo mayor a la que costó construirlo.

Quizá en la misma grosería, con la cual se maneja habitualmente, el ministro ha dado alguna pista de qué nos pasó.

Me imagino que cuando declaró que “Si hay una bandera que no le corresponde a la oposición es la educación”, lo hizo por ignorancia y no por querer tratar a los demás de ignorantes. De otra forma no se entiende que desconozca el aporte fundamental y fundacional que hicieron los liberales de la generación del 80. Mal que les pese a Don Felipe y muchos revisionistas, por más que quieran torcer los hechos con anécdotas o elucubraciones, los hechos son sagrados.

Pueden difamar, hacer dibujitos animados, imprimir millones de libros tergiversando la historia, pero siempre va a persistir la obra monumental de Sarmiento, Avellaneda y Roca. Por caso, olvidarse de tener en cuenta la 1420, la laicidad de la educación, la universalidad de la educación primaria y ser uno de los primeros países del mundo en erradicar el analfabetismo, no es un detalle menor. Como no lo es desentenderse del decisivo apoyo que tuvo el radicalismo en la Reforma Universitaria y en la creación de universidades que fueron fundadas directamente en esos principios, donde se garantizaron la laicidad, la libertad de cátedra, los concursos y la participación de los claustros en la elección de las autoridades.

Se podrá aducir que no existía el peronismo todavía, pero es una verdad a medias dado que la participación de Perón en el movimiento que desembocó en el golpe del 43, fue más que una simpatía. Pero tendamos un manto de amnesia transitoria sobre ese período (beneficio de inventario muy practicado por la coalición gobernante) y veamos cómo “abraza” las banderas de la educación el peronismo.

Una de las primeras medidas que se tomó, ni bien asumido el primer gobierno de Perón, fue la intervención y centralización del Consejo Nacional de Educación haciéndolo depender directamente del Poder Ejecutivo y quitándole el control sobre los contenidos, estructura y organización del sistema educativo. Una vez logrado esto, se comenzó con una reforma en la estructura organizativa del sistema, claramente orientada a la creación de un pensamiento uniforme que identificaba a Perón, como el líder indiscutido e indiscutible de la Argentina; donde los únicos privilegiados eran los niños y, el líder, el gran benefactor.

De esta forma, se estableció como política de Estado el adoctrinamiento en las escuelas desde la más temprana edad. En la idea de que ser un buen argentino es ser peronista y oponerse al régimen, era ser un traidor a la Patria. La inclusión en los libros de textos de todos los niveles, de contenido, iconografía y doctrina peronista, deja de ser una anécdota para ser un caso de estudio en el mundo sobre la propaganda y adoctrinamiento de regímenes populistas.

En cuanto a la educación universitaria, la sanción de la ley 13.031 estableció una virtual intervención a todas las universidades nacionales otorgando la facultad de establecer las autoridades, los docentes y los contenidos al Poder Ejecutivo. Al mismo tiempo que, expresamente, prohibió toda actividad política en los claustros. En realidad, la prohibición regía para toda actividad política no peronista.

Sería una necedad no reconocer el decreto 29337/49 que estableció de forma definitiva la gratuidad de la enseñanza superior, así como la creación de la Universidad Obrera. Del mismo modo que lo sería desconocer las arbitrariedades y el retroceso que significó la intervención directa en la vida académica de las universidades y la expulsión de cientos de docentes e intelectuales, entre los que se encuentran dos premios Nobel como Bernardo Houssay y Federico Leloir, o escritores como Julio Cortázar o Atahualpa Yupanqui. Nunca está de más recordar que a Jorge Luís Borges no lo expulsaron. Le cambiaron sus funciones y lo designaron como “inspector de aves de corral”.

Ya en el tercer gobierno peronista, lo que se presumía como una primavera democrática terminó con la mayoría de las universidades intervenidas de manera casi permanente; tres ministros de Educación con proyectos absolutamente distintos y la imposibilidad de establecer una política educativa clara.

Luego, en el retorno de la democracia y ante la posibilidad de introducir reformas sustanciales, el PJ eligió oponerse. Así fue que en el Congreso Pedagógico Nacional, el peronismo actuó en sintonía perfecta con la iglesia católica, rechazando propuestas de fondo como lo fueron la laicidad, la inclusión de la educación sexual y apoyando el mantenimiento de los subsidios del Estado a la educación confesional privada. Esta línea directa con el Vaticano tenía su recepción en, curiosamente, el abuelo del ministro opinador.

En los 90, el ataque directo a la educación pública por parte del gobierno nacional, fue sistemático. A la Ley Federal de Educación se le sumaron el desmembramiento de la educación técnica, el dramático desfinanciamiento del sistema y el desentendimiento del Estado nacional sobre la educación primaria y media. Los innumerables intentos de arancelamiento de las universidades y 7 anteproyectos de Ley de Educación superior de los cuales, finalmente, terminaron aprobando uno.

Finalmente, el kirchnerismo, improvisó una suerte de síntesis de las gestiones peronistas en Educación con un barniz pseudo progresista, intentando cooptar espacios. Cuando no pudo, los intentó comprar. Y cuando esto no resultó, los deslegitimó y los desconoció. Es así como asistimos a una política educativa dirigida por sindicatos atomizados, carentes de proyectos y llenos de reivindicaciones que no son más que privilegios.

Reformulación de contenidos que dan vergüenza ajena, excluyendo de la historia hechos fundamentales, ridiculizando a próceres y convirtiendo a otros en santos. Reescribiendo textos escolares al mejor estilo del peronismo del 53, planificando y ejecutando un plan de adoctrinamiento en todos los niveles.

En la educación superior, dispersando los recursos en la creación de universidades a demanda de los barones del conurbano sin ningún criterio académico ni de territorialidad. Simplemente generando kioscos que puedan consolidar el poder de los intendentes y de la provincia, boicoteando las estructuras históricas de representación estudiantil e intentando deslegitimar con dinero lo que no ganan con votos.

Por eso, cuando estos personajes levantan su dedo inquisidor, cuando se adueñan de los más nobles y sentidos valores como lo es la Educación Pública, cuando intentan tapar la inoperancia de su gestión con agravios y descalificaciones y, en definitiva, cuando actúan como son, mal educados, es menester acudir a los hechos, a la historia, y sugerirles amablemente, que se vuelvan a educar.

Por Andrés Lombardi

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