Se están cumpliendo 25 años de uno de esos acontecimientos literarios que, cuando son tan potentes, tan intensos e involucran a algo más que la literatura, alcanzan un poder simbólico que excede la poesía. “Qué me importa a mí la poesía”, dirá algún lector. En este caso, sin embargo –el que esta fecha nos está recordando– poesía y vida, historia y lírica, se entrelazan de manera tan fascinante que puede que estemos ante algo que sí importe.
El poeta Ted Hughes publicó poco antes de morir el libro Cartas de cumpleaños, que le valió una consagración mundial, pero dejó abierta la puerta para el cotilleo, dado que todos los poemas que lo integraban tenían una destinataria inconfundible, la protagonista excluyente de su historia vital.
Esa historia equivale a uno de los culebrones más frecuentados de la literatura en inglés desde los años 60 hasta la actualidad: la genial y tortuosa poeta estadounidense Sylvia Plath se casó en 1955 con el poeta inglés Ted Hughes. Aunque el matrimonio estaba conformado por dos artistas íntegros, no escapó a las exigencias mundanas, pues Sylvia se dedicó al hogar y Ted siguió escribiendo. No había, en un primer momento, discordia con el acuerdo. De hecho, a poco de casarse, el poeta obtuvo un premio por el libro El halcón en la lluvia y ella anotó en su diario íntimo: “El libro de poemas de Ted ganó el primer premio de Harper’s, ¡en cuyo jurado estaban W. H. Auden, Stephen Spender y Marianne Moore! Ni siquiera ahora, mientras lo escribo, termino de creerlo. La gentecilla miedosa lo rechaza. Los grandes poetas y valientes lo aceptan. Me enorgullece mucho que Ted sea el primero. Todas mis ideas trilladas contra el matrimonio con un escritor se han disipado con Ted: cada vez que le rechazan un poema siento el doble de pena que cuando rechazan los míos, y cada vez que lo publican me alegra más que si me publicaran… Es como si él fuera la media naranja perfecta para mí”.
Poco después nacieron dos hijos del matrimonio, pero algo en el ánimo de Sylvia cambió, al caer en depresión (antes de su vida con Hughes había intentado suicidarse) y llegó el distanciamiento, la relación de Hughes con la cautivante Assia Wevill y la inevitable separación.
Paradójicamente, junto con eso la actividad literaria de Sylvia creció (sus mejores poemas y su novela La campana de cristal corresponden a esta época).
Sin embargo, en el invierno de 1963, Sylvia Plath se suicidó colocando su cabeza en el horno de su casa, y todos los ojos se volvieron hacia Hughes en busca de un culpable. Así, las voces públicas (lideradas por feministas) se alzaron contra el poeta, acusándolo de encarnar el abuso y la indiferencia machista en el mundo, cuando en realidad, todo indica que el autor de Despertar de primavera fue excluido del abismo que Plath se cavó laboriosa e irremediablemente.
Ante el escarnio, el silencio prudente de Ted había sido la única respuesta. Incluso cuando, para él, siguieron las tragedias, elevándose en dolor: en 1969, Assia Wevill también se suicidó, no sin matar con ella también a la hija que tenía en común con Hughes.
Décadas después, ese silencio de Hughes se interrumpió, al fin, con Cartas de cumpleaños, un volumen de poesía en el que se saldaban las cuentas pendientes. En esos 88 poemas, como en una elegía desencantada, Hughes recorrió la historia íntima de su vida junto a esa mujer que era como una llama siempre a punto de desatar un devastador incendio. El libro es una obra maestra, fue un éxito de ventas y le deparó premios que Hughes alcanzó a disfrutar en la agridulce antesala de su muerte.
Pero, ¿por qué esas páginas eran más que un libro de poesía? Porque Hughes decidía en Cartas de cumpleaños (hay una traducción del escritor Luis Antonio de Villena, para editorial Lumen) narrar anécdotas reveladoras de su vida matrimonial, tachonar su testimonio con anécdotas conmovedoras, ser sincero hasta el asombro. Siempre con Sylvia como centro de sus textos. Y es que Plath era a esos poemas lo que las palabras a la poesía misma, lo que la sangre al cuerpo y el ojo a la luz. Después de tanto silencio, el poeta había decidido pronunciar su verdad, de manera dolorosa y contundente.
La clave para lograrlo era, sin duda, una especie de diálogo entablado con la ausente. El poeta pareció poner delante de sí a su interlocutora y convertir cada poema en una rememoración de tiempos pasados, en una dolida reprobación o en un tristísimo lamento por las cosas que pudieron haber sido y no fueron.
El resultado fue un libro fascinante donde la poesía oficia como médium para que ese hombre que escribe bajo una lámpara pueda decir, tal vez, todo lo que debió haber dicho y tuvo que callar. Entre el silencio y la palabra, a veces, se encuentra la verdad. Sólo en ese resquicio es posible la poesía. Pero una poesía como esta: intensa ,porque une los mundos a veces divididos de la literatura y la vida. Y que Ted Hughes, y por supuesto, Sylvia Plath, decidieron reunir en su propia carne.