La historia agonal de Cipriano Benítez

El liderazgo social y político de Cipriano Benítez fue una novedosa experiencia de movilización y politización rural que pone de relieve la conexión entre caudillismo y bandolerismo como cemento de rebeldías sociales, imaginarios y prácticas políticas de los sectores subalternos en vísperas a la emergencia del sistema Rosas.

La historia agonal de Cipriano Benítez
El libro sobre Cipriano Benítez

Ha sido reeditado un libro capital sobre la cultura política popular emanada del tembladeral abierto con las guerras revolucionarias en el Río de la Plata. Se trata de la historia de la montonera de Cipriano Benítez quien en 1826 lideró un asalto al pueblo de Navarro, el mismo escenario en el que sería fusilado Manuel Dorrego dos años después. Una historia espectral y atrapante narrada magistralmente por el historiador Raúl Fradkin en tanto retrata la manera en que un pequeño productor de la campaña bonaerense echó mano a los recursos que tenía a su alcance para alzar su voz, desafiar a las autoridades e interceptar reclamos propios y de su gente en medio de un contexto dramático cruzado por cambios profundos en la economía y la vida de la población rural, la inestabilidad en la frontera hispano-criolla, la leva forzosa, las fatigas de la guerra y las formas que adoptó el federalismo entre los pobladores rurales del norte de la provincia de Buenos Aires.

Bien sabemos que la dupla caudillos y montoneras constituyen un tema clásico de la literatura hispanoamericana que suele estar asociada con la poderosa imagen compuesta por Domingo F. Sarmiento en su famoso Facundo (1845), el ensayo que lo consagró en el escritor más influyente del siglo XIX argentino y latinoamericano. Allí el memorable sanjuanino había bosquejado en su exilio chileno dos tipos de liderazgo político: el de Facundo Quiroga que representaba una porción del mosaico de provincias del interior, y el de Rosas que suponía la admisión del carácter nacional del conflicto que dividía al país. En esa geografía que seguía la huella de las catorce ciudades fundadas por el conquistador español, separadas por extensas y vulnerables travesías, la pampa -esa “imagen del mar en la tierra” a la que había aludido el inglés Head que visitó Mendoza-, era el ámbito que daba lugar a la vida del campesino argentino: el gaucho, un individuo sin necesidades materiales, libre de sujeciones, sin ideas de gobierno y cuya única experiencia de sociabilidad era la pulpería. El origen de ese sistema de asociación no era azaroso: la revolución había dado cabida a una guerra que había enfrentado primero a las ciudades entre sí, y luego había enfrentado a las campañas contra las ciudades. En la antinomia entre civilización o barbarie residía el enigma que asolaba a la república.

Pero la historia que cuenta Fradkin es diferente porque no sólo modifica la versión de los campesinos o gauchos retratados por la literatura en la saga que filia a Sarmiento, Ascasubi, Hernández y tantos otros. En efecto, quien se sumerja en la historia de Cipriano y la montonera que lideró en 1826 podrá apreciar una experiencia decisiva de la vida política de la provincia de Buenos Aires que precedió al recrudecimiento de la guerra entre unitarios y federales, y a la entronización de Rosas primero como gobernador de Buenos Aires y más tarde como Jefe de la Confederación Argentina. En particular, el lector que recorra sus páginas se enfrentará a una novedosa experiencia de movilización y politización rural que pone de relieve la conexión entre caudillismo y bandolerismo como cemento de rebeldías sociales, imaginarios y prácticas políticas de los sectores subalternos en vísperas a la emergencia del sistema Rosas.

Que el libro ponga sobre el tapete las motivaciones y repertorios de la acción política de los sectores populares no es un tema secundario por varios motivos, aunque el más importante reside en que corrige o matiza versiones comunes y corrientes las cuales, por lo general, acentúan el papel de la manipulación, el control personal y el intercambio de bienes o favores entre el líder, los intermediarios y sus seguidores. A despecho de dicha interpretación que hasta hoy prevalece no sólo en charlas de café, la montonera comandada por Cipriano muestra aristas distintas. Ante todo, y como emana del nutrido corpus documental consultado en archivos, los peones rurales, pequeños criadores de ganado, desertores o salteadores de caminos ponen condiciones, negocian o pactan integrar o abandonar la montonera e imaginan un programa de acción política autónomo con el fin de condicionar su obediencia al poder urbano, es decir, a los notables acechados por asaltos y arreos de ganado que ponían en vilo a los vecinos o habitantes de los pueblos de Buenos Aires.

El liderazgo social y político de Cipriano no era excluyente, sino que lo secundaban otros tantos paisanos pobres y analfabetos como él. A su vez, cada líder intermedio contaba con su propia gente cuya lealtad compensaba mediante el reparto de bienes muchas veces recogidos en las incursiones realizadas en chacras o estancias que quedaron registradas en los partes elevados al gobierno por los comandantes rurales o jueces de paz.

Pero el botín o premio a obtener no constituían el único móvil o incentivo que daba cohesión a la montonera de Benítez en el verano caliente de 1826. Los unía también motivaciones de estricta naturaleza política: en particular, Cipriano y sus seguidores habían resuelto asaltar el pueblo de Navarro y el de Luján en rechazo al perfil de sus autoridades porque no eran “hijos del país” sino que eran “españoles”, “gallegos” o “maturrangos”, es decir, eran extranjeros y no nativos y porteños como ellos. Españoles o europeos que habían sobrellevado la tempestad revolucionaria y consolidado su posición social, económica y política en el despertar de la expansión ganadera volcada al mercado interno o internacional. Tales personajes para Cipriano eran poco confiables porque tenían a su cargo funciones cruciales que afectaban la vida de la gente común: no sólo dirigían la leva forzosa para nutrir las milicias, los precarios fortines de frontera y las divisiones del ejército de línea que hacían la guerra contra el emperador del Brasil. También eran los encargados de recaudar impuestos o contribuciones exigidas por el gobierno nacional para financiar los gastos de guerra en medio de la galopante inflación y la devaluación del papel moneda que condujo a la contratación de un préstamo con la Casa Baring de Londres. De modo que el plan pergeñado por Cipriano para destituir a las autoridades legales del pueblo de Navarro develaba por un lado el carácter antiextranjero y antieuropeo del movimiento, y por el otro, la manera en que el asalto constituía una forma de acción colectiva aceptada y autónoma de las facciones o partidos que litigaban sus posiciones en el gobierno local o en el congreso nacional.

La autonomía relativa del accionar político de Cipriano y sus aliados, no pasó desapercibida para el gobierno ni tampoco para la prensa unitaria o federal. La primera intentaría sin éxito hacer del episodio un contra-ejemplo de la vida y desempeño público de los hombres de campo. En cambio, la prensa federal (letrada y popular) enfatizaría la movilización de los gauchos y el papel de Rosas en la conducción de la extendida sublevación social como única salida para asentar el orden político posrevolucionario. Aun teniendo en cuenta el uso deliberado del episodio de unos y otros, hay un dato que resulta elocuente: la historia de la montonera de Benítez devela un mundo rural trastocado por múltiples factores, un mundo politizado y movilizado en las bases como en las cúspides, y un programa de acción política que reivindicó la identidad porteña y federal, propició la “política pacífica” con las parcialidades o indios amigos y resistió la leva masiva o generalizada. En resumidas cuentas, un fragmento de la cultura política popular que permite entender la razón de la posterior adhesión de los paisanos a Rosas conduciendo al autor del espléndido libro comentado concluir que Cipriano y los suyos expresaban “un rosismo antes del rosismo”.

* La autora es historiadora del INCIHUSA-CONICET y la UNCuyo.

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