“La Constitución, es decir, la libertad, la autoridad, no se escriben, se hacen; no se decretan, se forman, se hacen por educación. No se hacen en el Congreso, se hacen en la casa, en el hogar. No viven en el papel, viven en el hombre”. Juan Bautista Alberdi
Este pensamiento del gran constitucionalista argentino fue citado, años ha, por el presidente de EEUU, Ronald Reagan, lo que le dio fugaz popularidad en Argentina.
Merece toda mi atención en la particular hora que vive el país pues se da un triste fenómeno en las clases populares tradicionalmente muy politizadas, la de la auto proscripción. No hay prácticamente un foro de amigos, parientes, colegas, vecinos, etc, en el que no se diga y se repita constantemente : ‘’Aquí no se habla de política’'.
Y no me opongo, parece una medida de prudencia muy necesaria pues hemos sido testigos de cantidad de casos lamentables de personas muy cercanas disputando y peleando malamente, hasta enemistarse, a partir de una discusión política.
Pero el hecho es que la política no sólo puede sino que debe discutirse.
En verdad, eso, precisamente eso, es la política, es la discusión de las ideas, la idea que cada uno tenga acerca de cómo administrar el Estado. Nada más.
Como se ve, nada que merezca perder una amistad o relación y además algo que ha de hacerse con más raciocinio que pasión.
No me opongo a la pasión en política, no me opongo a la pasión en nada. Por el contrario creo, como dijo magistralmente Leonardo Favio, que ‘’todo lo que se hace sin pasión no se debe hacer’', pero veo aquí el problema muy serio de que tanta pasión política termina por anular nuestro raciocinio fanatizándonos.
‘’Sentir es más fácil que pensar’' se ha dicho. Pero sentir sin pensar en política nos hace agresivos y así, pues, así no.
El Estado nos interesa a todos, nos convoca, nos cobija, nos organiza, nos requiere y nos necesita. Renunciar a la discusión política es renunciar al principio esencial de la vida ciudadana, la organización del Estado.
Sin eso no somos Nación.
Esas ideas, necesariamente diversas, requieren una discusión seria y adulta para organizarse y dar así forma al Estado y mantenerlo.
Quizás caigamos en el error de creer que la discusión deben darla los congresistas, los gobernantes, la SCJN y no el pueblo. Pues yo creo, como Alberdi, que no, que surge del pueblo o no existe. El Estado no vive en los papeles, vive en los hombres.
En esa inteligencia me viene a la memoria el pensamiento de Joseph de Maistre, conde de Chambéry: Cada pueblo o nación tiene el gobierno que se merece.
He vivido conflictivamente esa idea desde que la oí por primera vez, en mi tierna infancia, y las críticas que, en general, merecía de mis mayores. No puedo aceptar que el pueblo argentino, al que reconozco noble y capaz, merezca los nefastos gobiernos que ha padecido.
Fue gracias a la agudeza de André Malraux (1901-1976), escritor, aventurero y hombre público francés, que pude comprenderla mejor. La reformuló así : ‘’Las sociedades producen gobiernos que se les parecen’'.
Creo ver que dicha de esta forma coincide plenamente con el bello pensamiento de Alberdi.
No podemos tener gobiernos verdaderamente republicanos sin un sentimiento republicano genuino en el corazón del pueblo. Es imposible.
Si somos intolerantes al extremo de no ser capaces de discutir de política entre amigos sin perder la amistad, nuestros gobiernos serán autoritarios. Los gobiernos son el producto de nuestro sentir y de nuestra conducta. La sociedad produce los gobiernos.
Lo veo así.
La manera de lograr ese sentir republicano, coincido otra vez con Alberdi, es la educación, no la educación académica, institucional, sino la formación en valores que cada ser humano merece y debe recibir desde su más tierna infancia. Un valor esencial es el respeto.
‘’Se hace en la casa, en el hogar’' dice el tucumano Ilustre.
Aparece como un largo y difícil camino, pero me temo que no existe otro y, lo peor, no parece que empecemos a caminarlo, al contrario, cada vez nos distanciamos más entre nosotros y nos ponemos así más lejos de la República.
Producimos gobiernos, los producimos; sólo ciudadanos de calidad producirán gobiernos de calidad. Cada padre, cada educador, cada funcionario, cada ciudadano tiene que comprender la alta responsabilidad de desarrollar su propio sentimiento republicano y fomentarlo en sus hijos, en sus educandos, en sus semejantes.
Esto, al decir de Alfredo Zitarrosa, ‘’sube desde el pie’'. La República la hacemos entre todos. No existe otra manera.
Quiera Dios que así sea de una vez.
* El autor es un ingeniero mendocino radicado en Sherbrooke. Quebec. Canadá.